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Es posible que tengas un millón de razones para decir «no» a una posible buena acción, pero ¿son realmente válidas?
Me senté en mi camioneta esperando que mi hija terminara su clase de equitación. En la granja donde monta hay caballos, ovejas, cabras, conejitos y muchos gatos de granero.
Me distraje de mirar a mi hija cuando noté que un niño llevaba un cordero recién esquilado de regreso a su corral. De repente, el animal decidió que no quería ir al pasto y se dejó caer allí mismo en el camino.
El niño no pudo hacer que el cordero se moviera, por más que lo intentó (una oveja adulta no es pequeña, pesa en promedio más de 45 kilos). El pequeño tiró de la correa, se colocó detrás del cordero tratando de empujar la parte trasera, intentó levantarla de debajo de su vientre, incluso trató de razonar con la oveja hablándole, prometiéndole darle una golosina si lo seguía. Aun así, el cordero yacía en medio del camino.
Sonreí y pensé: «¡Yo soy ese cordero!»
¿Con qué frecuencia me niego a ir a donde el Señor está tratando de llevarme?
A veces tengo miedo de hacer lo que Jesús me pide: Está fuera de mi zona de confort, es posible que a alguien no le guste si digo la verdad, podría ofenderlos… y me pregunto: ¿estoy calificada para esa tarea? El miedo me impide cumplir el increíble plan de Dios para mí.
Otras veces, estoy demasiado cansada o francamente perezosa. Ayudar a los demás lleva tiempo, tiempo que había destinado para otra cosa, algo que quería hacer. Hay momentos en los que siento que no tengo la energía para ofrecerme como voluntaria para una cosa más. Lamentablemente, me niego a dar un poco más de mí. El egoísmo me impide obtener las gracias que Dios me está enviando.
No estoy segura de por qué ese cordero dejó de avanzar. ¿Tenía miedo?, ¿o cansancio?, ¿o simplemente pereza? No sé. Finalmente, el pastorcito pudo persuadir a su cordero para que se moviera de nuevo y lo llevó a los pastos verdes donde podía acostarse de manera segura.
Al igual que el pastorcillo, Jesús me empuja y me pincha, pero en mi terquedad, me niego a moverme. ¡Qué triste! Estoy perdiendo oportunidades, tal vez incluso milagros. Verdaderamente, no hay nada que temer, porque Jesús prometió que estaría conmigo (cfr. Sal 23,4). Cuando Jesús me pide algo, «no hay nada que me falte» (Sal 23,1), ni tiempo ni energía. Si me canso: «Él me conduce junto a aguas tranquilas; Él restaura mi alma» (Sal 23,2-3). Jesús es mi Buen Pastor.
“Señor, perdóname. Ayúdame a seguirte siempre a donde sea que me lleves. Confío en que tú sabes lo que es mejor para mí. Tú eres mi Buen Pastor. Amén”.
Kelly Ann Guest is blessed to share God’s love with her husband and their nine wonderful children. She is the author of Saintly Moms: 25 Stories of Holiness and blogs at nun2nine.com. She is the Director of Family Faith Formation at her parish.
Mi verdadera intención era que todos los seminaristas de Winona-Rochester se pusieran de pie por un momento durante mi homilía en la misa de instalación. Había dicho a los fieles, en palabras de Juan Pablo II: “Ecclesia de Eucharistia”, lo que significa que: La Iglesia viene de la Eucaristía; y puesto que la Eucaristía viene de los sacerdotes, se deduce lógicamente que, si no hay sacerdotes, no habrá Iglesia. Por eso buscaba que todos vieran y reconocieran a los jóvenes de nuestra diócesis que están discerniendo activamente un llamado a esta forma de vida indispensable e importante. Durante la ovación, algo me vino como inspiración. No había planeado decirlo, no estaba en mi texto, pero lo solté cuando los aplausos se estaban apagando: "¡Vamos a duplicar el número de seminaristas en los próximos cinco años!" Una confirmación de que esto fue tal vez del Espíritu Santo es que los fieles, en cada visita que he realizado hasta ahora en la diócesis, me han repetido con entusiasmo esas palabras. De hecho, la líder de uno de los grupos de Serra me ha comentado que ella y sus compañeros han decidido aceptar el reto. Tenemos veinte seminaristas, tanto en el nivel universitario como en el de teología principal, lo cual es bastante bueno para una diócesis de nuestro tamaño. Y tenemos una maravillosa cuadrilla de sacerdotes, tanto activos como 'jubilados', que están ocupados sirviendo a nuestras casi cien parroquias. Pero los que están por debajo de la edad de jubilación sólo son alrededor de sesenta, y todos nuestros sacerdotes están al límite. Además, no habrá ordenaciones sacerdotales en Winona-Rochester durante los próximos dos años. Por lo tanto, no hay duda: necesitamos más sacerdotes. Ahora bien, el papel que desempeñan los obispos y los sacerdotes es clave para el fomento de las vocaciones. Lo que atrae a un joven al sacerdocio es, sobre todo, el testimonio de sacerdotes felices y sanos. Hace algunos años, la Universidad de Chicago realizó una encuesta para determinar qué profesiones eran las más felices. Por un margen bastante amplio, los que se consideraron más satisfechos fueron los miembros del clero. Además, una variedad de encuestas ha demostrado que, a pesar de los problemas de los últimos años, los sacerdotes católicos reportaron niveles muy altos de satisfacción personal en sus vidas. Teniendo en cuenta estos datos, una recomendación que haría a mis hermanos sacerdotes es la siguiente: ¡Que la gente lo vea! Hazles saber cuánta alegría sientes al ser sacerdote. Pero pienso que los laicos tienen un papel aún más importante que desempeñar en el cultivo de las vocaciones. Dentro del contexto protestante, a veces el hijo de un gran predicador sigue los pasos de su padre para que un ministro engendre efectivamente a otro. Pero esto, por razones obvias, no puede suceder en un entorno católico. En cambio los sacerdotes, sin excepción, provienen de los laicos; tienen su origen en una familia. La decencia, la oración, la bondad y el aliento de los padres, hermanos, abuelos, tías y tíos marcan una enorme diferencia en el fomento de la vocación al sacerdocio. Uno de los recuerdos más vívidos de mi infancia es el de mi padre, arrodillado en intensa oración después de la comunión un domingo en la parroquia de Santo Tomás Moro en Troy, Michigan. Yo solo tenía cinco o seis años en ese momento, y consideraba a mi padre el hombre más poderoso de la tierra. El hecho de que estuviera arrodillado en súplica ante alguien más poderoso moldeó profundamente mi imaginación religiosa; y, como puedes ver, nunca he olvidado ese momento. Mis padres amaban y respetaban a los sacerdotes y se aseguraban de que los niños tuviéramos un contacto constante con ellos. Créeme, su apertura de espíritu con respecto a los sacerdotes afectó profundamente mi vocación. Y no podemos olvidar a quienes no son miembros de una familia, que también pueden encender la llama de una vocación. Estudio tras estudio se ha demostrado que uno de los factores más importantes para convencer a un joven a entrar en el seminario es que un amigo, colega o anciano de confianza le dijo que sería un buen sacerdote. Sé que hay muchas personas que albergan en sus corazones la convicción de que un joven debe ingresar al seminario, porque han notado sus dones de bondad, oración, inteligencia, etcétera, pero nunca han reunido el coraje ni se han tomado el tiempo para decírselo. Tal vez han asumido que otros ya lo han hecho; pero esto significa que trágicamente se ha perdido una oportunidad. Yo diría simplemente esto: si has observado virtudes en un joven que lo llevarían a ser un buen sacerdote, asume que el Espíritu Santo te ha dado esta visión para que puedas compartirla con ese joven. Créeme, las palabras más sencillas que pronuncies podrían ser semillas que darán fruto al treinta, sesenta y ciento por uno. Por último, si te sientes muy convencido de las vocaciones: ora por ellas. En la Biblia, nada de importancia se logra sin la oración. Dios se deleita cuando cooperamos con su gracia, aunque la obra de salvación es suya al final del día. ¡Así que pregúntale a Él! ¿Podría sugerirte un intercesor especial para estos casos? Santa Teresa de Lisieux, la “Pequeña Flor”; ella dijo que entró en el convento "para salvar almas y especialmente para rezar por los sacerdotes". También dijo que pasaría su cielo haciendo el bien en la tierra; que le pidiéramos por tanto, su intercesión, mientras pedimos al Señor que duplique el número de nuestros seminaristas en los años por venir.
By: Obispo Robert Barron
More¿Alguna vez has mirado a los ojos de alguien con un asombro interminable, esperando que ese momento nunca pase? “Estén siempre alegres, oren sin cesar, y en todo momento den gracias a Dios” (1 Tes 5, 16-18). La pregunta más importante que la gente se hace es: “¿Cuál es el propósito de la vida?” Con el riesgo de que parezca que simplifico la realidad, lo diré, y muchas veces lo he dicho en el púlpito: “Ésta vida se trata de aprender a orar”. Nosotros venimos de Dios y nuestro destino es regresar a Dios… y cuando oramos iniciamos nuestro camino de regreso a Él. san Pablo nos dice que vayamos aún más lejos; esto es, orar sin cesar. Pero, ¿cómo podemos hacer esto? ¿Qué podemos hacer para orar sin cesar? Entendemos lo que significa orar antes de misa, orar antes de comer, orar antes de ir a dormir, pero ¿cómo puede uno orar sin cesar? El gran clásico espiritual, “El peregrino ruso”, escrito por un campesino desconocido del siglo XIX en Rusia , aborda esa misma cuestión. Este trabajo se centra en la oración: “Señor Jesucristo, Hijo de Dios; ten piedad de mí, soy pecador.” En el rito oriental lo repiten constantemente utilizando una cuerda de oración que es similar a un rosario, pero tiene 100 o 200 nudos, algunos incluso llegan a tener hasta 300 nudos. Una vela encendida Obviamente, no podemos estar constantemente repitiendo esta oración, por ejemplo, cuando estamos hablando con alguien más, en alguna reunión, cuando estamos trabajando… Entonces, ¿cómo funciona esto? El propósito detrás de repetir esta oración constantemente es el de crear un hábito en nuestra alma, una disposición. Comparémoslo con aquéllos que tienen una disposición musical. Aquéllos que han sido bendecidos con el don de la música casi siempre tienen una melodía sonando en su mente, puede ser una canción que escucharon en la radio, o una canción en la que estén trabajando si son músicos. La melodía no está al frente de sus mentes, es como una música de fondo. De la misma manera, orar sin cesar es orar en el fondo de nuestra mente, de manera constante. Una inclinación a orar ha sido desarrollada como el resultado de la constante repetición de ésta oración: “Señor Jesucristo, Hijo de Dios; ten piedad de mí, soy pecador.” Pero de la misma manera puede ocurrir con aquellos que acostumbran rezar el rosario frecuentemente: “Dios te salve María, llena eres de gracia, el Señor es contigo; bendita eres entre todas las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, Madre de Dios, ruega Señora por nosotros los pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte.” Lo que sucede es que eventualmente, las palabras dejan de ser necesarias porque el verdadero significado de lo que expresan viene a habitar y se imprime en nuestro subconsciente, y a pesar de que la mente se encuentre preocupada con cualquier situación, como realizar algún pago o tomar una importante llamada, el alma está orando en el silencio, sin necesidad de palabras, como una vela que permanece encendida. Es en ese momento cuando comenzamos a orar sin cesar; comenzamos con palabras, pero eventualmente, vamos más allá de las palabras. Oración del asombro Existen diferentes tipos de oración: de petición, intercesión, acción de gracias, alabanza, adoración. El tipo de oración más elevado que cada uno de nosotros está llamado a realizar es la oración de adoración. En palabras del P. Gerald Vann, esta es la oración del asombro: “La mirada tranquila y sin palabras de la adoración, es propia del amante. No está hablando, no está ocupado o agitado, no está pidiendo nada: está tranquilo, solamente acompañando, y hay amor y asombro en su corazón”. Este tipo de oración es mucho más difícil de lo que solemos pensar, pues se trata de ponerse frente a la presencia de Dios, en silencio, enfocando toda nuestra atención en Dios. Esto es difícil porque repentinamente somos distraídos por todo tipo de pensamientos, y nuestra atención va de un lado a otro, sin que nos demos cuenta. Pero en el momento que logramos ser conscientes de esto, solo tenemos que volver a enfocar nuestra atención en Dios, habitando en su presencia; pero en menos de un minuto, nuestra mente vuelve a divagar, distrayéndose con infinidad de pensamientos. Es en este momento cuando las pequeñas oraciones se vuelven tan importantes y nos ayudan; como la oración de Jesús, o alguna otra frase de los Salmos, por ejemplo: “Dios ven en mi auxilio, date prisa Señor en socorrerme” (Sal 69, 2), o “en tus manos encomiendo mi espíritu” (Sal 31, 6). Repetir estas pequeñas frases nos ayudará a tranquilizar nuestro interior y a regresar a su presencia. Mediante la constancia, eventualmente seremos capaces de estar en silencio ante la presencia de Dios, incluso por largo tiempo sin distracciones. Y es también un tipo de oración que nos brinda una gran sanación para nuestro subconsciente, pues muchos de los pensamientos que vienen a nuestra mente en esos momentos, son generalmente heridas no sanadas que han estado reprimidas en nuestro subconsciente, y aprender a soltarlas nos da una profunda sanación y paz; porque gran parte de nuestra vida cotidiana está impulsada por estos recuerdos no sanados en el inconsciente, razón por la cual suele haber una gran agitación en la vida interior de los fieles. Una partida en paz Hay dos tipos de personas en este mundo: aquellos quienes creen que esta vida es una preparación para la vida eterna, y aquellos que creen que esta vida es todo lo que hay y que lo que hacemos es sólo una preparación para la vida en este mundo. He visto a una gran cantidad de personas en los hospitales en estos últimos meses, personas que han perdido su movilidad, que tuvieron que pasar meses en una cama de hospital, y muchos que murieron después de un largo tiempo. Para aquellos que no tuvieron una vida espiritual y no cultivaron el hábito de orar a través de su vida, esos últimos meses son con frecuencia muy dolorosos e incómodos; he ahí el por qué la eutanasia se está volviendo tan popular. Pero para aquellos con una fuerte vida espiritual, aquellos que usaron su tiempo en esta vida para preparase para la vida eterna aprendiendo a orar sin cesar, sus meses o años finales, incluso en una cama de hospital, no son para nada insoportables. Visitar a estas personas es inclusive gratificante, porque hay una profunda paz en ellos, y se encuentran agradecidos. Y lo asombroso de ellos es que no están pidiendo la eutanasia. En vez de hacer de su acto final un acto de rebeldía y de muerte, su muerte se convierte en su oración final, un ofrecimiento, un sacrificio de alabanza y agradecimiento por todo lo que recibieron a lo largo de sus vidas.
By: Diácono Doug McManaman
MoreP – No siento la presencia de Dios cuando oro. ¿Estoy progresando en la vida espiritual si no me siento cerca de Él? R – Si te cuesta sentir la presencia de Dios en tu vida de oración ¡no estás solo en esto! La mayoría de los grandes santos pasaron por una época de sequía. La Madre Teresa, por ejemplo, pasó treinta y cinco años sin sentir su presencia. Todos los días, durante años, cuando san Juan de la Cruz anotaba en su diario las percepciones o inspiraciones espirituales que recibía en la oración, escribía solo una palabra: "Nada". Santa Teresa de Lisieux escribió esto sobre su oscuridad: "Mi alegría consiste en estar privada de toda alegría aquí en la tierra. Jesús no me guía abiertamente; ni lo veo ni lo oigo". San Ignacio de Loyola llamó "desolación" a la experiencia de sentir que Dios está lejos, cuando nuestras oraciones se sienten huecas y rebotan en el techo. En la desolación no sentimos deleite en la vida espiritual, y cada actividad espiritual se siente como si fuera una tarea y un trabajo cuesta arriba. Es un sentimiento común en la vida espiritual. Debemos tener claro que la desolación no es lo mismo que la depresión. La depresión es una enfermedad mental que afecta todos los aspectos de la vida. La desolación impacta específicamente la vida espiritual: Una persona que está pasando por desolación, en general disfruta su vida (¡y las cosas pueden ir muy bien!); solo está luchando con su vida espiritual. A veces las dos cosas se juntan, y algunas personas pueden experimentar desolación mientras atraviesan otro tipo de sufrimiento; pero es distinto y no es lo mismo. ¿Por qué ocurre la desolación? La desolación puede tener una de dos causas: A veces, la causa puede ser un pecado no confesado. Si le hemos dado la espalda a Dios, y tal vez no lo estamos reconociendo, Dios puede retirar el sentido de su presencia como un medio para atraernos de regreso a Él. Cuando Él está ausente, ¡podemos tener más sed de Él! Pero muchas veces, la desolación no es causada por el pecado, sino que es una invitación de Dios a buscarlo más puramente. Él quita el caramelo espiritual para que lo busquemos solo a Él y no solo por lo bien que nos hace sentir. Esto ayuda a purificar nuestro amor por Dios, para que lo amemos porque Él es bueno. ¿Qué hacemos en tiempo de desolación? Primero, debemos mirar dentro de nuestra propia vida para ver si necesitamos arrepentirnos de algún pecado oculto. Si no, entonces debemos perseverar en la oración y en el sacrificio con una positiva determinación. Uno nunca debe dejar de orar, especialmente cuando es difícil. Sin embargo, podría ser útil diversificar nuestra vida de oración: si rezamos el rosario todos los días, tal vez deberíamos ir a la adoración o leer las Escrituras en su lugar. He descubierto que una amplia variedad de prácticas de oración puede proporcionar a Dios una diversidad de vías para hablarme y moverme en mi vida. Pero la buena noticia es que ¡la fe no es un sentimiento! Independientemente de lo que 'sintamos' en nuestra relación con Dios, es más importante mantenernos firmes en lo que Él ha revelado. Incluso si sentimos que Él está lejos, recordamos la promesa: "Yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo" (Mateo 28,20). Si estamos luchando por motivarnos a orar o practicar la virtud, nos mantenemos firmes en la promesa: "ojo no vio, ni oído oyó ni corazón humano concibió lo que Dios ha preparado para los que le aman" (1Corintios 2,9). Cuando luchamos por encontrar la presencia de Dios debido a los sufrimientos que nos han sobrevenido, recordamos la promesa: "Sabemos que para los que aman a Dios, todas las cosas obrarán para su bien" (Romanos 8,28), y entendemos que nuestra fe debe estar basada en algo más profundo que el hecho de que sintamos o no su presencia. Por el contrario, sentirnos cerca de Dios no siempre es una garantía de que estemos bajo su gracia. El hecho de que 'sintamos' que una elección es correcta, no la hace correcta si va en contra de la ley de Dios que ha revelado en las Escrituras y la Iglesia. ¡Nuestros sentimientos no son lo mismo que nuestra fe! La desolación es una lucha para cada santo y pecador, que enfrentará a medida que continúe en la vida espiritual. La clave para progresar no son los sentimientos, sino la perseverancia en la oración a través de los desiertos, ¡hasta que lleguemos a la tierra prometida de la presencia permanente de Dios!
By: Padre Joseph Gill
More¿Tiene Dios preferencias y favoritos? Mi padre, un italiano inmigrante de primera generación, tenía una cálida, llena de vida, y acogedora familia. Tú habrías sido bienvenido y recibido con doble beso en su hogar; y también el siempre presente aroma, ya sea de un expreso, ajo, pizza o canelones le habrían dado la bienvenida a tu nariz y estómago. Mi madre, por otro lado, viene de generaciones con profundas raíces multiculturales de Kentucky. Su lado de la familia hacía los mejores pays de manzana sureños, pero tenían comportamientos y afectos más distantes y refinados. Cada lado de la familia tiene su propio set de comportamientos y expectativas de conductas a seguir de acuerdo a su costumbre, y ha sido confuso para mí comprender cuál manera es la correcta. Estas diferencias y la percibida necesidad de escoger entre ambas, ha sido un dilema permanente para mí. Pensándolo bien, me parece que siempre he tratado de entender el mundo buscando la última fuente de la verdad. Haciendo que todo tenga sentido Al paso de los años he tratado de encontrar razonamientos sobre cómo y por qué el mundo y todas sus partes, funcionan juntas. Dios debió saber que estaba destinada a cuestionar las cosas y a ser inquisitiva acerca de su creación, porque Él se aseguró de que estuviera apuntando en la dirección correcta para volverme hacia Él. En la escuela católica básica a la cual asistí, tenía a una maravillosa y joven religiosa como maestra. Ella parecía tener el mismo amor y curiosidad del mundo que Dios me dio a mí. Si ella no tenía todas las respuestas, yo estaba casi segura de que ella sabría quién las tendría. A ambas se nos enseñó que había un solo Dios y que todos habíamos sido hechos a su imagen y semejanza. Cada uno de nosotros es único, y Dios nos ama a todos muchísimo. Dios nos ama tanto que aun antes de que Adan y Eva conocieran las profundas ramificaciones de su pecado, Él ya tenía el misericordioso plan de enviar a Jesús, su Hijo, para salvarnos de ese pecado original. En aquella lección había demasiada enseñanza para que desempacara y entendiera una pequeña niña. Sin embargo, la “imagen y semejanza” era la parte de la lección que necesitaba explorar. Observando mi familia, el salón y comunidad, era obvio que había vastas diferencias en el color de cabello, color de piel y otras características. Si cada uno de nosotros era único, aun si habíamos sido hechos a imgen y semejanza del único Dios verdadero, entonces, ¿cuál era el aspecto de Dios? ¿Tendría el cabello oscuro como yo, o rubio como mi major amiga? ¿Su piel sería apiñonada de tal forma que se oscurecería mucho en el Verano, como nos sucede a mi papa y a mí? ¿O sería de piel clara como la de mi mamá, que se pone roja y se quema fácilmente bajo el ariente sol de Kentucky? Hermosa diversidad Yo crecí en la diversidad, me sentía cómoda en medio de la diversidad y amé la diversidad. Pero me preguntaba: ¿Tendrá Dios alguna preferencia? En el Kentucky de los años sesenta, parecía que aun cuando Dios no tenía preferencias, algunas personas sí las tenían. Eso fue muy difícil de entender para mí. ¿Qué no me había dicho la joven religiosa que Dios nos había hecho a todos? ¿No significaba eso que Él a propósito había echo toda la maravillosa diversidad en este mundo? Así que busqué Ia fuente de la verdad, y alguna vez, al entrar en mis treintas, un profundo anhelo de conocer más sobre Dios me llevó a la oración y a la sagrada escritura. Allí, fui bendecida al aprender que Él también estaba buscándome. El Salmo 51, 6 me habló directo al corazón: “He aquí que Tú amas la verdad en lo más íntimo de mi ser; enséñame, pues, sabiduría en lo secreto de mi corazón”. Conforme fue pasando el tiempo, Dios me mostró que existía una diferencia entre la manera en que Él veía las cosas en comparación con la forma en la que las veía el mundo. Cuanto más leía la biblia, oraba y hacía preguntas, más comprendía que Dios es la fuente de la verdad. “Jesús les dijo: «Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí»” (Juan 14,6). Qué maravilloso fue entender finalmente que Jesús es la fuente de la verdad. Sin embargo, ¡eso no era todo! Dios era el maestro ahora, y Él quería estar seguro de que yo entendiera la lección. “Jesús les habló otra vez diciendo: «Yo soy la luz del mundo; el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida»” (Juan 8, 12). Tuve que leer nuevamente… “Jesús les dijo: «Yo soy la luz del mundo…»” Mi cerebro comenzó a acelerarse, los engranes embonaron, y las piezas comenzaron a caer en su lugar. Las lecciones de ciencia de mi niñez me enseñaron que la luz era la fuente de todos los colores; por lo tanto, si Jesús es la luz, entonces Él abarca todos los colores, todos los colores de la raza humana. Esa insistente pregunta infantil había sido finalmente respondida. ¿De qué color es Dios? Muy simple: Él es la luz. Nosotros hemos sido hechos a su imagen y semejanza, y Él no tiene preferencia en algún color porque ¡Él es todos los colores! Todos sus colores están en nosotros, y todos nuestros colores están en Él. Todos nosotros somos hijos de Dios y somos llamados a “vivir como hijos de la luz” (Efesios 5,8). Pensemos entonces, ¿por qué el mundo es tan sensible sobre los muchos y maravillosos colores de la piel humana? Dios no prefiere uno u otro color; así que, ¿por qué tendríamos que hacerlo nosotros? Dios nos ama y ama toda la diversidad de colores que creó para nosotros. Es muy simple: somos llamados a ser su reflejo; somos llamados a traer su luz al mundo. En otras palabras, somos llamados a traer la presencia de Dios al mundo que no ve las cosas como Dios desea que sean vistas. Él necesita y desea toda nuestra diversidad para completar su imagen. Tratemos de reflejarlo en este mundo siendo la luz de la cual fuimos creados y para la cual fuimos creados. Como sus hijos amados, comencemos a apreciar todas sus imágenes como parte del único Dios que nos hizo.
By: Teresa Ann Weider
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