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P – No siento la presencia de Dios cuando oro. ¿Estoy progresando en la vida espiritual si no me siento cerca de Él?
R – Si te cuesta sentir la presencia de Dios en tu vida de oración ¡no estás solo en esto! La mayoría de los grandes santos pasaron por una época de sequía. La Madre Teresa, por ejemplo, pasó treinta y cinco años sin sentir su presencia. Todos los días, durante años, cuando san Juan de la Cruz anotaba en su diario las percepciones o inspiraciones espirituales que recibía en la oración, escribía solo una palabra: «Nada». Santa Teresa de Lisieux escribió esto sobre su oscuridad: «Mi alegría consiste en estar privada de toda alegría aquí en la tierra. Jesús no me guía abiertamente; ni lo veo ni lo oigo».
San Ignacio de Loyola llamó «desolación» a la experiencia de sentir que Dios está lejos, cuando nuestras oraciones se sienten huecas y rebotan en el techo. En la desolación no sentimos deleite en la vida espiritual, y cada actividad espiritual se siente como si fuera una tarea y un trabajo cuesta arriba. Es un sentimiento común en la vida espiritual.
Debemos tener claro que la desolación no es lo mismo que la depresión. La depresión es una enfermedad mental que afecta todos los aspectos de la vida. La desolación impacta específicamente la vida espiritual: Una persona que está pasando por desolación, en general disfruta su vida (¡y las cosas pueden ir muy bien!); solo está luchando con su vida espiritual. A veces las dos cosas se juntan, y algunas personas pueden experimentar desolación mientras atraviesan otro tipo de sufrimiento; pero es distinto y no es lo mismo.
¿Por qué ocurre la desolación? La desolación puede tener una de dos causas: A veces, la causa puede ser un pecado no confesado. Si le hemos dado la espalda a Dios, y tal vez no lo estamos reconociendo, Dios puede retirar el sentido de su presencia como un medio para atraernos de regreso a Él. Cuando Él está ausente, ¡podemos tener más sed de Él! Pero muchas veces, la desolación no es causada por el pecado, sino que es una invitación de Dios a buscarlo más puramente. Él quita el caramelo espiritual para que lo busquemos solo a Él y no solo por lo bien que nos hace sentir. Esto ayuda a purificar nuestro amor por Dios, para que lo amemos porque Él es bueno.
¿Qué hacemos en tiempo de desolación? Primero, debemos mirar dentro de nuestra propia vida para ver si necesitamos arrepentirnos de algún pecado oculto. Si no, entonces debemos perseverar en la oración y en el sacrificio con una positiva determinación. Uno nunca debe dejar de orar, especialmente cuando es difícil. Sin embargo, podría ser útil diversificar nuestra vida de oración: si rezamos el rosario todos los días, tal vez deberíamos ir a la adoración o leer las Escrituras en su lugar. He descubierto que una amplia variedad de prácticas de oración puede proporcionar a Dios una diversidad de vías para hablarme y moverme en mi vida.
Pero la buena noticia es que ¡la fe no es un sentimiento! Independientemente de lo que ‘sintamos’ en nuestra relación con Dios, es más importante mantenernos firmes en lo que Él ha revelado. Incluso si sentimos que Él está lejos, recordamos la promesa: «Yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo» (Mateo 28,20). Si estamos luchando por motivarnos a orar o practicar la virtud, nos mantenemos firmes en la promesa: «ojo no vio, ni oído oyó ni corazón humano concibió lo que Dios ha preparado para los que le aman» (1Corintios 2,9). Cuando luchamos por encontrar la presencia de Dios debido a los sufrimientos que nos han sobrevenido, recordamos la promesa: «Sabemos que para los que aman a Dios, todas las cosas obrarán para su bien» (Romanos 8,28), y entendemos que nuestra fe debe estar basada en algo más profundo que el hecho de que sintamos o no su presencia.
Por el contrario, sentirnos cerca de Dios no siempre es una garantía de que estemos bajo su gracia. El hecho de que ‘sintamos’ que una elección es correcta, no la hace correcta si va en contra de la ley de Dios que ha revelado en las Escrituras y la Iglesia. ¡Nuestros sentimientos no son lo mismo que nuestra fe!
La desolación es una lucha para cada santo y pecador, que enfrentará a medida que continúe en la vida espiritual. La clave para progresar no son los sentimientos, sino la perseverancia en la oración a través de los desiertos, ¡hasta que lleguemos a la tierra prometida de la presencia permanente de Dios!
'¿Cuándo fue la última vez que pusiste tus manos sobre la cabeza de tus hijos, cerraste los ojos y oraste de todo corazón por ellos? Bendecir a nuestros hijos es un acto poderoso que puede moldear sus vidas de maneras profundas.
Ejemplos bíblicos: «David se fue a su casa para bendecir a su familia» (1 Crónicas 16,43). Este simple acto resalta la importancia de decir palabras positivas a nuestros seres queridos.
El Señor dijo a Moisés: «Así es como debes bendecir a los israelitas: «El Señor te bendiga y te guarde; el Señor haga resplandecer su rostro sobre ti y tenga misericordia de ti; que el Señor vuelva su rostro hacia ti y te dé la paz»» (Números 6,22-26). Estas palabras transmiten la protección, el favor y la paz de Dios.
Aliento y exaltación: Cuando bendecimos a alguien, lo alentamos elevándolo con afirmaciones positivas. Al mismo tiempo, exaltamos a Dios reconociendo su bondad y gracia. Las bendiciones crean un ambiente positivo en el que los niños se sienten amados, valorados y seguros.
Transmitir identidad: Las bendiciones ayudan a moldear la identidad de un niño. Cuando los padres hablan palabras de bendición para sus hijos, afirman su valor y propósito. Los niños interiorizan estos mensajes, llevándolos a la edad adulta.
El poder de las palabras: En un estudio sobre el rendimiento de equipos de trabajo, la Escuela de Negocios de Harvard descubrió que los equipos de alto rendimiento reciben alrededor de seis comentarios positivos por cada negativo. Las bendiciones van más allá de los comentarios positivos. Cuando bendecimos a alguien, declaramos la verdad sobre ellos: ¡la verdad de Dios! Los niños son como esponjas que absorben los mensajes que hay en su entorno. Al bendecirlos, proporcionamos un contrapeso a las influencias negativas que encuentran.
Como padres o tutores, tenemos la responsabilidad de bendecir a nuestros hijos diciéndoles palabras vivificantes que los fortalezcan emocional, espiritual y mentalmente. Ten cuidado de no maldecirlos sin darte cuenta, a través de comentarios negativos o actitudes dañinas. En lugar de eso, bendícelos intencionalmente con amor, alentándolos y llevándolos a la verdad de Dios.
'Una noche fría de mi infancia, mi padre me enseñó a encender una fogata…
Ya sea una noche de otoño inusualmente fresca, o la fragancia del humo que salía de una chimenea que se usaba a menudo, la variedad de colores del follaje otoñal o incluso el tono de la voz de alguien… estos detalles sensoriales aparentemente pequeños, a menudo me provocan el recuerdo vívido de un momento que ocurrió hace mucho tiempo.
¿Por qué tenemos esos recuerdos? ¿Sirven como una forma de evitar errores cometidos anteriormente? ¿Dios nos dio recuerdos para que pudiéramos tener rosas en diciembre? ¿O podría ser algo mucho más profundo? ¿Son semillas de contemplación en las que debemos detenernos, reflexionar, meditar en oración y contemplar?
Amor «cálido»
Cuando tenía nueve años, tal vez diez, mi familia y yo llegamos a casa en una noche de otoño muy fría. Mi madre le pidió de inmediato a mi padre que encendiera la fogata. Como era uno de mis pasatiempos favoritos, me quedé ansiosamente a su lado para observar. Mientras que el recuerdo de otras fogatas son solo memorias borrosas de detalles insignificantes, éste permanece vívidamente presente en lo más profundo de mi mente. Incluso lo recuerdo palabra por palabra.
Mi padre abrió la estufa de leña, tomó el atizador y comenzó a quitar las cenizas. Recuerdo que, curioso, le pregunté: «¿Por qué quitas todas las cenizas?». Inmediatamente, mi padre respondió: «Al quitar las cenizas, mato dos pájaros de un tiro. Aíslo las brasas y, al mismo tiempo, permito que el oxígeno fluya más libremente».
«¿Por qué es tan importante?». Mi padre dejó de trabajar y me miró balanceándose sobre las puntas de los pies en una posición agachada. Pasaron unos momentos mientras pensaba en mi pregunta. Luego me llamó para que me acercara. Cuando me acerqué, me entregó el atizador y casi susurró: «Hagámoslo juntos».
Siente la diferencia
Tomé la varilla de metal y me guió frente a él. Envolvió sus manos sobre las mías y comenzó a guiar mis movimientos. La ceniza siguió cayendo por la rejilla y lo que quedó atrás fue un pequeño montón de brasas. Mi padre me preguntó: «¿Sientes mucho calor?»
Me reí y dije: «¡No, papá! ¡Claro que no!»
Mi padre se rió entre dientes y luego respondió: «¡Me imagino que no! Ciertamente, como están, no van a calentar la casa, pero observa lo que sucede cuando hago esto». Dejó el atizador, se colocó más cerca de la estufa y comenzó a soplar con fuerza sobre las brasas. De repente, comenzaron a brillar de un rojo intenso. Mi padre entonces dijo: «Toma, inténtalo tú». Emulé sus acciones y soplé tan fuerte como pude. Asimismo, las brasas se volvieron de un rojo vibrante por un breve instante. Mi padre preguntó: «Ves la diferencia, pero ¿también sentiste la diferencia?»
Sonriendo, respondí: «¡Sí! ¡Estuvo caliente por un segundo!”
«Exactamente», intervino mi padre: «Retiramos las cenizas para que el oxígeno pueda alimentar las brasas. El oxígeno es absolutamente necesario; las brasas arden más, como viste. Luego alimentamos el fuego con otros objetos inflamables pequeños, comenzamos con los de menor tamaño y luego pasamos a objetos más grandes».
Mi padre me indicó que sacara periódicos y palitos de la caja de leña. Mientras tanto, fue a la terraza lateral y recogió varias tablas y troncos más grandes. Luego arrugó el periódico y lo colocó sobre la pequeña pila de brasas. Luego me indicó que soplara sobre la pila como lo había hecho antes. «¡Sigue! ¡No pares! ¡Ya casi lo logras!», me animó mi padre, hasta que de repente y de manera igualmente sorprendente, el periódico se incendió. Sobresaltado salté un poco hacia atrás, pero luego me calmé por la ráfaga de calor que también sentí.
En ese momento, recuerdo haber sonreído de oreja a oreja, y mi padre que también sonreía, me indicó: «Ahora, podemos comenzar a agregar elementos un poco más grandes. Empezaremos con estas ramitas y demás. Se encenderán como el papel. Observa…” Efectivamente, al cabo de unos momentos, las ramitas ardían. El calor era considerable. Mi padre añadió troncos pequeños y tablas de vallas viejas y esperó como antes. Yo tuve que dar marcha atrás porque el calor era insoportable de cerca. Finalmente, 30 o 40 minutos después, el fuego estaba literalmente rugiendo cuando mi padre puso el tronco más grande. Y dijo: “Con estos, el fuego arderá durante varias horas durante la noche. Has aprendido que lo más difícil es encender el fuego. Una vez que arde, es fácil mantenerlo encendido siempre que lo alimentes y permitas que el oxígeno avive las llamas. Un fuego sin oxígeno, sin combustible, se extingue”.
Para recordar…
El deseo de Dios está escrito en el corazón humano. El hecho de que los seres humanos estén hechos a imagen y semejanza de Dios da como resultado una brasa, un deseo de felicidad que yace en cada uno de nosotros. Esta brasa nunca se puede extinguir, pero si no se cuida, deja a su dueño infeliz y sin propósito. Quitamos las cenizas (a través del Bautismo) y permitimos que el amor de Dios avive la llama. Nuestro deseo más profundo comienza a oxigenarse y comenzamos a sentir los efectos del amor de Dios.
A medida que el amor de Dios estimula el fuego interior para que crezca, requiere sustento: una elección activa diaria para encender la llama. La Palabra de Dios, la oración, los sacramentos y las obras de caridad mantienen la llama bien alimentada. Si no recibimos ayuda, nuestras llamas se reducen una vez más a una brasa que lucha por arder, hambrienta del oxígeno que solo Dios puede proporcionar.
Nuestro libre albedrío nos permite decir «sí» a Dios. Esto no sólo satisface nuestro deseo individual innato de felicidad, sino que nuestro “sí” puede incluso encender el deseo de conversión de otra persona, dando validez a las palabras de san Ignacio: “Ve y enciende al mundo entero”.
'Desconectada de Dios, sumida en la desesperación… Sin embargo, en el oscuro vacío de mi vida, “alguien” inesperadamente se acercó a mí.
Tres abortos espontáneos seguidos… Cada una de esas pérdidas fue emocionalmente más difícil, médicamente más complicada, y el proceso de recuperación se hizo más largo. Después del tercer aborto espontáneo, me encontré en una temporada increíblemente oscura de profunda depresión.
Estaba tan enojada con el Señor por permitir que estas pruebas ocurrieran en mi vida. ¿Por qué permitiría Él que esto le sucediera a una buena católica que ha intentado hacer todo bien?
Durante unos 18 meses decidí no hablar con Dios. Seguimos siendo católicos por deber, cumpliendo con las obligaciones, asistiendo a misa, rezando antes de las comidas… simplemente haciendo la misma rutina. Pero en mi corazón no estaba rezando en absoluto, excepto por esta oración honesta que repetía en mi interior: “Te pertenezco. No me gusta lo que estás haciendo y no entiendo nada de esto, pero lo único peor que lo que siento ahora sería estar completamente sin la esperanza del cielo, sin la esperanza de ver algún día a los pequeños que perdí…” Así que hice este trato con Dios: “Si sigo haciendo lo correcto, Tú deberías cumplir tu parte del trato; al final de mi vida me dejarás entrar al cielo para ver a los pequeños que perdí”.
Pero estaba en caída libre. Desconectada de Dios, ya no era una buena madre y tampoco una buena amiga. Tuve que cerrar mi pequeño negocio porque no podía mantener el ritmo de las demandas de la vida. A través de este vacío, alguien se acercó a mí, ¡alguien inesperado!
Gritándole a Dios
El Rosario solía ser una oración diaria en la escuela secundaria y los primeros años de universidad, pero una vez que me casé y comenzaron a llegar los niños, puse el Rosario en un estante y pensé: “Esa es una oración para personas que tienen mucho tiempo, y yo ciertamente no lo tengo; así que tal vez más tarde, cuando sea un poco mayor, lo bajaré del estante.” Pero en la profunda oscuridad comencé a sentir un llamado a rezar el Rosario nuevamente. Se sentía totalmente ridículo porque todavía estaba muy, muy enojada con el Señor y no tenía ningún deseo de rezar. Con cuatro niños pequeños no tenía tiempo. Así que seguí posponiéndolo y sacándolo de mi mente, pero el Señor comenzó a ser más y más persistente.
Comencé a encontrar señales en los lugares más improbables: un rosario que nunca había visto antes apareció en mi auto cerrado, mi hijo pequeño me entregó mi rosario de confirmación que no había visto en años, personas al azar que ni siquiera eran católicas simplemente me daban rosarios (como esa vez cuando alguien me dio un rosario y dijo: “Estaba limpiando el escritorio de mi abuela y pensé que querrías esto”).
Llegué al punto en que ya no podía negar lo que el Señor me estaba pidiendo. Por primera vez en 18 meses dije una oración. Una expresión más honesta sería que le grité a Dios; fue una oración muy sarcástica. Entré en la iglesia, fui directo al altar y expuse todas mis excusas: no podía encontrar el tiempo para rezar el Rosario, la mayoría de las veces ni siquiera podía encontrar ninguno de mis rosarios, y si lograba encontrar tiempo y encontrar los rosarios, mis hijos me interrumpirían, tendría problemas para retomar donde lo dejé… sin mencionar que mis hijos probablemente ya habrían roto todos los rosarios que tengo. Ni siquiera esperé una respuesta del Señor, simplemente me di la vuelta y salí de la iglesia diciendo: “¿Ves? Te dije que es ridículo rezar el Rosario.”
Nada mejor que esto
Una semana después de eso, me inspiré para diseñar un brazalete de rosario que literalmente resolvía cada una de esas excusas que había dado. Siempre está a mano, así que nunca olvido rezar; es súper resistente, por lo que mis hijos no pueden romperlo, pero la parte realmente revolucionaria fue el dije de crucifijo móvil que funciona como un pequeño marcador, lo que me permitió retomar desde donde lo dejé. Rezaba en los momentos tranquilos que se escondían a lo largo de mi día. Entre cuidar a los niños, hacer las tareas y hacer los mandados, siempre podía encontrar un minuto aquí o 10 minutos allá para rezar algunas Avemarías o, a veces, incluso una decena completa.
Poco a poco, a lo largo del día, comencé a rezar un Rosario completo. Todavía estaba muy enojada y rota, y no tenía mucha esperanza de que el Rosario solucionara todo, pero estaba tan cansada que sabía que esto no podía hacer daño. Estaba desesperada—no había nada mejor que hacer, así que sentí que bien podría intentar esto.
La sanación no ocurrió de inmediato. No fue un momento de sanación televisiva donde los cielos se abrieron y la gloria descendió. Fue un viaje muy lento, de la misma manera en que rezamos el Rosario, cuenta por cuenta, paso a paso, oración por oración. Poco a poco, Nuestra Señora comenzó a ser realmente una madre para mí. Lo que comencé a ver en esa oscuridad no fue la María con la que crecí, la María de Nazaret o la María de las tarjetas navideñas, una María de veinte años con piel impecable. En cambio, encontré a María en el calvario, una madre con el rostro lleno de lágrimas, manchada de sangre, cansada del camino, que sabía lo que era sufrir y perder a alguien que amaba profundamente. ¡A esta mujer podía entenderla! A esta madre necesitaba desesperadamente en esta temporada de mi vida.
Después de todo, no era ella quien me enojaba. Pero ella como mi madre, de manera tan gentil, entró en este lugar crudo y roto en el que estaba y me condujo lentamente hacia los brazos de mi Padre Celestial. Pero esa fue solo una parte; había otra parte de mi vida que todavía estaba en caos.
Comienza una conversación
El tercer aborto espontáneo había sido física y emocionalmente demasiado difícil; como fue en el segundo trimestre, tuvimos que ir al hospital, pasar por el trabajo de parto y dar a luz a nuestro hijo.
Desde allí, mi esposo y yo tomamos caminos diferentes de duelo. Yo me cerré y me retiré, y él se volcó en el trabajo, bebiendo y excediéndose en muchas formas. Nuestra relación se fracturó.
Cuando comencé a rezar el Rosario y empecé mi camino de sanación, traté de animarlo también, pero él lo rechazó. Poco a poco volví a abrir mi negocio, puse el brazalete de rosario que el Señor me inspiró en la tienda y eso realmente comenzó a despegar. Seguía pidiéndole que se uniera a mí; le di un brazalete de rosario que comenzó a usar, pero no estaba rezando con él. Fue entonces cuando comencé a rezar intencionadamente mi Rosario todos los días por él.
Usaba esos momentos tranquilos para rezar y dejar que mi familia viera que estaba rezando entre las tareas. Mi esposo comenzó a notar no solo eso, sino también el cambio en mí. Poco a poco cedió y toda nuestra familia comenzó a experimentar esta reconversión a través de Nuestra Señora. Pero, como ves, ese no fue el final feliz.
Llega otro abrazo
¡Llegó otro aborto espontáneo! La misma habitación de hospital, la misma enfermera… Le preguntaba al Señor: “¿Qué estás haciendo? ¿Por qué estás echando sal en la herida al repetir el día más horrible de mi vida?”
Esto fue más profundo y peor que antes porque también estaba reviviendo el trauma de algunas de esas otras pérdidas. Pero a pesar de todo, comencé a ver lentamente a lo largo de ese día que fue increíblemente horrible de muchas maneras. Mientras estaba en trabajo de parto y dando a luz, estaba totalmente abrumada por el dolor y lloraba desconsoladamente. Pero esta vez, en lugar de sentirme completamente sola, sentí la presencia física de Nuestra Señora sosteniéndome como lo haría una madre mientras lloraba. En la parte más dolorosa del trabajo de parto, sentí que Nuestra Señora me entregaba físicamente a Dios Padre y me ponía en sus brazos como su hija. Sentí en ese momento a Dios Padre llorando junto conmigo. Sentí su pecho agitándose junto al mío.
La verdad es que todavía no estoy del todo bien. Sigo lidiando con lo que pasó y toda la ira que siento… Nuestra Señora entró como mi madre para ayudar a sanar mi relación con nuestro Padre. Que ella me mostrara su corazón, inició en mí un proceso increíblemente sanador y restaurador. Un día que habría sido uno de los peores días de mi vida, gracias a su bondad y gentileza, se convirtió en un día de sanación para nosotros de una manera que nunca podría haber imaginado.
'La vida puede ser impredecible, pero Dios nunca deja de sorprenderte.
Hace casi tres años escribí un artículo para esta misma revista, en medio del duelo por la pérdida de nuestro bebé. Mi esposo y yo habíamos estado casados por casi dos años y habíamos estado orando por un bebé todo el tiempo. Hubo tanta emoción y alegría cuando nos enteramos de que estaba embarazada que nunca pudimos anticipar la pérdida en un aborto espontáneo.
Estábamos allí, en medio de todo esto, siendo desafiados a confiar en Dios y sus misteriosos planes. Para ser honesta, no quería confiar en un plan cuyo resultado era el dolor, y tampoco quería tener esperanza en un Dios que lo permitiera. Quería a nuestro bebé en mis brazos. Pero mi esposo y yo elegimos el difícil camino de confiar en Dios y en su providencia, para que todo el dolor y el sufrimiento pudieran y siguieran siendo utilizados para el bien. Elegimos la esperanza para nuestro bebé en el cielo y la esperanza para nuestro futuro aquí en la tierra.
Por encima de todo
Innumerables veces en mi vida, el versículo 11 de Jeremías 29 me ha anclado profundamente. Esta vez, sin embargo, Él me llevó a centrarme en lo que sigue. Esas palabras han quedado grabadas en mi corazón y me han convencido de la providencia permanente de Dios. «Cuando me busquen y vengan a suplicarme, Yo los escucharé. Cuando me busquen, me encontraran. Sí, cuando me busquen con todo su corazón, los dejaré encontrarme, y cambiaré su suerte…» (12-14).
Nuestro Padre amoroso me llamaba a acercarme cuando yo realmente no tenía ganas de hacerlo. Él dijo: llama, ven, ora, mira, encuentra, busca. Él me pide a mí (y a ti), que lo elijamos y nos acerquemos más a Él, en el momento que experimentemos el dolor en nuestros corazones, cuando somos tentados a creer que el dolor que estamos sintiendo es todo lo que realmente hay para nosotros. Luego, cuando lo hemos buscado, Él promete dejarnos encontrarlo y cambiar nuestra suerte. No es ambivalente al respecto; Él usa la frase «Lo haré» tres veces. Él no dice tal vez, Él es un hecho.
Doble bendición
Aunque han pasado tres años desde nuestro aborto espontáneo, recientemente recordé cómo esta promesa en Jeremías 29 se ha manifestado en mi vida y cómo Dios ha cambiado absolutamente mi suerte en términos de maternidad. Él nos ha hecho a mí y a mi esposo testigos; y la forma amorosa en la que Él responde a las oraciones no debe olvidarse ni pasarse por alto. No hace mucho tiempo, recibí un correo electrónico de una amiga que considero mi alma gemela. Después de haber estado en oración esa mañana, me escribió: «Dios me recompensó… ¡Aquí están, celebrando la misericordia y el amor de Dios con una doble bendición! ¡Alabado sea Dios!»
Nuestra esperanza y deseo de confiar en los planes de Dios y de buscarlo a Él ha cambiado nuestra suerte y se ha transformado en la mayor «recompensa de doble bendición» con la que podríamos haber soñado: dos hermosas niñas. Han pasado tres años desde que mi esposo y yo atravesamos la pérdida de nuestro primer bebé, y nada podría reemplazar a ese pequeño, pero Dios no nos dejó estériles.
En agosto de 2021, fuimos bendecidos con el parto de nuestra primera niña, y en agosto pasado, vimos la bendición de nuestra segunda niña. ¡Una doble bendición, sin duda! ¡Estamos viviendo la fidelidad de Dios a través de nuestra esperanza transformada! Somos testigos de la insondable misericordia y amor de Dios. Nos hemos convertido en co-creadores con el Creador, y a través de nuestra esperanza en su fidelidad, Él, de hecho, ha cambiado nuestra suerte.
Estoy asombrada por las maravillas que Dios hace y te invito a que también refuerces tu esperanza en el Señor. Aférrate a la esperanza que transforma, búscalo con todo tu corazón y observa cómo Él cambia tu suerte tal como lo promete.
Como me dijo mi amiga ese día: «Bendigamos siempre al Señor que ha sido tan misericordioso con nosotros».
'Un regalo al cual puedes tener acceso desde cualquier lugar del mundo, y adivina qué: ¡Es gratis! Y no nada más para ti, sino para todos.
Imagina que estas perdido en un pozo de oscuridad y andas a tientas, sin esperanza. De pronto, ves una gran luz y a alguien acercándose a ti para rescatarte. ¡Qué alivio! La sobrecogedora paz y alegría no puede ser expresada completamente con palabras. La samaritana se sintió así cuando conoció a Jesús en el pozo. Él le dijo: “Si conocieras el don de Dios, y supieras quién es el que te dice ‘dame de beber’, tú le hubieras pedido a Él y Él te habría dado agua viva” (Juan 4, 10). Tan pronto escuchó estas palabras, Jesús se dio cuenta de que ella había estado esperando esto durante toda su vida. “Dame de esta agua, para que nunca más vuelva a tener sed”, imploró (Juan 4,15). Y fue hasta entonces que, en respuesta a su petición y a su sed por el conocimiento del Mesías, que Jesús se le reveló: “Yo soy Él. El que te habla” (Juan 4,16).
Él es el agua viva que sacia toda sed, -la sed de aceptación, la sed de entendimiento, la sed de perdón, la sed de justicia, la sed de felicidad y lo más importante, la sed de amor, el amor de Dios.
Hasta que pidas…
El don de la presencia y misericordia de Cristo está disponible para todos. “Dios demuestra su amor por nosotros en que, aun siendo pecadores, Cristo murió por nosotros” (Romanos 5,8). Él murió por cada pecador para que, por la sangre de Cristo, podamos ser limpiados de nuestro pecado y reconciliados con Dios. Pero, como la samaritana, necesitamos pedirle a Jesús.
Como católicos, podemos hacer esto fácilmente a través del sacramento de la penitencia, confesando nuestros pecados y reconciliándonos con Dios cuando el sacerdote nos absuelve del pecado, usando el poder dado por Dios para actuar in persona Christi (en la persona de Cristo). Me da mucha paz el frecuentar este sacramento, porque entre más lo hago, me vuelvo más receptiva a la acción del Espíritu Santo. Puedo sentirlo hablando a través de mi corazón, ayudándome a discernir entre el bien y el mal, creciendo en virtud a medida que huyo del vicio.
Entre más frecuentemente me arrepiento de mis pecados y vuelvo mi mirada a Dios, me vuelvo más sensible a la presencia de Jesús en la sagrada eucaristía. Me doy cuenta de su presencia en aquellos que lo han recibido en la sagrada comunión. Siento su calor en mi corazón cuando el sacerdote pasa junto a mí con el copón lleno de hostias consagradas.
Seamos honestos al respecto. Mucha gente se forma para recibir la comunión, pero en cambio muy pocas personas hacen fila para la confesión. Es tan triste que tantas personas se estén perdiendo de tan importante fuente de gracia, tan importante para fortalecernos espiritualmente. Aquí hay algunos aspectos que me ayudan a sacar el máximo provecho de la confesión.
1. Prepárate
Es necesario un minucioso examen de consciencia antes de la confesión. Prepárate repasando los mandamientos, los siete pecados capitales, los pecados de omisión, los pecados contra la pureza, la caridad, etc. Para una sincera confesión, la consciencia de pecado es un requisito previo, así que siempre es útil pedirle a Dios que nos ilumine sobre ciertos pecados que cometimos pero que son desconocidos para nosotros. Pídele al Espíritu Santo que te recuerde los pecados que has olvidado, o que haga de tu conocimiento donde te has equivocado inconscientemente. Algunas veces nos engañamos a nosotros mismos pensando que algo está bien cuando en realidad no lo está.
Una vez que estemos bien preparados, podemos buscar nuevamente la ayuda del Espíritu Santo para que admitamos con determinación nuestras fallas con un corazón contrito. Incluso si no nos acercamos a la confesión con el corazón perfectamente contrito, esto puede suceder durante la confesión por la misma gracia presente en el sacramento. Independientemente de lo que sientas acerca de ciertos pecados, es bueno confesarlos de todos modos; Dios nos perdona en este sacramento si honestamente admitimos nuestros pecados, reconociendo lo que hemos hecho mal.
2. Sé honesto
Se honesto contigo mismo acerca de tus propias debilidades y fallas. Admitir las luchas y sacarlas de la oscuridad a la luz de Cristo te liberará de la culpa paralizante y te fortalecerá en contra de los pecados que tiendes a cometer repetidamente (como las adicciones). Recuerdo una ocasión, en la confesión, cuando le dije al sacerdote acerca de cierto pecado del cual parecía que no podía salir, el oro por mí, específicamente para recibir la gracia del Espíritu Santo para que me ayudara a vencer ese pecado. La experiencia fue tan liberadora.
3. Sé humilde
Jesús le dijo a Santa Faustina que: “Un alma no se beneficia como debería del sacramento de la penitencia si no es humilde. El orgullo la mantiene en la oscuridad” (Diario 113). Es humillante arrodillarte frente a otro ser humano y encontrar abiertamente las áreas oscuras de tu vida. Recuerdo que una vez recibí un sermón muy largo al confesar un pecado grave y fui reprendida por confesar el mismo pecado repetidamente. Si puedo aprender a ver estas experiencias como las amorosas correcciones de un Padre que se preocupa tanto por mi alma y me humillo voluntariamente, esas amargas experiencias pueden convertirse en bendiciones.
El perdón de Dios es una poderosa indicación de su amor y fidelidad. Cuando entramos en su abrazo y confesamos lo que hemos hecho, esto restaura nuestra relación con Él como nuestro Padre y nosotros sus hijos. Esto también restaura nuestra relación con los demás que pertenecen a un solo cuerpo: El cuerpo de Cristo. La mejor parte de recibir el perdón de Dios es el cómo restaura la pureza de nuestra alma, para que cuando nos veamos a nosotros mismos y a los demás, podamos ver a Dios morando en todos.
'Un primer encuentro, una pérdida y un reencuentro cautivadores… Esta es una historia de amor sin fin.
Tengo un buen recuerdo de la infancia, de un día mágico en el que me encontré con Jesús en la adoración eucarística. Quedé hipnotizada por Jesús Eucaristía, que se encontraba en una majestuosa custodia, mientras el incienso se elevaba hacia Él.
Al balancearse el incensario, el humo aromático se elevaba hacia Jesús en la custodia, y toda la congregación cantaba al unísono: «Oh Sacramento Santísimo, oh Sacramento Divino, toda alabanza y toda acción de gracias, sean tuyas en cada momento».
Encuentro muy esperado
Anhelaba tocar el incensario yo misma y empujarlo suavemente hacia adelante para poder hacer que el incienso se elevara hasta el Señor Jesús. El sacerdote me hizo un gesto para que no tocara el incensario y dirigí mi atención al humo del incienso que se elevaba junto con mi corazón y mis ojos, al Señor Dios plenamente presente en la Eucaristía.
Este encuentro llenó mi alma de mucha alegría. La belleza, el olor del incienso, toda la congregación cantando al unísono, y la visión del Señor siendo adorado en la Eucaristía… Mis sentidos estaban rebosados, dejándome con ganas de volver a vivir esta experiencia. Todavía me llena de mucha alegría recordar ese día.
Sin embargo, en mi adolescencia perdí mi fascinación por este tesoro, privándome de una fuente de santidad tan grande. Como niña que era, pensaba que tenía que rezar continuamente durante todo el tiempo de la adoración eucarística y una hora entera me parecía demasiado tiempo para esto. ¿Cuántos de nosotros hoy dudamos en ir a la adoración eucarística por razones similares: estrés, aburrimiento, pereza o incluso miedo? La verdad es que nos privamos de este gran regalo.
Más fuerte que nunca
En medio de las luchas y pruebas de mi juventud adulta, recordé dónde había recibido anteriormente tanto consuelo y regresé a la adoración eucarística en busca de fuerza y sustento. Los primeros viernes, descansaba en silencio en la presencia de Jesús en el Santísimo Sacramento, durante una hora entera; simplemente permitiéndome estar con Él, hablando con el Señor sobre mi vida, implorando su ayuda repetidamente, pero profesando suavemente mi amor por Él. La posibilidad de presentarme frente a Jesús Eucarístía y permanecer en su divina presencia durante una hora me atraía una y otra vez. Conforme han pasado los años, me doy cuenta de que la adoración eucarística ha cambiado mi vida de manera profunda, en la medida en que me vuelvo más y más consciente de mi identidad como hija amada de Dios.
Sabemos que nuestro Señor Jesús está verdadera y plenamente presente en la Eucaristía: su cuerpo, sangre, alma y divinidad. La Eucaristía es Jesús mismo. Pasar tiempo con Jesús Eucaristía puede curar tus males, limpiarte de tus pecados y llenarte de su gran amor. Por lo tanto, animo a todos a tomar una Hora Santa regular. Cuanto más tiempo acumules con el Señor en la adoración eucarística, más fuerte será tu relación personal con Él. No cedas a la vacilación inicial, y no tengas miedo de pasar tiempo con nuestro Jesús Eucaristía, porque es el amor y la misericordia misma, bondad y sólo bondad.
'¿Sabías que todos hemos sido invitados al mayor banquete de la historia de la humanidad?
Hace unos años leía con mis alumnos la historia del nacimiento de Dioniso. Perséfone, cuenta la leyenda, fue preñada por Zeus y entonces ella pidió verlo en su verdadera forma. Pero una criatura finita no puede mirar a un ser eterno y vivir. Así que la mera visión de Zeus hizo que Perséfone estallara, allí mismo, en el acto. Uno de mis alumnos me preguntó por qué no explotamos cuando recibimos la Eucaristía. Le dije que no lo sabía, pero que no estaba de más estar preparados.
El enfoque
Todos los días, y en todas las iglesias católicas del mundo, se produce un gran milagro, el mayor milagro de la historia del mundo: el creador del universo se encarna en el altar, y se nos invita a acercarnos a ese altar para tomarlo en nuestras manos… si nos atrevemos. Hay quienes sostienen -y de forma convincente- que no deberíamos atrevernos a acercarnos y tomar la Eucaristía como si fuera una entrada de cine o un pedido de auto-servicio. Hay otros que argumentan, también de forma convincente, que la mano humana es un trono digno para un Rey tan humilde. Sea como sea, debemos estar preparados.
En 2018 visité la Torre de Londres con mi familia. Hicimos cola durante una hora y media para ver las joyas de la corona. ¡Una hora y media! Primero, nos dieron las entradas; después, vimos un vídeo documental; poco después, nos condujeron a través de una serie de pasillos de terciopelo y cuerdas, entre vasijas de plata y oro, armaduras, lujosos y costosos trajes de piel, satén, terciopelo y oro tejido… hasta que, por fin, pudimos echar un breve vistazo a la corona a través de un cristal a prueba de balas y por encima de los hombros de guardias fuertemente armados. Todo eso sólo para ver la corona de la Reina.
Hay algo infinitamente más precioso en cada misa católica.
Deberíamos estar preparados.
Deberíamos estar temblando.
Turbas de cristianos deberían estar luchando por ver este milagro.
Entonces, ¿dónde está todo el mundo?
Durante la pandemia, cuando se cerraron las puertas de la Iglesia a los fieles, y se nos prohibió -bueno, se les prohibió- presenciar este milagro en persona, ¿cuántos suplicaron a la Iglesia que tuviera el valor de confiar en que preferiríamos morir, antes que privarnos de este milagro? (No me malinterpreten. No culpo a la Iglesia por esta decisión que se basó en los mejores consejos médicos).
No recuerdo haber oído hablar de ninguna indignación; pero en aquel entonces, yo estaba ocupado, escondido en el claustro, esterilizando encimeras y pomos de puertas.
¿Qué darías por haber estado allí en Caná cuando Jesús obró su primer milagro, en presencia de la Reina del Cielo? ¿Qué darías por haber estado allí aquella primera noche de Jueves Santo? ¿O haber estado al pie de la Cruz?
Tú puedes hacerlo. Has sido invitado. Sé consciente y prepárate.
'La soledad es la nueva normalidad en todo el mundo, ¡pero no para esta familia! Sigue leyendo y descubre este increíble consejo para estar siempre conectados.
Hace poco mi hogar se transformó en nido vacío. Mis cinco hijos viven a horas de distancia unos de otros, lo que hace que las reuniones familiares sean escasas. Esta es una de las consecuencias agridulces de lanzar con éxito a tus hijos: a veces pueden volar bastante lejos.
Las pasadas navidades, toda nuestra familia tuvo la feliz ocasión de visitarnos. Al final de esos tres alegres días, cuando llegó la hora de las despedidas, oí a un hermano decirle a otro: «Nos vemos en la Eucaristía».
Este es el camino; así es como nos mantenemos unidos. Nos aferramos a la Eucaristía, y Jesús nos une.
Ciertamente nos echamos de menos y desearíamos pasar más tiempo juntos. Pero Dios nos ha llamado a trabajar en pastos diferentes y a contentarnos con el tiempo que se nos ha dado. Así que, entre visitas y llamadas telefónicas, vamos a misa y seguimos conectados.
¿Te sientes solo?
Asistir al santísimo sacrificio de la misa nos permite entrar en una realidad que no está limitada por el espacio y el tiempo. Es salir de este mundo y entrar en un espacio sagrado donde el cielo toca la tierra de una manera real, y estamos unidos con toda la familia de Dios; los que adoran tanto aquí en la tierra como en el cielo.
Al participar en la sagrada comunión, nos damos cuenta de que no estamos solos. Una de las últimas palabras de Jesús a sus discípulos fue: «Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo» (Mateo 28, 20). La Eucaristía es el inmenso don de su continua presencia con nosotros.
Naturalmente, extrañamos a los seres queridos que ya no están con nosotros; a veces, el dolor puede ser muy intenso. Es en esos momentos cuando debemos aferrarnos a la Eucaristía. En los días particularmente solitarios, hago un esfuerzo adicional para llegar a misa un poco antes y quedarme un poco más, después. Intercedo por cada uno de mis seres queridos y recibo el consuelo de saber que no estoy sola y que estoy cerca del corazón de Jesús. Rezo para que los corazones de mis seres queridos también estén cerca del corazón de Jesús, para que podamos estar juntos. Jesús prometió: «Pero cuando yo sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí» (Juan 12,32).
Increíblemente cerca
Una de mis frases favoritas de la plegaria eucarística es ésta: «Pedimos humildemente que el Espíritu Santo congregue en la unidad a cuantos participamos del Cuerpo y la Sangre de Cristo».
Dios reúne lo que antes estaba disperso y nos atrae hacia el único cuerpo de Cristo. En la misa, el Espíritu Santo tiene la misión especial de unirnos. Necesitamos absolutamente la ayuda de Dios para estar en verdadera comunión con los demás.
¿Alguna vez has estado en la misma habitación que alguien, pero te ha parecido estar a un millón de kilómetros de distancia? Lo contrario también puede ser cierto. Aunque estemos a kilómetros de distancia, podemos sentirnos increíblemente cerca de los demás.
La última realidad
El año pasado me sentí especialmente cerca de mi abuela en la misa de su funeral. Fue muy reconfortante, porque sentí que ella estaba allí con nosotros, especialmente durante la plegaria eucarística y la sagrada comunión. Mi abuela tenía una gran devoción a la Eucaristía y se esforzó por asistir a misa todos los días mientras pudo hacerlo físicamente. Yo estaba muy agradecida por ese tiempo de intimidad con ella y siempre lo atesoraré. Esto me recuerda otra parte de la plegaria eucarística:
«Acuérdate también de nuestros hermanos y hermanas que se han dormido en la esperanza de la resurrección y de todos los que han muerto; por tu misericordia acógelos a la luz de tu rostro. Ten piedad de todos nosotros, te rogamos, para que con la bienaventurada virgen María, Madre de Dios, el bienaventurado San José, su esposo, los bienaventurados apóstoles y con todos los santos que te han complacido a lo largo de los siglos, merezcamos ser coherederos de la vida eterna, y podamos alabarte y glorificarte por medio de tu Hijo Jesucristo».
Mientras estamos en misa o en adoración eucarística, estamos en la presencia real de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. También nos acompañan los santos y los ángeles en el cielo. Un día veremos esta realidad por nosotros mismos. Por ahora, creemos con los ojos de la fe.
Armémonos de valor cada vez que nos sintamos solos o extrañemos a un ser querido. El corazón amoroso y misericordioso de Jesús late constantemente por nosotros y anhela que pasemos tiempo con Él en la Eucaristía. Aquí es donde encontramos nuestra paz; aquí es donde se alimenta nuestro corazón. Como San Juan, descansemos en paz sobre el pecho amoroso de Jesús y recemos para que muchos otros encuentren el camino hacia su Sagrado Corazón Eucarístico. Entonces, estaremos verdaderamente juntos.
'Perdí mi iPhone hace un año. Al principio, se sintió como si me hubieran amputado una extremidad. Lo había tenido durante trece años, y era como una extensión de mí misma. En los primeros días, usaba ese «nuevo iPhone» como un teléfono, pero pronto se convirtió en despertador, calculadora, las noticias, el clima, la banca y mucho más. Y entonces… lo perdí.
Cuando me vi obligada a desintoxicarme, tuve muchos problemas urgentes. Mis listas de compras ahora necesitaban ser escritas en papel; me compré un despertador y una calculadora. Echaba de menos el ‘ping’ diario de los mensajes y la necesidad de abrirlos (y la sensación de saberme querida).
Pero estaba sintiendo la paz de no tener este pequeño pedazo de metal controlando mi vida.
No me había dado cuenta de lo exigente y controlador que era ese dispositivo hasta que desapareció. El mundo no se detuvo. Solo tuve que volver a aprender nuevas y viejas formas de interactuar con el mundo, como hablar con la gente cara a cara y hacer planes para eventos. No tenía prisa por reemplazarlo. De hecho, su desaparición condujo a un revolución bienvenida en mi vida.
Empecé a experimentar con medios mínimos de comunicación en mi vida. No se permiten periódicos, revistas, radio, televisión ni teléfono. Mantuve un iPad para los correos electrónicos del trabajo, videos seleccionados de YouTube los fines de semana y algunas páginas de noticias independientes. Fue un experimento, pero uno que me ha dejado tranquila y en paz, y que me ha permitido usar mi tiempo para la oración y las Escrituras.
Ahora puedo aferrarme a Dios más fácilmente, quien es «el mismo, ayer, y hoy, y por los siglos» (Hebreos 13, 8). El primer mandamiento nos pide «amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu mente y con toda tu alma, y amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Mc 12, 30-31). Me pregunto ¿cómo podemos hacer eso cuando nuestra mente está en nuestros teléfonos durante la mayor parte del día?
¿Realmente amamos a Dios con nuestras mentes? Romanos 12:2 dice: «No se conformen al modelo de este mundo, sino transfórmense por la renovación de su mente».
Les reto a que se abstengan de los medios de comunicación, aunque sea por un rato o hasta por un ratito. Sientan cómo esa diferencia transforma sus vidas. Solo cuando nos demos un respiro podremos amar al Señor nuestro Dios con mentes renovadas.
'Tenía tres años cuando mi vida dio un vuelco. ¡Nada volvió a ser igual, hasta que lo conocí!…
A los tres años tuve mucha fiebre seguida de una convulsión repentina, tras la cual comencé a mostrar signos de parálisis facial. Cuando tenía cinco años, mi rostro se volvió visiblemente asimétrico. La vida dejó de ser tranquila.
A medida que mis padres seguían buscando nuevos hospitales, el dolor y el daño mental que sufrí se volvieron insoportables: preguntas recurrentes, miradas extrañas, efectos y secuelas de nuevos medicamentos que recibía de cuando en cuando.
Arrastrándome hacia un capullo
Me sentía cómoda sola porque, irónicamente, los grupos me hacían sentir sola. Tenía mucho miedo de que los niños de la casa de junto lloraran en voz alta si tan solo les sonreía. Recuerdo los dulces que mi papá traía a casa todas las noches, para ayudarme a beber la desagradable medicina que estaba sobrecargada de amargura. Las caminatas semanales con mi madre por los pasillos del hospital para las sesiones de fisioterapia nunca fueron un paseo de fin de semana: cada vez que las vibraciones del estimulador golpeaban mi cara, las lágrimas comenzaban a rodar.
Hubo algunas almas hermosas que calmaron mis miedos y mi dolor, como mis padres, que nunca se dieron por vencidos conmigo. Me llevaron a todos los hospitales que pudieron y probamos una variedad de tratamientos. Más tarde, también los vería devastados cuando me sugirieron la neurocirugía.
Por primera vez en mi vida sentí que debería tomar yo misma el timón de mi vida y mi enfermedad. Tenía que hacer algo. Entonces, durante el primer semestre de la universidad, sin poder soportarlo más, decidí suspender los medicamentos.
Descubriendo la belleza
Después de dejar los medicamentos sentí una descarga de adrenalina porque finalmente hice algo por mi cuenta. Le di la bienvenida a una nueva vida, pero no tenía ni idea de cómo debería de vivirla. Empecé a escribir más, a soñar más, a pintar más y a buscar colores en todas las zonas grises de la vida. Fueron los días en que comencé a participar activamente en el Movimiento Juvenil de Jesús (movimiento católico internacional aprobado por la Santa Sede). Poco a poco comencé a aprender a cómo abrirme al amor de Dios y sentirme amada nuevamente.
Darme cuenta de la importancia del estilo de vida católico me ayudó a comprender mi propósito. Empecé a creer nuevamente que soy mucho más que todo lo que me ha pasado. Ahora, cuando miro hacia atrás, a esos momentos marcados por puertas cerradas, puedo ver claramente que en cada rechazo, la presencia siempre compasiva de Jesús me acompañó, envolviéndome con su amor y comprensión ilimitados. Reconozco en quién me he convertido y las heridas que han sanado.
Una razón para resistir
Nuestro Señor dice: “Ya que eres precioso a mis ojos, digno de honra, y yo te amo, daré a otros hombres en lugar tuyo, y a otros pueblos por tu vida. No temas, porque yo estoy contigo” (Isaías 43,4-5).
Encontrarlo en mis inseguridades nunca fue una tarea fácil. Aun cuando tenía muchas razones para seguir adelante, estaba siempre buscando esa única razón para permanecer. Esto me dio fuerza y confianza para superar mis vulnerabilidades. El viaje para encontrar mi valor, dignidad y gozo en Cristo fue simplemente maravilloso. A menudo nos quejamos de no encontrar la gracia, aun cuando hemos logrado salir adelante de los problemas. Creo que todo esto se trata de ver más allá de las luchas. Expresar con honestidad que no hay enojo ante el más mínimo e inesperado cambio, trae luz a tu vida.
Fue todo un viaje. Y mientras Él sigue escribiendo mi historia, yo aprendo cada día a abrazar más, a extender la mano sin inhibiciones y a dejar espacio para las pequeñas alegrías de la vida. Mis oraciones ya no contienen la necesidad constante de las cosas que deseo. En cambio, le pido que me fortalezca para decir “amén” a los cambios que siguen ocurriendo en el camino.
Oro para que Él me sane y transforme todas las influencias negativas que aún están dentro de mí y a mi alrededor.
Le pido que reavive las partes de mí que se perdieron.
Le agradezco por todo lo que he pasado, todas las bendiciones que recibo cada minuto del día y por la persona en la que me he convertido; y estoy haciendo todo lo posible por amarlo con todo mi corazón y mi alma.
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