Trending Articles
De camino al estudio para comenzar este escrito, me detuve ante la pared donde están los retratos de familia por donde paso con frecuencia. en las fotografías estaban mis hijos de niños y cuando se graduaron de la secundaria y universidad. Me quedé pensando cómo esos pequeños se habían hecho hombres tan rápido, cómo había ocurrido que mi hijo mayor, Mike, ya fuera esposo y padre de tres niñas pequeñas, cómo su hermano menor, Tim, también se había casado y ahora es un excelente tío de sus sobrinas.
Seguí mirando las fotografías y mi vista se detuvo ante las de mi esposo y mis padres que ya fallecieron. ¿No fue apenas la semana pasada que celebraban los cumpleaños de los niños con nosotros? Pero no, han pasado muchos años desde que nos dejaron. Mi tristeza momentánea se convirtió en una risita al mirar las fotos de la boda de nuestro hijo en donde estábamos su papá y yo, y me di cuenta que mi esposo y yo ya habíamos rebasado la edad que tenían nuestros padres cuando nos casamos. ¿Cómo sucedió todo eso? Me volví a preguntar.
Un refl ejo brillante me distrajo antes de que comenzara a lamentar el paso de los años evidenciado por la foto de nuestra boda y las fotos de nosotros como padres de los novios. el rayo de luz se había fi ltrado por la ventana posándose en el ala de uno de los ángeles que forman un coro de pewter que tengo en medio de las fotos familiares. Con sus brazos extendidos, este particular ser celestial cuida constantemente a mis seres queridos. Mientras admiraba al ángel, sentí como que me llamaba a acercarme un poco más. Me acordé que este ángel es mi favorito porque lleva una bolsa en donde están grabadas en hilera unas palabras de la Madre Teresa de Calcuta: “No podemos hacer cosas grandes; sólo cosas pequeñas pero con gran amor…”
Con esta gran verdad en la mente, fi nalmente subí las escaleras hacia el estudio. No pude evitar refl exionar la diferencia que hacen unos pocos días; de hecho, un solo momento marca toda la diferencia del mundo: en un momento somos recién casados; no muchos momentos después ya somos padres de familia; en un momento nuestros hijos entran al kínder y al siguiente ya están saliendo de la universidad.
En un momento buscamos el sabio consejo de nuestra madre, y al siguiente nos estamos sentando al lado de su cama al fi nal de su vida. Unos breves momentos aquí, otros allá y otros momentos de nuevo aquí, acaban marcando el tiempo entre nuestro nacimiento y defunción, y a lo largo de todo ese tiempo, el signifi cado de cada día, de cada hora y cada minuto dependerá de lo que elijamos hacer o no hacer con ellos, pues a fi nal de cuentas, como dijo la Madre Teresa, lo esencial no radica en la grandeza o pequeñez de nuestras obras, sino en el amor con que las hacemos.
Y mientras escribo, el signifi cado de cada momento de nuestras vidas se torna claro como el cristal: me doy cuenta de que cada uno de los momentos de mi pasado –lo bueno y lo malo- hizo posible cada una de las fotografías que están en la pared. También me doy cuenta de lo valioso que es mi futuro lleno de aguas desconocidas, pero lo más importante es que me doy cuenta de valor que tiene el momento presente –el mayor regalo que Dios nos puede dar a cada uno de nosotros- y que requiere de toda mi atención y amor. en este preciso instante puedo elegir hacer o no lo que Dios me está pidiendo. Las palabras de la Madre Teresa simplemente ponen de relieve el gran desafío que nos puso Jesús hace mucho tiempo.
En todo lo que hizo y dijo, Jesús sabía que, a pesar de nuestra pequeñez, podemos lograr mucho si tan sólo nos esforzamos por hacerlo. en el evangelio de Lucas (9,51-62) vemos a un Jesús aparentemente endurecido cuando reprendió a los que mostraron interés por seguirlo, pero luego enlistaron todo lo que tenían hacer antes de seguirlo. Jesús los reprende porque no habían llegado a comprender que para seguir a Jesús, necesitaban llevar el amor de Dios en cada momento, de tal modo que si enterraban a sus muertos y atendían sus granjas con el amor de Dios, ya estaban siguiendo a Jesús. Lo mismo es cierto para nosotros.
Aunque probablemente tú y yo nunca sirvamos a los pobres en las calles de Galilea como lo hizo Jesús, ni tampoco en las de Calcuta como lo hizo la Madre Teresa, sí podemos servir con mucho amor a los que nos rodean. Quizás Jesús se note impaciente porque sabe el gozo que producen los momentos llenos de amor, y lo único que quiere es que sepamos lo mismo.
Mary Penich is a wife, mom, grandma and inspirational writer. After retiring from her career as a reading teacher and administrator, Mary began writing daily reflections at marypenich.com. She and her deacon husband serve at St. Paul the Apostle Parish, Gurnee.
Want to be in the loop?
Get the latest updates from Tidings!