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Sep 30, 2024 41 0 Kelly Ann Guest
Disfrutar

¡Yo soy ese cordero!

Es posible que tengas un millón de razones para decir «no» a una posible buena acción, pero ¿son realmente válidas?

Me senté en mi camioneta esperando que mi hija terminara su clase de equitación. En la granja donde monta hay caballos, ovejas, cabras, conejitos y muchos gatos de granero.

Me distraje de mirar a mi hija cuando noté que un niño llevaba un cordero recién esquilado de regreso a su corral. De repente, el animal decidió que no quería ir al pasto y se dejó caer allí mismo en el camino.

El niño no pudo hacer que el cordero se moviera, por más que lo intentó (una oveja adulta no es pequeña, pesa en promedio más de 45 kilos). El pequeño tiró de la correa, se colocó detrás del cordero tratando de empujar la parte trasera, intentó levantarla de debajo de su vientre, incluso trató de razonar con la oveja hablándole, prometiéndole darle una golosina si lo seguía. Aun así, el cordero yacía en medio del camino.

Sonreí y pensé: «¡Yo soy ese cordero!»

¿Con qué frecuencia me niego a ir a donde el Señor está tratando de llevarme?

A veces tengo miedo de hacer lo que Jesús me pide: Está fuera de mi zona de confort, es posible que a alguien no le guste si digo la verdad, podría ofenderlos… y me pregunto: ¿estoy calificada para esa tarea? El miedo me impide cumplir el increíble plan de Dios para mí.

Otras veces, estoy demasiado cansada o francamente perezosa. Ayudar a los demás lleva tiempo, tiempo que había destinado para otra cosa, algo que quería hacer. Hay momentos en los que siento que no tengo la energía para ofrecerme como voluntaria para una cosa más. Lamentablemente, me niego a dar un poco más de mí. El egoísmo me impide obtener las gracias que Dios me está enviando.

No estoy segura de por qué ese cordero dejó de avanzar. ¿Tenía miedo?, ¿o cansancio?, ¿o simplemente pereza? No sé. Finalmente, el pastorcito pudo persuadir a su cordero para que se moviera de nuevo y lo llevó a los pastos verdes donde podía acostarse de manera segura.

Al igual que el pastorcillo, Jesús me empuja y me pincha, pero en mi terquedad, me niego a moverme. ¡Qué triste! Estoy perdiendo oportunidades, tal vez incluso milagros. Verdaderamente, no hay nada que temer, porque Jesús prometió que estaría conmigo (cfr. Sal 23,4). Cuando Jesús me pide algo, «no hay nada que me falte» (Sal 23,1), ni tiempo ni energía. Si me canso: «Él me conduce junto a aguas tranquilas; Él restaura mi alma» (Sal 23,2-3). Jesús es mi Buen Pastor.

“Señor, perdóname. Ayúdame a seguirte siempre a donde sea que me lleves. Confío en que tú sabes lo que es mejor para mí. Tú eres mi Buen Pastor. Amén”.

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Kelly Ann Guest

Kelly Ann Guest is blessed to share God’s love with her husband and their nine wonderful children. She is the author of Saintly Moms: 25 Stories of Holiness and blogs at nun2nine.com. She is the Director of Family Faith Formation at her parish.

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