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Me puse de 50 tonos de rosa cuando vi a mi antiguo profesor de primaria leyendo “Fifty Shades of Grey,” (Cincuenta tonos de gris), y quizás más de uno tendría la ocurrencia de bromear sobre este libro que es ya el mejor vendido del New York Times (y pronto será película). Considerado como una “novela erótica”, el libro supuestamente incluye escenas sexuales obscenas de forma gráfica –escenas que se enfocan en prácticas distorsionadas tales como ataduras, dominación y sadismo. El hecho de que tanas personas se burlen del libro parecería iluminar una verdad que la sociedad falla en reconocer: leer libros como éste es contrario a nuestra dignidad humana y nuestro profundo deseo de amar.
Parecería fácil argumentar que novelas del tipo de Fifty Shades, que contienen escenas gráficas y distorsionadas sobre el sexo, no son pornográficas sino novelas románticas. Sin embargo, en una cultura donde el principal motor de búsqueda recae en el término “sexo”, y que anualmente se recaban 13.3 billones de dólares por la explotación sexual, ese argumento en realidad es una falsa pantalla. La mentira que nos inculca nuestra cultura es que las fantasías pornográficas –ya sea pornografía visual o novelas descriptivas- no le hacen daño a nadie, ni siquiera a nosotros mismos.
Los mandamientos nos dicen “No ambicionarás a la mujer de tu prójimo”, y aquí no sólo ambicionamos con los ojos sino también con la mente y las emociones. Como esposa, ciertamente no me sentiría a gusto de saber que mi esposo pasa horas fantaseando con otra mujer. En nuestra boda, ambos juramos fidelidad y eso incluye fidelidad de corazón y mente.
El hecho de que sesenta y cinco millones de personas (en su mayoría mujeres) hayan comprado “Fifty Shades” es una triste señal de que hay mucha gente escapando de la realidad a la fantasía, y la fantasía que nos ocupa no es simplemente un romance del tipo “Lo que el viento se llevó”, ya que el libro está repleto de prácticas y deseos sexuales que no son naturales, como los golpes físicos, y que a todas luces degradan a la persona humana. La idea de que se trata de un libro popular para un círculo selecto son un indicativo de que nuestros estándares de ser una cultura de verdadero amor se han degradado severamente.
Son muchos los que se alzan de hombros considerando que este tipo de indulgencias son un ligero entretenimiento. Quizás nosotros no leamos ese tipo de libros o veamos esas películas, pero ciertamente no abrimos la boca cuando, en sus conversaciones, los demás sacan a relucir que esos libros o películas son sus favoritas. al mostrarnos indulgentes con este tipo de entretenimiento o, incluso, no teniendo el valor para admitir ante los demás que creemos que es degradante y dañino, estamos abaratando el amor para el cual fuimos diseñados.
En Deus Caritas est, el Papa emérito benedicto XVI escribió, “ante todo, que entre el amor y lo divino existe una cierta relación: el amor promete infi nidad, eternidad, una realidad más grande y completamente distinta de nuestra existencia cotidiana (no. 5). el Papa emérito argumenta que cuando el incitante concepto de eros (encontrado a través de las fantasías sexuales) no se disciplina para encontrar un amor más profundo, degrada a la persona humana.
“El hombre es realmente él mismo,” explica el Santo Padre, “cuando cuerpo y alma forman una unidad íntima.” No es verdad -como algunos afi rman- que los católicos estén en contra del sexo o del cuerpo humano, sino que cuando los placeres del sexo y del cuerpo se divorcian de la realidad de que somos hijos e hijas de Dios, es que el ‘eros’ se convierte en algo negativo. “el eros, degradado a puro « sexo », se convierte en mercancía, en simple « objeto » que se puede comprar y vender; más aún, el hombre mismo se transforma en mercancía. en realidad, éste no es propiamente el gran sí del hombre a su cuerpo. Por el contrario, de este modo considera el cuerpo y la sexualidad solamente como la parte material de su ser, para emplearla y explotarla de modo calculador” (no. 5).
Tristemente, todos podemos mirar a nuestro alrededor e identifi car cuáles son los resultados de esta mentalidad: la cultura del ‘ligue’ en los colegios; hombres y mujeres más enfocados a la “satisfacción sexual” que a vivir la vocación del matrimonio, y el rechazo a la vida humana como resultado de estos encuentros sexuales, son sólo unos cuantos ejemplos de la destrucción causada por distorsionar el verdadero propósito de nuestra sexualidad.
Todos estamos llamados a glorifi car al Señor con nuestra alma y a través del cuerpo. Si estamos casados, eso signifi ca mediante un amor fi el, libre, total y fructífero hacia nuestro cónyuge. Si estamos solteros o consagrados, es a través del celibato ofreciendo nuestra castidad al Señor. San Pablo nos dice que nuestros cuerpos son santuario del espíritu Santo, que hemos sido “comprados a un precio” es decir, por la muerte de Cristo que nos redimió con su Cuerpo y su Sangre (1 Co 6,19).
Si bien el hecho de leer novelas de romance ‘baratas’ –aúnno se considera un comportamiento inmoral, ciertamente nos predispone para conceder pensamientos impuros. Si la idea de que tu madre, tu párroco o tus hijos vean lo que estás leyendo te hace sonrojar y sentirte incómodo, quizás sea hora de que repienses lo que eliges para leer. Hay tanta belleza en el mundo: en nuestras relaciones, en el arte, en la literatura, ¿por qué entonces envenenar tu mente y tus pensamientos con imágenes de sexo que será difícil borrar?
En una ocasión, durante una audiencia papal, el beato Papa Juan Pablo II dijo: “el ‘corazón’ se ha convertido en un campo de batalla entre el amor y la lujuria.” Si en verdad queremos vivir nuestras vocaciones de ser un regalo para nuestro cónyuge (o para la Iglesia a través de la vida religiosa), entonces debemos esforzarnos por conquistar la lujuria en nuestras vidas, comenzando con la mente y el corazón. Vigilar los pensamientos y la concupiscencia de los ojos es ciertamente una lucha, pero una por la que vale la pena combatir. al rehusarnos a ser indulgentes con novelas románticas, películas o shows de televisión que muestren escenas obscenas explícitas, estamos haciendo una elección consciente de querer más el amor verdadero y la intimidad, que una sensación pasajera de satisfacción lujuriosa.
Caitlin Boosma es esposa, madre y profesional de comunicaciones católicas que vive al norte de Virginia con su esposo e hijo. reimpreso con licencia de “Truth and Charity Forum” (Foro de Verdad y Caridad) (www.TruthandCharityForum.org).
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