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Nov 25, 2023 389 0 Diácono Jim McFadden
Encuentro

Círculo de Amor

Luchó contra la adicción de su hijo y su eventual muerte debida a una sobredosis. ¿Cómo  pudo sobrevivir a esto?

Aunque me bauticé, crecí sin ir a la Iglesia ya que mis padres tenían algunos resquemores con la Iglesia Católica, por lo que nunca fuimos a misa y nunca fui catequizado. Sin embargo, al crecer sentí cada vez más ese anhelo de algo espiritual; veía películas bíblicas populares como “La túnica”, “Los diez mandamientos”, “Ben Hur”, “Un hombre llamado Pedro” y “La historia más grande jamás contada”. Estas películas me presentaron a Dios de una manera que me intrigó mucho, y gradualmente me llevaron a desarrollar un hambre de conocerlo a nivel personal. En los años 60´s, el músico de folk, Jim Croce, interpretó Time in a Bottle (Tiempo en una botella), cantando: «He mirado a mi alrededor lo suficiente como para saber que eres tú con quien quiero viajar a través del tiempo»; yo realmente quería ‘viajar a través del tiempo’ con Dios, pero no sabía cómo conectarme con Él.

Un camino sinuoso

Cuando era estudiante de tercer año en la escuela media superior Abraham Lincoln, en San Francisco, conocí a una familia católica irlandesa muy devota en su fe; rezaban un rosario vespertino (¡en latín, nada más y nada menos!), asistían a misa diaria y se esforzaban por vivir una vida de discipulado. Su vida fervorosa era misteriosa y seductora; así que fue a través de su ejemplo que finalmente decidí ser plenamente educado en la fe católica.

Mis padres, sin embargo, no estaban contentos con mi elección; cuando llegó el gran día de mi confirmación y primera comunión tuvimos una pelea familiar, en donde se derramaron lágrimas y reverberaron por toda la casa palabras molestas y recriminaciones. Recuerdo haber dicho: «Mamá y papá, los amo, pero adoro más a Jesús, y quiero ser confirmado; la Iglesia Católica es para mí como mi hogar espiritual».  Así que salí de la casa y caminé solo hasta la iglesia de Santo Tomás Moro, cerca del lago Merced, donde recibí los sacramentos sin la bendición de mis padres. Poco después, me encontré con una referencia del Evangelio de Mateo en la que Jesús dijo: «El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí…» (10, 37). Entendí exactamente lo que quiso decir el Señor con esto, pues así me sentía.

Las rampas de salida de la autopista

Me gustaría poder decir que continué con este compromiso tan profundo con Jesús cuando entré en la edad adulta; mi conversión inicial encubrió un intento bastante superficial de dedicar mi vida a Él. Comencé en la «superautopista de Jesús», pero seguí tomando estas rampas de salida mientras perseguía a los sospechosos habituales de los bienes del mundo: la búsqueda adquisitiva de riqueza y seguridad, éxito y logros profesionales, el placer hedonista y, sobre todo, el control. Al igual que el personaje de Tom Wolfe en Bonfire of the Vanities (Hoguera de vanidades), realmente quería ser yo mismo el amo y señor de mi universo. Entonces ¿dónde entraba Dios en esta ecuación? Básicamente yo esperaba que Él fuera el copiloto; quería una relación con Él, pero en mis términos; quería que Él validara el estilo de vida que yo quería.

Dando vueltas hacia atrás

Esta torre utópica que yo había construido para acomodar mi super ego, se derrumbó hace 30 años cuando nuestra familia estaba luchando con la adicción a las drogas de nuestro hijo. La dura realidad de su adicción, y una eventual sobredosis que lo llevó a la muerte precipitó mi caída libre a un lugar oscuro y vacío. Sentí que había caído en un pozo muy profundo: mi hijo no regresaría y la sensación de pérdida era abrumadora; me desilusioné totalmente y me di cuenta de cuán inútiles son los bienes del mundo para saciar nuestra hambre más profunda de intimidad, comunión y compañerismo.

Le supliqué a Jesús que me rescatara del profundo agujero de oscuridad, angustia y abandono; le rogué que me quitara el sufrimiento y rehiciera mi vida. Aunque no «arregló» mi vida, hizo algo mejor: Jesús entró al pozo conmigo, abrazó mi cruz y me hizo saber que nunca me abandonaría, ni a mí, ni a mi familia, ni a nuestro difunto hijo. Experimenté la misericordia amorosa de Jesús, el siervo sufriente que continúa sufriendo con su pueblo, la Iglesia; ese era el Dios del que me había enamorado, pues me había identificado con Él.

Jesús nos revela el rostro de Dios, como escribe San Pablo en su carta a los Colosenses, Jesús es «… la imagen del Dios invisible» (1, 15). Por lo tanto, tenemos todo lo que necesitamos para ser felices y alegres aquí y ahora; en Jesús, que es el único mediador entre el cielo y la tierra, todo encaja; nada está fuera de su círculo de amor: nuestro Señor Jesucristo nos llama a una relación más profunda con Dios, con nuestros hermanos y hermanas, y con toda la creación.

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Diácono Jim McFadden

Diácono Jim McFadden ministro en la Iglesia Católica de San Juan Bautista en Folsom, California. Sirve en la formación en la fe de adultos, preparación bautismal y dirección espiritual.

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