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Desde mi juventud, mis padres se sentían ausentes, casi dejándonos que nos criaramos solos. Mi madre era una persona muy sociable a quien le encantaba ir a fiestas y salir a bailar, pero no le gustaba tener niños cerca de ella. Mi padre era un adicto al trabajo, a quien le encantaba la pesca y la cacería, pero casi nunca estaba en casa con nosotros. Nuestra necesidad de crianza y amor no parecía importarles. Ni siquiera recuerdo que nuestra madre nos haya expresado efecto físico o verbal. Cuando me vomité por haber comido hongos silvestres, ella simplemente me regañó y me dijo que limpiara.
Estaba creciendo tan desordenadamente que mi padre decidió enviarme a un internado. En las vacaciones escolares, me enviaban a la granja de mis abuelos. Ellos eran Católicos muy devotos, y me daban el amor que yo deseaba.
Cuando regresé a casa por primera vez, me di cuenta de que mi madre acababa de dar a luz a mi hermano menor por cesárea de emergencia. Ni siquiera sabíamos que estaba embarazada, así que fue un gran shock el saber que ella aún estaba muy enferma. Mis abuelos se llevaron a mis hermanos a su casa, así que mi padre y sus amigos me llevaron con ellos al hospital y a tomar unos tragos en el bar para ‘mojar la cabeza del bebé’. Como no se me permitia entrar en ninguno de esos lugares, me quedé sola en el carro.
Cuando ellos salieron, ninguno de ellos estaba en condiciones de manejar. En nuestro regreso a casa, se pusieron a discutir acerca de cuál ruta tomar. Mi padre hizo un giro equivocado, y entró en un lugar solo y callado. Después se dejó caer sobre el volante para dormirse. Yo me salí del carro para tomar un poco de aire y explorar el área. De repente, me agarraron por detrás. El amigo de mi padre rompió mis vestiduras y me violó brutalmente. Después me dejo llorando en el piso, y se regresó al carro.
Temblando de dolor y shock, volví a meterme en mis vestiduras. Aunque temía por mi vida, sabía que la única forma de regresar a casa esa noche era volver al carro. Mi padre ni siquiera se dio cuenta de que algo estaba mal, y yo no sabía cómo hablar de eso. Cuando llegamos a casa, ellos se metieron en la cocina para comer, mientras que yo corrí al baño y me encerré. Solo tomé un baño con agua muy caliente, y traté de olvidar que eso había ocurrido. Nadie supo lo que me pasó, pero impactó mi vida dramáticamente.
Aunque encontré un gran consuelo en la vida de oración en la escuela y estudiaba intensamente para convertirme en Hija de María, luchaba con la disciplina estricta. La monja que estaba a cargo de las internas me había disgustado desde el principio. Con frecuencia me tomaba a solas para criticarme, y nunca me permitió elegir los cantos de la noche. Cada vez que pasaba algo, me echaban la culpa de ello, sin importar si yo fuera culpable o no. Un dia, eso se volvió demasiado: cuando la hermana decidió lo que yo tenía que pintar para mi proyecto de arte, me salí de la escuela corriendo y me pasé el día en una vieja fábrica de mantequilla antes de refugiarme en una iglesia por la noche. La policía me encontró allí y me regreso a la escuela, donde me reprimieron públicamente, y nadie tuvo permiso de hablarme durante las siguientes 48 horas.
Me sentí tan sola y no deseada, especialmente cuando la carta semanal que le envíe a mi hermano en el hospital regresó marcada ‘regresar al remitente. No se encuentra en esta dirección’. Pensé que estaba completamente abandonada; todo mi espíritu estaba aplastado y no podía confiar en nadie. En ese tiempo de desolación, el sacerdote de mi parroquia fue un gran consuelo para mi. El me trató como a una hija y me consoló cuando yo me desesperaba. “Tienes que recordar que tu alma es como un bloque de mármol. Para convertirla en algo bello, debes sacarle astillas”. Nuestra Señora también me daba fuerzas. Después de que fui finalmente admitida a la Sodalidad de las Hijas de María, me envolvia en su manto cada vez que me daba miedo irme a dormir.
Siempre se nos dice que Dios nos ama, pero para mi no tenia sentido. A medida que crecí, me casé y tuve hijos, siempre busqué a ese Dios que supuestamente me amaba. Ya conocía la teoría. Trataba de ser una buena Católica: cantaba en el coro y ayudaba en la parroquia, pero sentía que solo me estaba dejando llevar por la rutina.
Mi tia me dijo que mi madre se había enamorado de otro hombre, pero se había tenido que casar con mi padre porque había quedado embarazada de mi. Tal vez esa era la razón por la que mi madre nunca me quiso. Yo había sido un error. Otra tía me dijo que casi me moría de malnutrición a los 18 meses de edad porque no quería comer ni beber. Eso siempre me desconcertaba. ¿Por qué querría morir una bebé? Durante muchos años solía preguntarle al Espíritu Santo, ¿qué le pasaba a esa bebé?
Un día, mientras pintaba, sentí un repentino deseo de hablar con un sacerdote acerca de todas las cosas que me habían estado incomodando. En realidad no quería, pero tuve una buena confesión después de una larga charla. En ese momento, me sentí envuelta por una nube de amor. Jesús penetró mi corazón, y me di cuenta de que Jesús me ama tal como soy. Fue lo más asombroso.
Después de esa experiencia tan poderosa, supe que tenía que perdonar a todas las personas que me habían dañado, pero fue muy difícil. Ni siquiera podía rezar el Padre Nuestro, porque no quería perdonar a los que me habían ofendido. Mientras estaba rezando y hablando con Jesús acerca de esto, de repente lo vi en la cruz, sangrando y sufriendo, luchando por respirar. Fue una vista horrible. Sus ojos estaban llenos de amor y ternura, y lo escuché decir: “sigue volviendo la otra mejilla. Como yo te he perdonado, así debes tú perdonar”. Solo me senté pensado que era cierto: No podía seguir atada a mi dolor, pues había sido perdonada tantas veces.
Entonces, le pedí al Espíritu Santo que me mostrara a cada una de las personas que yo debía perdonar. Tomo mucho tiempo revisarlos a todos uno por uno, pero cuando llegue a mis padres, tuve una verdadera lucha. Le dije a Jesús: elijo perdonar a mi padre, pero tienes que ayudarme. Cuando llegue a casa, me sorprendí a mi misma y a él, al sentarme a su lado y decirle: “Papá, te amo”. Él no dijo nada, solo me vio y me sonrió. En el momento en que yo se lo dije, supe que ya lo había perdonado y realmente lo amaba.
Unas semanas después, le diagnosticaron cáncer, y solo sobrevivió 7 meses. Mientras yo me sentaba desconsolada en la iglesia, le pregunté a Jesús: “¿Por qué te llevaste a mi padre? apenas lo estaba conociendo”. Mientras las lágrimas rodaban por mi cara, miré el altar y vi a Jesús con su brazo sobre el hombro de mi padre, y ambos sonreían. ¡Mi padre se veía tan joven, guapo y bien apuesto! Jesús me dijo cariñosamente: “Irene, ahora puedes hablar con tu padre a cualquier hora”. Inmediatamente salí de mi desesperación regocijandome al saber que mi padre estaba con Jesús y que yo lo volvería a ver.
También recibí la gracia de perdonar y realmente amar a mi madre. En su vejez, yo la cuidé haciendo tiernamente todo lo ella necesitaba. Después de que ella sufrió un derrame cerebral masivo, yo la cuidé y la amé hasta el final de su vida. Me sentí muy bendecida de poder estar allí con ella hasta el momento de su muerte. Hasta fui capaz de perdonar a mi violador. ¡Finalmente había sido liberada de él!
Dios incluso trajo a un sacerdote a mi vida que entendió lo que yo estaba sintiendo, incluso antes de que se lo dijera. Se convirtió en mi director espiritual, y fue como un verdadero padre para mí, sosteniéndome en el camino recto y angosto. El siempre me decía: “Si necesitas intervención humana para cualquier cosa, Dios te enviará a alguien desde los confines de la tierra.” Después de su muerte, yo realmente necesitaba a alguien con quien hablar. Cuando fui a Misa, sorprendentemente, el celebrante era un sacerdote que estaba visitando desde la India. Supe que él había venido para mi, y nuestra conversación me trajo justamente lo que necesitaba.
Una tarde, el Espíritu Santo finalmente respondió a mi ardiente pregunta. “La bebé había sido abusada”. Entonces sentí un dolor insoportable desde mi cabeza hasta la punta de mis pies. Ni siquiera sabía cómo iba a regresar a casa, pero el Señor me cuidó. Jesús vino, me tomó de la mano, y me regresó a la “bebé”. Tomó a la bebé Irene y la acurrucó en sus brazos, viéndola con ternura. Después respiró sobre ella, y le dio el respiro de vida.
Mi corazón se inundó de gratitud y me sentí maravillosa. “¡Jesús me había dado vida a mi, a esa bebe!” Entonces pensé, “Pero Jesús, si le diste vida a ese bebé, ¿por qué sucedieron todas esas otras cosas? ¿dónde estabas entonces?” Entonces me dijo: “Irene, yo he estado sufriendo contigo todo este tiempo, pero siempre te he guardado tiernamente en mi corazón. Eres tan especial para mi”.
Cuando tuvimos hijos, decidí que serían los niños más amados y cuidados, porque yo no había tenido una infancia. Así que realmente hice todo lo posible para asegurarme de eso. A Pesar de todas las malas cosas que me sucedieron, estoy muy agradecida por ellas, porque me convirtieron en la persona que soy el dia de hoy. Todavía enfrento pruebas, pero Dios me ayuda a enfrentarlas cuando me abandono a Su gracia.
Por ejemplo, cuando fui acosada por serias dudas sobre la Verdadera Presencia de Jesús en el Santísimo Sacramento, ya estaba registrada para un retiro al día siguiente. Solo asistí al retiro porque ya había pagado, pero mientras estaba sentada al fondo de la capilla de adoración pensando “¿Cómo pueden creer todas estas tonterías?”, dije: “Yo creo, Señor, ayúdame en mi incredulidad” (Marcos 9:24). Repetí este verso una y otra vez, como una mantra. De repente, me sentí llena de luz, y todas mis dudas fueron disipadas.
Mi vida entera está ahora llena de paz y gozo por Jesús y Su gran amor. El me enseño la perseverancia y la valentía, para que yo pudiera enfrentar los problemas a medida que surgían. Cada dia le doy gracias a Dios Padre por el don de la vida, el don de un nuevo dia y la fuerza para vivirlo en su compañía.
Irene La Palambora ARTICLE is partly based on the Shalom World TV program “Seventy times Seven” where Irene La Palambora shares her extraordinary story of forgiveness. To watch the episode visit: https://shalomworld.org/episode/irene-la-palombara
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