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Oct 20, 2018 803 0 Erika Reece
Encuentro

LA VIDA TRANSFORMADA

¡Pronto! Menciona a tres de los católicos más influyentes que hayan existido hasta ahora. ¿La Beata Madre Teresa? ¿Santo Tomás Moro? ¿San Francisco de Asís? No importa a quién hayas elegido, porque apuesto a que cualquiera de ellos está entre las primeras filas con estos grandes católicos. Pero, ¿alguna vez te has preguntado por qué son tan “grandiosos”? ¿Qué es lo que tienen estas personas que hacen que la Iglesia se pare exclamando: ¡Oigan todos: mírenla… mírenlo! y todos volteamos a verlos? La razón es simple: fueron transformados; estaban enamorados de Jesús. Eventualmente, todos cambiamos –para mejor o para peor- por alguien o por algo que amamos: los que aman demasiado las riquezas se hacen envidiosos, creaturas miserables; los que idolatran la belleza se convierten en narcisistas; pero los que se enamoran de Jesús se transforman y convierten en algo diferente.

Habiendo encontrado un amor apasionado, responden con generosidad a la radical invitación de hacerse como Él: buenos, sacrificados, sabios, pacificadores, castos, bondadosos, pobres y misericordiosos.

Con el tiempo, aquellos que son poseídos por el amor de Dios, el Creador del universo, sufren una ‘metanoia’ o conversión en la que Él cambia sus vidas hasta la última fibra de su existencia. Así fue como una insignificante, pobre y pequeña mujer como la Beata Madre Teresa pudo recoger cantidad de moribundos en las calles de Calcuta, amarlos y atenderlos tiernamente hasta que éstos exhalaron su último suspiro. Su adoración por Jesús era tal, que se asemejó a Él plenamente pudiendo irradiarlo a cuantos la rodeaban.

MENTES RENOVADAS

Cuando el apóstol Pablo escribió a los cristianos de Roma, les dijo: “No os acomodéis al mundo presente, antes bien, transformaos mediante la renovación de vuestra mente, de forma que podáis distinguir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto” (Rm 12,2).
¿Y cómo pensaba el mundo en la antigua Roma?
Las mujeres tomaban libremente hierbas medicinales como abortivos
Las ceremonias de gays estaban de moda El adulterio era bastante difundido
La pena de muerte era una forma de entretenimiento
Para un cristiano, vivir día a día entre personas que consideraban estas cosas como algo natural no le habría sido difícil ser absorbido por la forma de pensar de la mayoría, perdiendo de vista lo que Dios considera como “bueno, aceptable y perfecto.” Pero los ‘grandes católicos’, una vez que se convierten auténticamente a Dios, jamás permiten que su conciencia se amolde a la opinión pública; están demasiado ocupados amoldándola a Cristo y a su Iglesia.

En la Inglaterra del siglo XVI, cuando la gente apoyó el juego del Rey Enrique VIII para proclamarse pontífice de Inglaterra –confeccionado a su estilo-, Santo Tomás Moro no dudó ni se comprometió. Para un hombre enamorado de Dios y dedicado a la cuidadosa edificación de las almas en la fe, no había ninguna otra opción más que rehusarse a dar su consentimiento. Esta fortaleza y convicción no podía ser agitada a capricho del clima político en ‘voga’ o la tentación de ‘ir con los tiempos’. Santo Tomás Moro acudió a su muerte –y a la magnífica eternidad celestial- por tener una mente católica renovada. Ese heroico sacrificio inspira hoy a millones de fieles a perseverar ante los ataques, ridiculizaciones y vejaciones de sus creencias más profundas y sagradas por parte de las sociedades en todo el planeta. Son miles los que han respondido al llamado de trabajar por la noble defensa de la libertad religiosa bajo esta bandera. Las personas cuya conciencia ha sido transformada por Cristo saben lo que a Él le agrada, de tal suerte que en lugar de que el mundo los cambie a ellos, ellos habrán de cambiar al mundo.

CORAZONES MISIONEROS

Si la persona humana fue creada para Dios, no podrá hallar la felicidad plena hasta que no lo conozca y sepa que Él leama. La gente busca a Dios por todas partes –a lo largo y a lo ancho- y en todo tipo de lugares -buenos y malos-, pero el fundamento principal de nuestra fe nos recuerda que es en la Iglesia Católica donde se encuentra la Perla preciosa del reino de Dios: una que está radiante, completa y viva.

A algunos este gran regalo se les otorgó desde que nacieron, y otros han tenido que viajar a lo largo de muchos y difíciles años para encontrarlo. Sin embargo, la forma en cómo ha llegado cada quien no es lo más importante, sino qué es lo que hacemos una vez que lo encontramos y lo creemos nuestro. Para muchos, la tentación de utilizar nuestra fe cristiana como si fuera un pase exclusivo de entrada que escondemos y sólo mostramos cuando nos conviene, es algo muy real; y peor todavía cuando nos encerramos ‘a piedra y lodo’ dentro de un determinado grupo católico y pensamos que nadie pude ser más digno de recibir la misma misericordia y amor que nosotros. Sin embargo, la persona que tiene una genuina relación con Jesús entiende las cosas de una manera diferente: Dios pertenece a todos y todos tienen derecho a Él, por lo tanto, no hay nadie a quien Dios no busque y no hay nadie por quien no esté absolutamente loco de amor.

Tiene sentido, entonces, que uno de los hombres más santos que ha vivido, San Francisco de asís, fuera un hombre con un celo misionero incomparable que viajó no sólo a todo lo largo y ancho de la provincia italiana, sino que llegó tan lejos como a egipto proclamando elevangelio a cualquier persona que quisiera escucharlo. ¿Por qué? Porque como un auténtico discípulo que había sido transformado, se dio cuenta de que Dios deseaba a otras personas tanto como lo deseaba a Él, y le parecía un insulto No compartir lo que él mismo había recibido tan generosamente. Como resultado, su evangelización no sólo convirtió pueblos enteros que habían crecido de forma torcida en su fe, sino que revivió a toda la Iglesia Católica.

Aquellos que “coleccionan” a Dios guardándolo cómodamente para sí mismos, están en grave peligro de que sus ministerios e iglesias encuentren la muerte espiritual, porque ellos mismos se enferman de anemia, se convierten en cristianos irrelevantes incapaces de llevar a cabo la obra que se les ha encomendado. ¿Y qué hay de las personas que arriesgan todo lo que tienen con tal de compartir su experiencia de Dios? esos son los que se convierten en ‘grandes’.

LA DECISIÓN ES NUESTRA

Todos lo hemos escuchado y quizás hasta lo hemos dicho: “¡oye! yo jamás dije que fuera un santo.” Ésta es la frase por excelencia que nos excusa de todo: de nuestras formas aburridas, de nuestra apatía por hacer el bien, de nuestra obstinada persecución de todo lo que es mundano, pero si hemos de ser honestos, lo que en realidad queremos decir es: “No me quiero esforzar más de lo que lo hago ahora; lo que hago es sufi ciente, ¿a quién le importa ser ‘grande’?” Con este tipo de actitudes demostramos que se nos olvida algo muy importante: que Dios no hace ‘lo sufi ciente’, y que la mediocridad cristiana jamás se ha ganado el sello aprobatorio de Dios. es decir, no existe una “chica alada” esperando a las puertas del cielo para alguien que, sabiendo que se pudo haber esforzado más, simplemente, bueno, pues…no lo hizo.

Probablemente no seamos los próximos Santa Teresa de Lisiex o el beato Juan Pablo II; posiblemente no alcancemos las cimas de la santidad antes de morir, pero… igual y sí; quizás, y sólo quizás, podríamos hasta llegar más arriba. así que, sólo por hoy, siéntate en silencio en algún lugar y dile a Jesús ‘gracias.’ Cuéntale tu vida, tus sueños, tu dolor. Él te ama y te ayudará porque Él ha estado anhelando este momento mucho más tiempo que tú. Date la oportunidad de ser transformado(a). es una decisión de la que te prometo no te arrepentirás.

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Erika Reece

Erika Reece (www.thetransformblog.wordpress.com) es católica convertida dedicada a educar a sus tres hijos en casa. obtuvo una licenciatura en Periodismo Impreso en la Universidad de Montana, y es miembro activo de la Parroquia del Santo rosario en bozeman, Montana.

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