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La navidad se acerca con el recordatorio de conseguir regalos para todos, ¿pero es realmente el regalo lo que importa?
Hace algunos años, mientras buscaba ejemplares en una tienda de libros cristianos con mi novio de aquel entonces, nuestra mirada se detuvo al mismo tiempo en una imagen en particular. Era grande, una colorida representación de Jesús, titulada “El Cristo que ríe”; con la cabeza ligeramente echada hacia atrás, algo despeinado, con su cabello castaño oscuro enmarcado por unos ojos entrecerrados, ¡destellando alegría! ¡Fue verdaderamente encantador! Nos encontramos mirando la sonrisa ligeramente angulada de aquel hombre de atractiva mirada. Oh, ¡tan contagioso!, ¡tan cercano!, ¡tan atrayente!
Al mirarnos uno al otro desde este sentimiento común, compartimos la alegría que ambos experimentamos al descubrir esta imagen tan única de la persona a quien habíamos llegado a conocer y en quien confiábamos desde hacía un par de años. Ambos crecimos con figuras y pinturas de Jesús en nuestras casas, pero Él siempre había sido representado serio, y de alguna manera distante a la vida tal como nosotros la conocemos. Aunque ambos creímos siempre que la persona que veíamos en esas imágenes había verdaderamente vivido en esta tierra, e incluso orábamos cuando necesitábamos algo, recientemente nuestra fe se había convertido en algo muy real… incluso, vivo.
La impresión de este artista reflejaba a quién nosotros habíamos descubierto como Señor en nuestras vidas: alguien con quien podíamos compartir la vida, alguien que nos amaba de una manera que nunca antes habíamos conocido, alguien que se mostraba a nosotros cuando orábamos. Como resultado, nuestra comprensión de Dios pasó de ser un entendimiento intelectual de su existencia, a una nueva experiencia de amistad, de una manera viva, comunicativa y maravillosa; nuestro verdadero mejor amigo.
Aún tiempo después de habaer salido de la tienda, nuestra emocionante conversación sobre esa representación de Jesús, continuaba. Había capturado cada uno de nuestros corazones; sin embargo, ninguno de los dos tuvo la intención de comprarlo. Tan pronto como llegué a mi casa supe que debía volver y comprar ese cuadro. Algunos días más tarde, simplemente lo hice; entonces lo envolví cuidadosamente, y esperé ansiosa la llegada de la navidad.
Un regalo de honor
Los días pasaron, hasta que finalmente llegó la víspera de la Navidad. Con villancicos sonando de fondo, nos sentamos en el piso cerca del pequeño árbol artificial que mi mamá me había regalado. Al entregarle el regalo a mi amado, esperé expectante escuchar su agradecimiento mientras veía el nuevo reloj de pulsera que yo había colocado en la pata del perrito de peluche que hábilmente entregaría el reloj. Un “gracias” a manera de susurro fue toda la respuesta que obtuve; pero no me preocupé, ese no era el regalo que yo sabía que sería perfecto. Pero primero, yo tendría que abrir el regalo que él me dio.
Al tomarlo, me sentí un poco desconcertada. Era grande, rectangular y plano. al comenzar a abrirlo, e ir retirando la envoltura del regalo, repentinamente vi… ¡mi cuadro! ¿El mismo que yo en secreto compré para él? Así es, ahí estaba “El Cristo que ríe”. Era la pintura que me había encantado, pero en lugar de sentirme emocionada, me sentía decepcionada; se suponía que este debería ser su regalo, el que yo sabía, era exactamente lo que él quería. Traté de esconder mi decepción, dándole a él un beso para expresarle mi agradecimiento. Entonces saqué el regalo que yo cuidadosamente había envuelto y que había escondido detrás del árbol y se lo di al objeto de mi amor. Él lo abrió rompiendo el papel rápidamente, revelando el contenido del paquete. Su cara parecía feliz… ¿no? ¿O estaba un poco abatido… como me podría haber visto yo si no me hubiese esforzado para ocultarle mi decepción cuando fue mi turno de abrir el regalo?
Por supuesto que ambos dijimos las palabras correctas, sin embargo, de alguna manera sentíamos que el regalo que recibimos del otro no estuvo ni cerca de lo grandioso que nosotros esperábamos que fuera. Era la entrega de ese regalo lo que ambos esperábamos con tanta anticipación. Reflejaba al Cristo que ambos habíamos experimentado y nuestro deseo era compartir a quién habíamos llegado a conocer. Ahí fue donde se encontraba la alegría, no en que se cumplieran nuestros propios deseos, sino en satisfacer los deseos del otro.
Con el tiempo, mi relación con ese joven terminó. Aunque fue doloroso, la alegre imagen de Jesús continúa colocada en un lugar de honor en mi pared. Ahora, es mucho más que solo una representación, mucho más que sólo un hombre. Permanece como un recordatorio de aquel que nunca me abandonará, de aquel con quien siempre estaré en una relación, de aquel que ha enjugado mis lágrimas en incontables ocasiones a través de los años; pero más que eso, de aquel que siempre será en mi vida un motivo de alegría.
Después de todo, Él es mi vida. Esos ojos arrugados se encuentraron con los míos, y entonces esa sonrisa cautivadora me invitó a levantar las comisuras de mis labios, y así… me reí junto a mi mejor amigo.
'El silencio es difícil incluso para los adultos, ¡así que imagina mi sorpresa cuando me ordenaron enseñar a los niños en ese lenguaje!
La Catequesis del Buen Pastor (CGS) es un modelo catequético católico desarrollado por Sofia Cavalletti en la década de 1950, que incorpora principios de educación Montessori. Uno de los aspectos pioneros del trabajo de la Dra. María Montessori fue su cultivo de tiempos de silencio para sus hijos. En el Manual de la Dra. Montessori, ella explica: “Cuando los niños se han familiarizado con el silencio… (ellos) continúan perfeccionándose; caminan con ligereza, tienen cuidado de no golpear los muebles, mueven sus sillas sin hacer ruido y colocan las cosas sobre la mesa con mucho cuidado… Estos niños están sirviendo a su espíritu”.
Cada domingo por la mañana, entre diez y veinte niños, de edades comprendidas entre tres y seis años, se reúnen en nuestro atrio para la catequesis. En CGS, decimos «atrio» en lugar de aula porque un atrio es un lugar para la vida comunitaria, el trabajo de oración y la conversación con Dios. Durante nuestro tiempo juntos, hacemos tiempo para el silencio. El silencio no se logra por tropiezo, sino que se hace a propósito. Tampoco es una herramienta de control cuando las cosas se ponen ruidosas; se prepara periódicamente. Esto es lo que he aprendido especialmente de estos niños.
El verdadero silencio es una elección.
“La práctica hace al maestro”
En el atrio del CGS hablamos de “hacer silencio”. No lo encontramos después de buscarlo, ni llega a nosotros de manera sorpresiva. Con una rutina regular, con intención y atención, hacemos silencio.
No me di cuenta del poco silencio que había en mi vida hasta que me pidieron que hiciera silencio a propósito cada semana. Esto no es por mucho tiempo, sólo de quince segundos a un minuto, dos como máximo. Pero en este corto tiempo, todo mi enfoque y objetivo fue hacer que todo mi ser estuviera quieto y en silencio.
Hay momentos en mi rutina diaria en los que puedo encontrar un momento de quietud, donde el silencio en sí no es el objetivo buscado. Como cuando conduzco sola en el auto, o tal vez unos minutos de silencio mientras mis hijos leen o están ocupados en otra área de la casa; pues bien, después de reflexionar sobre la práctica de hacer silencio, comencé a distinguir entre «encontrar silencio» y «hacer silencio».
Hacer silencio es una práctica. Implica no sólo detener el habla sino también el cuerpo. Estoy sentada en silencio mientras escribo estas palabras, pero mi mente y mi cuerpo no están quietos. Quizás estés sentado en silencio mientras lees este artículo. Pero incluso el acto de leer niega la posibilidad de hacer silencio.
Vivimos en un mundo muy ocupado. El ruido de fondo abunda incluso cuando estamos en casa. Contamos con temporizadores, televisores, recordatorios, música, ruido de vehículos, unidades de aire acondicionado, puertas que se abren y cierran, etc. Sería maravilloso poder encerrarnos en una habitación aislada de ruidos para practicar el silencio en la mayor quietud; pero la mayoría de nosotros no tenemos ese lugar disponible. Esto no significa que no podamos hacer un silencio auténtico. Hacer silencio se trata de tranquilizarnos a nosotros mismos más que de insistir en el silencio de nuestro entorno.
El arte de escuchar
Hacer silencio brinda la oportunidad de escuchar el mundo que te rodea. Si aquietamos nuestro cuerpo, nuestras palabras y aquietamos nuestra mente lo mejor que podemos, podremos escuchar con mayor atención el mundo que nos rodea. En casa, escucharemos más fácilmente el funcionamiento del aire acondicionado, lo que nos dará la oportunidad de agradecer la brisa refrescante. Cuando estemos al aire libre, escucharemos el viento hacer crujir las hojas de los árboles o podremos apreciar más plenamente el canto de los pájaros que nos rodean. Hacer silencio no se trata de la ausencia de otros sonidos, sino de descubrir el silencio y la quietud dentro de uno mismo.
Como personas de fe, hacer silencio también significa escuchar con los oídos de nuestro corazón el susurro del Espíritu Santo. En el atrio, de vez en cuando, el catequista principal preguntará a los niños qué escucharon en el silencio. Algunos responderán cosas que uno podría esperar: «Escuché la puerta cerrarse», “escuché pasar un camión”. A veces, sin embargo, me sorprenden: “Escuché a Jesús decir te amo”, “escuché al Buen Pastor”.
Podemos aprender mucho haciendo silencio. En la práctica, aprendemos a tener autocontrol y paciencia. Pero lo que es aún más importante es que aprendemos a descansar en la belleza de la verdad del Salmo 46, 10: «Esten quietos y sepan que yo soy Dios».
'¿Por qué el Dios Poderoso se convertiría en un bebé que llora en un lugar que huele a estiércol?
Uno de los aspectos más extraños de la anunciación que precede al nacimiento de Jesús es cómo el Arcángel Gabriel se dirige a María como «¡Salve, llena de gracia! El Señor está contigo” (Lucas 1, 28). Lo que sucederá es que ella será una madre adolescente, embarazada antes de su matrimonio con José, y estará destinada a dar a luz en una cueva o establo entre animales de granero. Podría perdonársele si hubiera sospechado que Gabriel estaba envuelto en algún sarcasmo angelical. Luego, en avance rápido de eventos, treinta y tres años después, ella estará al pie de la cruz y verá a su Hijo morir de una muerte insoportable, entre ladrones, ante una multitud burlona. ¿Cómo se está “llena de Gracia” en todo eso?
Una declaración radical
Toda la historia de la Navidad está llena de enigmas y supera las expectativas. Para empezar, el Creador de todo el cosmos, con sus miles de millones de galaxias, que es absolutamente autosuficiente y no necesita nada de nadie, elige convertirse en una criatura, en un ser humano. El Alfa y Omega se nos presenta como un bebé, nacido con todo el desorden de un parto sin un médico o enfermeras que lo atiendan, en un lugar que huele a estiércol. En una ocasión, el obispo Barron describió así la Encarnación: «Aquí hay un chiste católico… o lo entiendes o no lo entiendes». Al estar frente a esta escena, si Dios puede venir aquí en medio de la privación absoluta y la paja, Él puede venir a cualquier parte. Él puede entrar en el desorden de mi vida. Si Dios vino allí a ese establo en Belén, Él ha venido a todas partes; no hay lugar ni tiempo que esté abandonado por Dios.
Si contemplamos la escena a lo lejos, aparece una perspectiva extraña. Las figuras más grandes de esa época —César Augusto, el gobernador Quirino, el rey Herodes— se han reducido; De hecho, han desaparecido. Las figuras más pequeñas —María, José, los pastores— se sobreponen a ellos: María es la Reina del Cielo y José es el patrono de la Iglesia, el cuerpo místico de su Hijo adoptivo, Jesús. El Niño Jesús, la más pequeña e indefensa de las figuras, envuelto en pañales, será tan grande que borrará el sol y la luna y llenará el cielo con el cántico: «¡Gloria a Dios en las alturas del cielo, y en la tierra paz entre aquellos a quienes Él favorece!” (Lucas 2, 14).
La historia de la Natividad es rica en significado teológico, pero hay más. Se está haciendo una declaración radical. A Jesús se le da el nombre de Emanuel, que significa ‘Dios está con nosotros’. Y eso significa que Jesús es Dios encarnado: es mucho más que un profeta, un maestro o un sanador; Él es el rostro humano de Dios. La segunda Persona de la Trinidad ha entrado en la existencia humana, no porque necesite algo, sino por nuestro bien, por nuestra salvación. La implicación es notable. Como nos recuerda san Agustín: «Si fueras la única persona en esta tierra, el Hijo de Dios lo habría hecho todo, incluso morir, por ti». Significa que no hay vidas insignificantes o sin sentido. Significa que Emanuel está con nosotros en cada momento de nuestra existencia, lo que implica que los eventos y decisiones ordinarios que hago en un día promedio pueden tener un significado eterno. ¿Por qué? San Pablo nos recuerda: «Nos movemos, vivimos y somos» en Cristo Jesús (Hechos 17, 28). Significa que nuestra historia sagrada tiene sentido y propósito: una vida que fomenta el coraje y la generosidad abnegada, al igual que el Señor al que adoramos en cualquier lugar desolado en el que nos encontremos.
En la vida o en la muerte…
El nacimiento de Cristo debe ser la fuente de esperanza, y esto no es lo mismo que el optimismo, que es más una disposición genética que un fundamento de vida. Algunos de nosotros, por el contrario, tenemos que lidiar con una aflicción genética de depresión, que puede sumergir nuestra vida en la oscuridad. Pero, incluso en medio de esta nube oscura, podemos encontrar destellos de propósito, belleza y gloria, y esto también puede servir.
A veces, experimentamos aislamiento y soledad provocados por enfermedades debilitantes como el dolor crónico y las enfermedades degenerativas. Dios está ahí, Dios está con nosotros. En una relación destrozada, una traición o un diagnóstico de cáncer, Dios está con nosotros. No nos abandona en un hospital o en una sala psiquiátrica. En la vida o en la muerte, Jesús nunca nos dejará ni nos abandonará porque Él es el Emanuel.
La fe en Jesús no nos libera del sufrimiento, pero puede traer la liberación del miedo porque tenemos quien nos contenga, una Persona, que puede integrar todo en nuestras vidas. El nacimiento de Jesús significa que cada momento que tenemos la bendición de vivir, incluso en una vida difícil y acortada, puede ser infundido con la presencia de Dios y ennoblecido por su llamado. Nuestra esperanza se hace realidad el día de Navidad, que brilla como la estrella que guió a los Reyes Magos y crece como una canción cantada por monjes y coros evangélicos a lo largo de los siglos, llenando iglesias, catedrales, basílicas y tiendas de avivamiento, pero esa canción es más clara en nuestros corazones conquistados: «¡Dios está con nosotros!»
'La vida puede estar llena de giros inesperados, pero aún puedes esperar lo mejor cuando comienzas a hacer esto.
En esta misma época del año, pero hace más de cincuenta y cinco años, llamaron a la puerta de nuestra casa. No esperábamos a nadie. Mi madre abrió la puerta y encontró a unos amigos y compañeros de trabajo cargados de cajas de comida y juguetes para la Navidad. Había sido un año difícil para nuestra familia. Mi padre quedó paralítico esa primavera, mi madre tuvo que mantener a la familia y el dinero escaseaba. Estos extraños sin rostro exudaban alegría y felicidad ante la perspectiva de hacer que nuestra Navidad fuera un poco más feliz y que la carga de mis padres fuera más ligera. El recuerdo está grabado profundamente en mi mente. Esa experiencia de necesidad inesperada, tristeza desconcertante, pérdida catastrófica y apoyo milagroso ayudó a formar la persona en la que me he convertido.
Es difícil entender el propósito de lo que está sucediendo en nuestras vidas. Se espera que los cristianos crean y acepten que, a través de las alegrías y tristezas de la vida, Dios realmente nos ama y se preocupa por nosotros. El viejo dicho, ‘ofrécelo’… puede que rara vez se hable de eso en estos días, pero se escuchó fuerte y claro mientras crecía. Mi familia vivía esta realidad todos los días en nuestra casa.
Nada especial
“Sin embargo, oh Señor, tú eres nuestro Padre; nosotros somos el barro, y tú eres nuestro alfarero; todos somos obra de tus manos” (Isaías 64, 8).
Imagina por un momento el trozo de arcilla que soy. El Maestro alfarero puede ver el potencial en este montón de lodo, ve a su hija e instrumento para sus propósitos. Para el ojo inexperto, tal vez uno pueda imaginar solo una taza de café o un soporte para cepillos de dientes; pero para el Todopoderoso, este bulto tiene un propósito indescriptible en su plan, tanto en la historia como en el tiempo eterno. El dilema es que el bulto comenzó siendo nada especial, necesitando ser diseñado de manera única para el trabajo que ella será llamada a hacer.
El alfarero es ilimitado e intencionado. Es decidido, minucioso e ingenioso. Él conoce la historia, los personajes y las situaciones en las que insertará su obra maestra, para hacer su voluntad. Él conoce las circunstancias que la formarán y prepararán adecuadamente para este trabajo. Nada es demasiado pequeño o intrascendente en su formación.
Es posible que ella se pregunte por qué su padre tuvo que sufrir tanto, por qué tuvo que crecer rápido y por qué su futuro le presentará desafíos, tanto excelentes como insoportables. Ella derramó lágrimas mientras anhelaba tener a los niños que tardaron en llegar, aprendiendo así a confiar más en Dios y entregando sus expectativas a su cuidado omnipotente.
Las pruebas ayudaron a pulir sus asperezas y le enseñaron a ceder al toque del Maestro. Cada detalle es esencial, cada encuentro para sus propósitos y voluntad. Cada giro del torno del Maestro alfarero y la suave caricia de sus manos proporcionaban lo que se necesitaba para perfeccionar sus partes. Se prepararon oportunidades de crecimiento, así como personas que la ayudarían en el camino. La gracia fluía mientras Él ponía todo en movimiento.
Probado y comprobado
Miro hacia atrás y vislumbro la realidad de esto en mi vida. Dios me proveyó, me equipó y me acompañó en cada circunstancia y situación. Es alucinante darse cuenta de lo atento que Él ha estado a lo largo de mi camino. Algunas de las experiencias más dolorosas de mi vida terminaron siendo las más beneficiosas. El fuego del horno endurece y refina, fortaleciendo el objeto para su propósito.
La cerámica también puede romperse más fácilmente cuando se cae… y esto no es el final, sino un nuevo comienzo y propósito en la economía de Dios. Al igual que el ‘kintsugi’, el arte japonés de reparar cerámica rota utilizando metales finos mezclados con laca, Dios puede rehacernos a través del quebrantamiento de la vida. Continúo creciendo y me he rehecho una y otra vez. Ninguna de las duras lecciones fue intrascendente o debido a la mala suerte. Más bien, me ayudaron a convertirme en una hija que confía en Dios, que confía y se rinde sin reservas. Sí, Señor, tú sigues moldeándome y formándome, refinando mi corazón y refrescando mi alma.
Gracias, Padre, por no rendirte con este pedazo de barro cada vez que gritaba: «Detente, no puedo más». Tú me formaste y me conociste, me pusiste a prueba y me examinaste, y me has encontrado digna, eso es lo que te pido.
Tómate un tiempo hoy para reflexionar sobre cómo el alfarero te ha formado, preparado y equipado para hacer su buena obra en ti y para su gloria. Eso es verdaderamente algo hermoso para contemplar.
'La edad adulta da miedo, pero con la compañía adecuada, ¡puedes aprender a crecer con gracia y fuerza!
Jesús valoraba la amistad y escogió cuidadosamente a 12 hombres para que caminaran con Él y aprendieran de Él. Por supuesto, también tenía amigas; ¿recuerdas a las hermanas María y Marta?, ¿y a María Magdalena? El hecho de que los Evangelios mencionen estas amistades revela que las personas que forman parte de nuestra vida son muy importantes.
¡Jesús incluso llamó amigos a sus discípulos! “Ya no los llamo siervos, porque el siervo no sabe los negocios de su señor. Más bien los he llamado amigos, porque todo lo que aprendí de mi Padre se los he hecho saber” (Juan 15, 15). ¡Es un honor y una elevación ser llamado amigo suyo! De la misma manera, es importante que reconozcamos que ser amigos unos de otros es un honor. Es un papel que debe tomarse en serio. Como nos recuerda Jesús: “Todo lo que hicieron por uno de estos hermanos míos más pequeños, por mí lo hicieron” (Mateo 25, 40). Tu presencia o ausencia, tiene un impacto en otras personas. Tus acciones, apoyo y oraciones pueden dejar una inmensa huella en la vida de los demás. Es un papel que debemos cuidar bien, como lo hacemos con cualquiera de los roles que se nos han confiado.
Un regalo por excelencia
En la edad adulta, muchos se lamentan por la falta de amistades o por lo difícil que es hacer amigos. El dolor de un corazón que añora a sus queridos amigos es muy real. La amistad es verdaderamente un regalo, un regalo por el que definitivamente uno debería orar.
El impacto de la verdadera amistad cristiana en la vida de una persona es muy profundo. Por eso es importante “elegir” cuidadosamente a las personas a quienes confiar este título. Un amigo que no comparte los mismos valores puede estar más cerca de ser un enemigo. Proverbios 27, 17 nos recuerda: “Como el hierro se afila con el hierro, el hombre se pule en el trato con su prójimo”. Las vidas de los santos son un estímulo constante, ya que a menudo escuchamos que un santo es amigo de otro. A menudo se habla de San Francisco y Santa Clara como amigos que se asociaron en propósito y espiritualidad, enriqueciéndose mutuamente. También lo fueron Santa Teresa de Ávila y San Juan de la Cruz. San Juan Pablo II y la Madre Teresa son modelos del siglo XX. Los verdaderos amigos nos impulsarán a convertirnos en la mejor versión de nosotros mismos.
Guiados por la fe
Atribuyo gran parte de mi crecimiento y éxitos en la vida a estar rodeada de los amigos adecuados. Las personas más cercanas a mí tienen una visión espiritual clara. Me han brindado aliento justo a tiempo y sé que siempre están disponibles para apoyarme en oración, ya sea intercediendo por mí en su propio tiempo o dejando todo para orar conmigo.
Un amigo centrado en Cristo a menudo sabrá cuándo necesitas oraciones. Tengo una amiga que puede sentir en cuál área de mi vida necesito oraciones. A menudo comparte lo que el Espíritu Santo le ha dicho en oración. Las conversaciones con ella siempre son alentadoras y me dan fuerza y confirmación. Puedo recordar numerosas ocasiones en las que un amigo me envió un versículo de las Escrituras justo a tiempo o una palabra del Espíritu Santo que resonó perfectamente en mí. En demasiadas ocasiones para contarlas recibí un mensaje de texto de un amigo haciéndome saber que se sintió impulsado a orar por mí. Esto ocurre principalmente cuando estoy tomando decisiones de vida muy importantes o enfrentando una gran lucha interna.
Hubo un tiempo en el que me sentí muy estancada en la vida; parecía que no estaba haciendo progreso alguno. Una querida amiga me envió una palabra diciendo que creía que Dios estaba haciendo algo muy especial tras bambalinas en mi vida. Sentí la fuerza para seguir adelante y me di cuenta de que Dios estaba tramando algo, aunque me sentía desanimada. Días después de eso, las cosas empezaron a encajar: ¡los anhelos por los que había orado durante muchos años comenzaron a manifestarse en mi vida!
Un verdadero amigo estará dispuesto a interceder contigo y por ti mientras peleas tus batallas. Celebrarán las victorias de Dios en su vida y se preocuparán por su bienestar espiritual más que por cualquier otro aspecto de su vida. Pero recuerda, también hay ocasiones en las que necesitarás hacerle saber a un amigo que necesitas oraciones.
Sé que mi vida sería muy diferente si no fuera por mis amigos que están en sintonía con el Espíritu Santo. Caminar con otros en el mismo camino de entrega a Cristo ha tenido claros beneficios. Una visión compartida de aspirar a la vida eterna y la santidad en esta vida es valiosa en la amistad. He tenido el honor de recibir ayuda y ayudar a amigos a cargar sus cruces en la vida, compartir alegrías y alabar a Dios juntos.
Enriquece tu vida
¿Estás en un período de la vida en el que anhelas tener más amigos? ¡Ora para encontrarlos! Mantén los ojos abiertos para detectar las formas inesperadas en que llegan a tu vida. Si estás en una etapa de tu vida en la que tienes amigos, pero te sientes distante, comienza enviando un mensaje o llamando a un amigo que haya estado en tus pensamientos últimamente.
Abre tu corazón a la amistad. Demasiadas amistades se han marchitado y nunca han tenido la oportunidad de florecer plenamente debido al ajetreo de una o ambas partes. La amistad, como cualquier otra relación, requiere sacrificios. Se verá diferente en diferentes estaciones. Sin embargo, es una tremenda bendición y regalo de Dios. Construir y mantener amistades es una inversión. Las amistades duraderas pueden agregar mucho enriquecimiento y valor a tu vida. Aprecia el regalo de un buen amigo y atesora mucho el título de amigo cuando te lo concedan.
“Jesús, por favor ayúdanos a ser amigos verdaderos y fieles de los demás. Envíanos amigos con quienes podamos caminar firmemente hacia ti. ¡Amén!”
'Pregunta: He estado sufriendo depresión durante algunos años; algunas personas me dicen que esto se debe a la falta de fe. A veces siento que tienen razón, ya que me resulta difícil rezar o incluso aferrarme a la fe. ¿Cómo se supone que yo, como cristiano practicante, debo lidiar con esto?
Respuesta: Existe mucha superposición e interconexión entre lo psicológico y lo espiritual. Lo que pensamos que afecta nuestra alma y nuestro estado espiritual, a menudo impacta nuestra paz interior y bienestar.
Dicho esto, entendamos que los dos, no son lo mismo. Es perfectamente posible estar tremendamente cerca de Dios, incluso crecer en santidad, y aun así estar plagado de una enfermedad mental. Entonces, ¿cómo sabemos la diferencia?
Aquí es donde un consejero o terapeuta cristiano, y un director espiritual, pueden ser de gran ayuda. Es difícil autodiagnosticarse una enfermedad mental; la mayoría de las personas piensan que es necesario que un profesional centrado en Cristo evalúe sus luchas para ver las raíces. Con frecuencia, para abordar los problemas subyacentes, los problemas de salud mental deben tratarse mediante una combinación de tratamiento psicológico y espiritual juntos.
¡Buscar ayuda no indica falta de fe! ¿Trataríamos una enfermedad corporal de esa manera? ¿Se le diría a alguien que sufre de cáncer ya que ‘no ha orado por su sanación con suficiente fe’? ¿O le diríamos a alguien que necesita una cirugía mayor, que visitar a un médico sería falta de fe? Al contrario. Dios a menudo obra la sanación a través de las manos de médicos y enfermeras. Esto es tan cierto para las enfermedades mentales, como para las enfermedades físicas.
Las enfermedades mentales pueden ser causadas por varias razones: desequilibrio bioquímico, estrés o trauma, patrones de pensamiento poco saludables… ¡Nuestra fe reconoce que Dios a menudo trabaja para sanarnos a través de las ciencias psicológicas! Sin embargo, además de buscar ayuda, recomiendo tres cosas que pueden ayudar a sanar.
1. Vida sacramental y de oración
Las enfermedades mentales pueden dificultar la oración, pero debemos persistir. ¡Gran parte de la oración es simplemente estar! San Juan de la Cruz anotaba en su diario espiritual lo que le sucedía durante la oración, y durante años escribió una sola palabra cada día: «Nada». ¡Él fue capaz de alcanzar las alturas de la santidad incluso cuando nada «sucedió» en su oración! De hecho, ser fieles a la oración a pesar de la sequedad y el vacío, muestra una fe más profunda, porque significa que realmente creemos, ya que estamos actuando de acuerdo con lo que sabemos (Dios es real y está aquí, así que oro… aunque no sienta nada).
Por supuesto, la Confesión y la Eucaristía también son de gran ayuda para nuestra vida mental. La confesión nos ayuda a liberarnos de la culpa y la vergüenza, y la Eucaristía es un encuentro poderoso con el amor de Dios. Como dijo una vez la Madre Teresa: «La cruz me recuerda cuánto me amaba Dios entonces; la Eucaristía me recuerda cuánto me ama Dios ahora».
2. La fuerza de las promesas de Dios
Podemos cambiar nuestro ‘pensamiento pestilente’ por las promesas positivas de Dios. Cada vez que nos sintamos inútiles debemos recordar que «Dios nos escogió en Cristo desde antes de la fundación del mundo» (Efesios 1, 4). Si sentimos que la vida nos está deprimiendo, recordemos que «Dios dispone todas las cosas para el bien de quienes lo aman» (Romanos 8, 28). Si nos sentimos solos, recordemos: «Dios ha dicho: «Nunca te dejaré ni te abandonaré» (Hebreos 11, 5). Si sentimos que la vida no tiene propósito, recordemos que nuestra vida está destinada a glorificar a Dios (cf. Isaías 43, 6-7) para que podamos gozarnos en su presencia por la eternidad (cf. Mateo 22, 37-38). Enraizar nuestra vida en las verdades de la fe, nos ayudará a contrarrestar las mentiras que tan a menudo atrapan nuestra mente, cuando sufrimos una enfermedad mental.
3. Obras de misericordia
Realizar obras de misericordia será una poderosa manera de impulsar nuestra salud mental. Muchas veces podemos estar «atrapados en nosotros mismos» a través de la depresión, la ansiedad o las experiencias traumáticas. El voluntariado nos ayuda a salir de ese solipsismo. La ciencia ha demostrado que hacer el bien a los demás libera dopamina y endorfinas, sustancias químicas que conducen una sensación de bienestar. Da significado y propósito a nuestra vida, y nos conecta con los demás, disminuyendo así el estrés y dándonos alegría. También, trabajar por los necesitados nos llena de gratitud, ya que nos hace conscientes de las bendiciones que hemos recibido de Dios.
En resumen, tus problemas de salud mental no son necesariamente una señal de que te falta fe. Sin duda, te animamos a ver a un terapeuta cristiano que te ayude a encontrar cómo mejorar tu salud espiritual y mental. Pero también recuerda que tu fe puede darte herramientas para lidiar con la salud mental. E incluso si la lucha continúa, debes saber que tus sufrimientos pueden ser ofrecidos al Señor como sacrificio, entregándole, de esta manera, un regalo de amor y santificándote.
'P – No siento la presencia de Dios cuando oro. ¿Estoy progresando en la vida espiritual si no me siento cerca de Él?
R – Si te cuesta sentir la presencia de Dios en tu vida de oración ¡no estás solo en esto! La mayoría de los grandes santos pasaron por una época de sequía. La Madre Teresa, por ejemplo, pasó treinta y cinco años sin sentir su presencia. Todos los días, durante años, cuando san Juan de la Cruz anotaba en su diario las percepciones o inspiraciones espirituales que recibía en la oración, escribía solo una palabra: «Nada». Santa Teresa de Lisieux escribió esto sobre su oscuridad: «Mi alegría consiste en estar privada de toda alegría aquí en la tierra. Jesús no me guía abiertamente; ni lo veo ni lo oigo».
San Ignacio de Loyola llamó «desolación» a la experiencia de sentir que Dios está lejos, cuando nuestras oraciones se sienten huecas y rebotan en el techo. En la desolación no sentimos deleite en la vida espiritual, y cada actividad espiritual se siente como si fuera una tarea y un trabajo cuesta arriba. Es un sentimiento común en la vida espiritual.
Debemos tener claro que la desolación no es lo mismo que la depresión. La depresión es una enfermedad mental que afecta todos los aspectos de la vida. La desolación impacta específicamente la vida espiritual: Una persona que está pasando por desolación, en general disfruta su vida (¡y las cosas pueden ir muy bien!); solo está luchando con su vida espiritual. A veces las dos cosas se juntan, y algunas personas pueden experimentar desolación mientras atraviesan otro tipo de sufrimiento; pero es distinto y no es lo mismo.
¿Por qué ocurre la desolación? La desolación puede tener una de dos causas: A veces, la causa puede ser un pecado no confesado. Si le hemos dado la espalda a Dios, y tal vez no lo estamos reconociendo, Dios puede retirar el sentido de su presencia como un medio para atraernos de regreso a Él. Cuando Él está ausente, ¡podemos tener más sed de Él! Pero muchas veces, la desolación no es causada por el pecado, sino que es una invitación de Dios a buscarlo más puramente. Él quita el caramelo espiritual para que lo busquemos solo a Él y no solo por lo bien que nos hace sentir. Esto ayuda a purificar nuestro amor por Dios, para que lo amemos porque Él es bueno.
¿Qué hacemos en tiempo de desolación? Primero, debemos mirar dentro de nuestra propia vida para ver si necesitamos arrepentirnos de algún pecado oculto. Si no, entonces debemos perseverar en la oración y en el sacrificio con una positiva determinación. Uno nunca debe dejar de orar, especialmente cuando es difícil. Sin embargo, podría ser útil diversificar nuestra vida de oración: si rezamos el rosario todos los días, tal vez deberíamos ir a la adoración o leer las Escrituras en su lugar. He descubierto que una amplia variedad de prácticas de oración puede proporcionar a Dios una diversidad de vías para hablarme y moverme en mi vida.
Pero la buena noticia es que ¡la fe no es un sentimiento! Independientemente de lo que ‘sintamos’ en nuestra relación con Dios, es más importante mantenernos firmes en lo que Él ha revelado. Incluso si sentimos que Él está lejos, recordamos la promesa: «Yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo» (Mateo 28,20). Si estamos luchando por motivarnos a orar o practicar la virtud, nos mantenemos firmes en la promesa: «ojo no vio, ni oído oyó ni corazón humano concibió lo que Dios ha preparado para los que le aman» (1Corintios 2,9). Cuando luchamos por encontrar la presencia de Dios debido a los sufrimientos que nos han sobrevenido, recordamos la promesa: «Sabemos que para los que aman a Dios, todas las cosas obrarán para su bien» (Romanos 8,28), y entendemos que nuestra fe debe estar basada en algo más profundo que el hecho de que sintamos o no su presencia.
Por el contrario, sentirnos cerca de Dios no siempre es una garantía de que estemos bajo su gracia. El hecho de que ‘sintamos’ que una elección es correcta, no la hace correcta si va en contra de la ley de Dios que ha revelado en las Escrituras y la Iglesia. ¡Nuestros sentimientos no son lo mismo que nuestra fe!
La desolación es una lucha para cada santo y pecador, que enfrentará a medida que continúe en la vida espiritual. La clave para progresar no son los sentimientos, sino la perseverancia en la oración a través de los desiertos, ¡hasta que lleguemos a la tierra prometida de la presencia permanente de Dios!
'¿Cuándo fue la última vez que pusiste tus manos sobre la cabeza de tus hijos, cerraste los ojos y oraste de todo corazón por ellos? Bendecir a nuestros hijos es un acto poderoso que puede moldear sus vidas de maneras profundas.
Ejemplos bíblicos: «David se fue a su casa para bendecir a su familia» (1 Crónicas 16,43). Este simple acto resalta la importancia de decir palabras positivas a nuestros seres queridos.
El Señor dijo a Moisés: «Así es como debes bendecir a los israelitas: «El Señor te bendiga y te guarde; el Señor haga resplandecer su rostro sobre ti y tenga misericordia de ti; que el Señor vuelva su rostro hacia ti y te dé la paz»» (Números 6,22-26). Estas palabras transmiten la protección, el favor y la paz de Dios.
Aliento y exaltación: Cuando bendecimos a alguien, lo alentamos elevándolo con afirmaciones positivas. Al mismo tiempo, exaltamos a Dios reconociendo su bondad y gracia. Las bendiciones crean un ambiente positivo en el que los niños se sienten amados, valorados y seguros.
Transmitir identidad: Las bendiciones ayudan a moldear la identidad de un niño. Cuando los padres hablan palabras de bendición para sus hijos, afirman su valor y propósito. Los niños interiorizan estos mensajes, llevándolos a la edad adulta.
El poder de las palabras: En un estudio sobre el rendimiento de equipos de trabajo, la Escuela de Negocios de Harvard descubrió que los equipos de alto rendimiento reciben alrededor de seis comentarios positivos por cada negativo. Las bendiciones van más allá de los comentarios positivos. Cuando bendecimos a alguien, declaramos la verdad sobre ellos: ¡la verdad de Dios! Los niños son como esponjas que absorben los mensajes que hay en su entorno. Al bendecirlos, proporcionamos un contrapeso a las influencias negativas que encuentran.
Como padres o tutores, tenemos la responsabilidad de bendecir a nuestros hijos diciéndoles palabras vivificantes que los fortalezcan emocional, espiritual y mentalmente. Ten cuidado de no maldecirlos sin darte cuenta, a través de comentarios negativos o actitudes dañinas. En lugar de eso, bendícelos intencionalmente con amor, alentándolos y llevándolos a la verdad de Dios.
'Una noche fría de mi infancia, mi padre me enseñó a encender una fogata…
Ya sea una noche de otoño inusualmente fresca, o la fragancia del humo que salía de una chimenea que se usaba a menudo, la variedad de colores del follaje otoñal o incluso el tono de la voz de alguien… estos detalles sensoriales aparentemente pequeños, a menudo me provocan el recuerdo vívido de un momento que ocurrió hace mucho tiempo.
¿Por qué tenemos esos recuerdos? ¿Sirven como una forma de evitar errores cometidos anteriormente? ¿Dios nos dio recuerdos para que pudiéramos tener rosas en diciembre? ¿O podría ser algo mucho más profundo? ¿Son semillas de contemplación en las que debemos detenernos, reflexionar, meditar en oración y contemplar?
Amor «cálido»
Cuando tenía nueve años, tal vez diez, mi familia y yo llegamos a casa en una noche de otoño muy fría. Mi madre le pidió de inmediato a mi padre que encendiera la fogata. Como era uno de mis pasatiempos favoritos, me quedé ansiosamente a su lado para observar. Mientras que el recuerdo de otras fogatas son solo memorias borrosas de detalles insignificantes, éste permanece vívidamente presente en lo más profundo de mi mente. Incluso lo recuerdo palabra por palabra.
Mi padre abrió la estufa de leña, tomó el atizador y comenzó a quitar las cenizas. Recuerdo que, curioso, le pregunté: «¿Por qué quitas todas las cenizas?». Inmediatamente, mi padre respondió: «Al quitar las cenizas, mato dos pájaros de un tiro. Aíslo las brasas y, al mismo tiempo, permito que el oxígeno fluya más libremente».
«¿Por qué es tan importante?». Mi padre dejó de trabajar y me miró balanceándose sobre las puntas de los pies en una posición agachada. Pasaron unos momentos mientras pensaba en mi pregunta. Luego me llamó para que me acercara. Cuando me acerqué, me entregó el atizador y casi susurró: «Hagámoslo juntos».
Siente la diferencia
Tomé la varilla de metal y me guió frente a él. Envolvió sus manos sobre las mías y comenzó a guiar mis movimientos. La ceniza siguió cayendo por la rejilla y lo que quedó atrás fue un pequeño montón de brasas. Mi padre me preguntó: «¿Sientes mucho calor?»
Me reí y dije: «¡No, papá! ¡Claro que no!»
Mi padre se rió entre dientes y luego respondió: «¡Me imagino que no! Ciertamente, como están, no van a calentar la casa, pero observa lo que sucede cuando hago esto». Dejó el atizador, se colocó más cerca de la estufa y comenzó a soplar con fuerza sobre las brasas. De repente, comenzaron a brillar de un rojo intenso. Mi padre entonces dijo: «Toma, inténtalo tú». Emulé sus acciones y soplé tan fuerte como pude. Asimismo, las brasas se volvieron de un rojo vibrante por un breve instante. Mi padre preguntó: «Ves la diferencia, pero ¿también sentiste la diferencia?»
Sonriendo, respondí: «¡Sí! ¡Estuvo caliente por un segundo!”
«Exactamente», intervino mi padre: «Retiramos las cenizas para que el oxígeno pueda alimentar las brasas. El oxígeno es absolutamente necesario; las brasas arden más, como viste. Luego alimentamos el fuego con otros objetos inflamables pequeños, comenzamos con los de menor tamaño y luego pasamos a objetos más grandes».
Mi padre me indicó que sacara periódicos y palitos de la caja de leña. Mientras tanto, fue a la terraza lateral y recogió varias tablas y troncos más grandes. Luego arrugó el periódico y lo colocó sobre la pequeña pila de brasas. Luego me indicó que soplara sobre la pila como lo había hecho antes. «¡Sigue! ¡No pares! ¡Ya casi lo logras!», me animó mi padre, hasta que de repente y de manera igualmente sorprendente, el periódico se incendió. Sobresaltado salté un poco hacia atrás, pero luego me calmé por la ráfaga de calor que también sentí.
En ese momento, recuerdo haber sonreído de oreja a oreja, y mi padre que también sonreía, me indicó: «Ahora, podemos comenzar a agregar elementos un poco más grandes. Empezaremos con estas ramitas y demás. Se encenderán como el papel. Observa…” Efectivamente, al cabo de unos momentos, las ramitas ardían. El calor era considerable. Mi padre añadió troncos pequeños y tablas de vallas viejas y esperó como antes. Yo tuve que dar marcha atrás porque el calor era insoportable de cerca. Finalmente, 30 o 40 minutos después, el fuego estaba literalmente rugiendo cuando mi padre puso el tronco más grande. Y dijo: “Con estos, el fuego arderá durante varias horas durante la noche. Has aprendido que lo más difícil es encender el fuego. Una vez que arde, es fácil mantenerlo encendido siempre que lo alimentes y permitas que el oxígeno avive las llamas. Un fuego sin oxígeno, sin combustible, se extingue”.
Para recordar…
El deseo de Dios está escrito en el corazón humano. El hecho de que los seres humanos estén hechos a imagen y semejanza de Dios da como resultado una brasa, un deseo de felicidad que yace en cada uno de nosotros. Esta brasa nunca se puede extinguir, pero si no se cuida, deja a su dueño infeliz y sin propósito. Quitamos las cenizas (a través del Bautismo) y permitimos que el amor de Dios avive la llama. Nuestro deseo más profundo comienza a oxigenarse y comenzamos a sentir los efectos del amor de Dios.
A medida que el amor de Dios estimula el fuego interior para que crezca, requiere sustento: una elección activa diaria para encender la llama. La Palabra de Dios, la oración, los sacramentos y las obras de caridad mantienen la llama bien alimentada. Si no recibimos ayuda, nuestras llamas se reducen una vez más a una brasa que lucha por arder, hambrienta del oxígeno que solo Dios puede proporcionar.
Nuestro libre albedrío nos permite decir «sí» a Dios. Esto no sólo satisface nuestro deseo individual innato de felicidad, sino que nuestro “sí” puede incluso encender el deseo de conversión de otra persona, dando validez a las palabras de san Ignacio: “Ve y enciende al mundo entero”.
'Desconectada de Dios, sumida en la desesperación… Sin embargo, en el oscuro vacío de mi vida, “alguien” inesperadamente se acercó a mí.
Tres abortos espontáneos seguidos… Cada una de esas pérdidas fue emocionalmente más difícil, médicamente más complicada, y el proceso de recuperación se hizo más largo. Después del tercer aborto espontáneo, me encontré en una temporada increíblemente oscura de profunda depresión.
Estaba tan enojada con el Señor por permitir que estas pruebas ocurrieran en mi vida. ¿Por qué permitiría Él que esto le sucediera a una buena católica que ha intentado hacer todo bien?
Durante unos 18 meses decidí no hablar con Dios. Seguimos siendo católicos por deber, cumpliendo con las obligaciones, asistiendo a misa, rezando antes de las comidas… simplemente haciendo la misma rutina. Pero en mi corazón no estaba rezando en absoluto, excepto por esta oración honesta que repetía en mi interior: “Te pertenezco. No me gusta lo que estás haciendo y no entiendo nada de esto, pero lo único peor que lo que siento ahora sería estar completamente sin la esperanza del cielo, sin la esperanza de ver algún día a los pequeños que perdí…” Así que hice este trato con Dios: “Si sigo haciendo lo correcto, Tú deberías cumplir tu parte del trato; al final de mi vida me dejarás entrar al cielo para ver a los pequeños que perdí”.
Pero estaba en caída libre. Desconectada de Dios, ya no era una buena madre y tampoco una buena amiga. Tuve que cerrar mi pequeño negocio porque no podía mantener el ritmo de las demandas de la vida. A través de este vacío, alguien se acercó a mí, ¡alguien inesperado!
Gritándole a Dios
El Rosario solía ser una oración diaria en la escuela secundaria y los primeros años de universidad, pero una vez que me casé y comenzaron a llegar los niños, puse el Rosario en un estante y pensé: “Esa es una oración para personas que tienen mucho tiempo, y yo ciertamente no lo tengo; así que tal vez más tarde, cuando sea un poco mayor, lo bajaré del estante.” Pero en la profunda oscuridad comencé a sentir un llamado a rezar el Rosario nuevamente. Se sentía totalmente ridículo porque todavía estaba muy, muy enojada con el Señor y no tenía ningún deseo de rezar. Con cuatro niños pequeños no tenía tiempo. Así que seguí posponiéndolo y sacándolo de mi mente, pero el Señor comenzó a ser más y más persistente.
Comencé a encontrar señales en los lugares más improbables: un rosario que nunca había visto antes apareció en mi auto cerrado, mi hijo pequeño me entregó mi rosario de confirmación que no había visto en años, personas al azar que ni siquiera eran católicas simplemente me daban rosarios (como esa vez cuando alguien me dio un rosario y dijo: “Estaba limpiando el escritorio de mi abuela y pensé que querrías esto”).
Llegué al punto en que ya no podía negar lo que el Señor me estaba pidiendo. Por primera vez en 18 meses dije una oración. Una expresión más honesta sería que le grité a Dios; fue una oración muy sarcástica. Entré en la iglesia, fui directo al altar y expuse todas mis excusas: no podía encontrar el tiempo para rezar el Rosario, la mayoría de las veces ni siquiera podía encontrar ninguno de mis rosarios, y si lograba encontrar tiempo y encontrar los rosarios, mis hijos me interrumpirían, tendría problemas para retomar donde lo dejé… sin mencionar que mis hijos probablemente ya habrían roto todos los rosarios que tengo. Ni siquiera esperé una respuesta del Señor, simplemente me di la vuelta y salí de la iglesia diciendo: “¿Ves? Te dije que es ridículo rezar el Rosario.”
Nada mejor que esto
Una semana después de eso, me inspiré para diseñar un brazalete de rosario que literalmente resolvía cada una de esas excusas que había dado. Siempre está a mano, así que nunca olvido rezar; es súper resistente, por lo que mis hijos no pueden romperlo, pero la parte realmente revolucionaria fue el dije de crucifijo móvil que funciona como un pequeño marcador, lo que me permitió retomar desde donde lo dejé. Rezaba en los momentos tranquilos que se escondían a lo largo de mi día. Entre cuidar a los niños, hacer las tareas y hacer los mandados, siempre podía encontrar un minuto aquí o 10 minutos allá para rezar algunas Avemarías o, a veces, incluso una decena completa.
Poco a poco, a lo largo del día, comencé a rezar un Rosario completo. Todavía estaba muy enojada y rota, y no tenía mucha esperanza de que el Rosario solucionara todo, pero estaba tan cansada que sabía que esto no podía hacer daño. Estaba desesperada—no había nada mejor que hacer, así que sentí que bien podría intentar esto.
La sanación no ocurrió de inmediato. No fue un momento de sanación televisiva donde los cielos se abrieron y la gloria descendió. Fue un viaje muy lento, de la misma manera en que rezamos el Rosario, cuenta por cuenta, paso a paso, oración por oración. Poco a poco, Nuestra Señora comenzó a ser realmente una madre para mí. Lo que comencé a ver en esa oscuridad no fue la María con la que crecí, la María de Nazaret o la María de las tarjetas navideñas, una María de veinte años con piel impecable. En cambio, encontré a María en el calvario, una madre con el rostro lleno de lágrimas, manchada de sangre, cansada del camino, que sabía lo que era sufrir y perder a alguien que amaba profundamente. ¡A esta mujer podía entenderla! A esta madre necesitaba desesperadamente en esta temporada de mi vida.
Después de todo, no era ella quien me enojaba. Pero ella como mi madre, de manera tan gentil, entró en este lugar crudo y roto en el que estaba y me condujo lentamente hacia los brazos de mi Padre Celestial. Pero esa fue solo una parte; había otra parte de mi vida que todavía estaba en caos.
Comienza una conversación
El tercer aborto espontáneo había sido física y emocionalmente demasiado difícil; como fue en el segundo trimestre, tuvimos que ir al hospital, pasar por el trabajo de parto y dar a luz a nuestro hijo.
Desde allí, mi esposo y yo tomamos caminos diferentes de duelo. Yo me cerré y me retiré, y él se volcó en el trabajo, bebiendo y excediéndose en muchas formas. Nuestra relación se fracturó.
Cuando comencé a rezar el Rosario y empecé mi camino de sanación, traté de animarlo también, pero él lo rechazó. Poco a poco volví a abrir mi negocio, puse el brazalete de rosario que el Señor me inspiró en la tienda y eso realmente comenzó a despegar. Seguía pidiéndole que se uniera a mí; le di un brazalete de rosario que comenzó a usar, pero no estaba rezando con él. Fue entonces cuando comencé a rezar intencionadamente mi Rosario todos los días por él.
Usaba esos momentos tranquilos para rezar y dejar que mi familia viera que estaba rezando entre las tareas. Mi esposo comenzó a notar no solo eso, sino también el cambio en mí. Poco a poco cedió y toda nuestra familia comenzó a experimentar esta reconversión a través de Nuestra Señora. Pero, como ves, ese no fue el final feliz.
Llega otro abrazo
¡Llegó otro aborto espontáneo! La misma habitación de hospital, la misma enfermera… Le preguntaba al Señor: “¿Qué estás haciendo? ¿Por qué estás echando sal en la herida al repetir el día más horrible de mi vida?”
Esto fue más profundo y peor que antes porque también estaba reviviendo el trauma de algunas de esas otras pérdidas. Pero a pesar de todo, comencé a ver lentamente a lo largo de ese día que fue increíblemente horrible de muchas maneras. Mientras estaba en trabajo de parto y dando a luz, estaba totalmente abrumada por el dolor y lloraba desconsoladamente. Pero esta vez, en lugar de sentirme completamente sola, sentí la presencia física de Nuestra Señora sosteniéndome como lo haría una madre mientras lloraba. En la parte más dolorosa del trabajo de parto, sentí que Nuestra Señora me entregaba físicamente a Dios Padre y me ponía en sus brazos como su hija. Sentí en ese momento a Dios Padre llorando junto conmigo. Sentí su pecho agitándose junto al mío.
La verdad es que todavía no estoy del todo bien. Sigo lidiando con lo que pasó y toda la ira que siento… Nuestra Señora entró como mi madre para ayudar a sanar mi relación con nuestro Padre. Que ella me mostrara su corazón, inició en mí un proceso increíblemente sanador y restaurador. Un día que habría sido uno de los peores días de mi vida, gracias a su bondad y gentileza, se convirtió en un día de sanación para nosotros de una manera que nunca podría haber imaginado.
'La vida puede ser impredecible, pero Dios nunca deja de sorprenderte.
Hace casi tres años escribí un artículo para esta misma revista, en medio del duelo por la pérdida de nuestro bebé. Mi esposo y yo habíamos estado casados por casi dos años y habíamos estado orando por un bebé todo el tiempo. Hubo tanta emoción y alegría cuando nos enteramos de que estaba embarazada que nunca pudimos anticipar la pérdida en un aborto espontáneo.
Estábamos allí, en medio de todo esto, siendo desafiados a confiar en Dios y sus misteriosos planes. Para ser honesta, no quería confiar en un plan cuyo resultado era el dolor, y tampoco quería tener esperanza en un Dios que lo permitiera. Quería a nuestro bebé en mis brazos. Pero mi esposo y yo elegimos el difícil camino de confiar en Dios y en su providencia, para que todo el dolor y el sufrimiento pudieran y siguieran siendo utilizados para el bien. Elegimos la esperanza para nuestro bebé en el cielo y la esperanza para nuestro futuro aquí en la tierra.
Por encima de todo
Innumerables veces en mi vida, el versículo 11 de Jeremías 29 me ha anclado profundamente. Esta vez, sin embargo, Él me llevó a centrarme en lo que sigue. Esas palabras han quedado grabadas en mi corazón y me han convencido de la providencia permanente de Dios. «Cuando me busquen y vengan a suplicarme, Yo los escucharé. Cuando me busquen, me encontraran. Sí, cuando me busquen con todo su corazón, los dejaré encontrarme, y cambiaré su suerte…» (12-14).
Nuestro Padre amoroso me llamaba a acercarme cuando yo realmente no tenía ganas de hacerlo. Él dijo: llama, ven, ora, mira, encuentra, busca. Él me pide a mí (y a ti), que lo elijamos y nos acerquemos más a Él, en el momento que experimentemos el dolor en nuestros corazones, cuando somos tentados a creer que el dolor que estamos sintiendo es todo lo que realmente hay para nosotros. Luego, cuando lo hemos buscado, Él promete dejarnos encontrarlo y cambiar nuestra suerte. No es ambivalente al respecto; Él usa la frase «Lo haré» tres veces. Él no dice tal vez, Él es un hecho.
Doble bendición
Aunque han pasado tres años desde nuestro aborto espontáneo, recientemente recordé cómo esta promesa en Jeremías 29 se ha manifestado en mi vida y cómo Dios ha cambiado absolutamente mi suerte en términos de maternidad. Él nos ha hecho a mí y a mi esposo testigos; y la forma amorosa en la que Él responde a las oraciones no debe olvidarse ni pasarse por alto. No hace mucho tiempo, recibí un correo electrónico de una amiga que considero mi alma gemela. Después de haber estado en oración esa mañana, me escribió: «Dios me recompensó… ¡Aquí están, celebrando la misericordia y el amor de Dios con una doble bendición! ¡Alabado sea Dios!»
Nuestra esperanza y deseo de confiar en los planes de Dios y de buscarlo a Él ha cambiado nuestra suerte y se ha transformado en la mayor «recompensa de doble bendición» con la que podríamos haber soñado: dos hermosas niñas. Han pasado tres años desde que mi esposo y yo atravesamos la pérdida de nuestro primer bebé, y nada podría reemplazar a ese pequeño, pero Dios no nos dejó estériles.
En agosto de 2021, fuimos bendecidos con el parto de nuestra primera niña, y en agosto pasado, vimos la bendición de nuestra segunda niña. ¡Una doble bendición, sin duda! ¡Estamos viviendo la fidelidad de Dios a través de nuestra esperanza transformada! Somos testigos de la insondable misericordia y amor de Dios. Nos hemos convertido en co-creadores con el Creador, y a través de nuestra esperanza en su fidelidad, Él, de hecho, ha cambiado nuestra suerte.
Estoy asombrada por las maravillas que Dios hace y te invito a que también refuerces tu esperanza en el Señor. Aférrate a la esperanza que transforma, búscalo con todo tu corazón y observa cómo Él cambia tu suerte tal como lo promete.
Como me dijo mi amiga ese día: «Bendigamos siempre al Señor que ha sido tan misericordioso con nosotros».
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