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Se necesita valor para empezar a armar un rompecabezas de 1000 piezas y terminarlo; así sucede con la vida.
La navidad pasada, en el intercambio de regalos de mi trabajo recibí un rompecabezas de 1000 piezas de la imagen de “Los Doce Apóstoles”, de la famosa ruta Great Ocean Road (un espectacular grupo de formaciones rocosas en el suroeste de Victoria, en Australia).
Yo no estaba muy interesada en empezarlo. Había armado tres de ellos con mi hija hacía varios años, así que sabía que esto implicaría un arduo trabajo. Sin embargo, mientras observaba los tres rompecabezas terminados y colgados en casa, a pesar de la inercia que estaba sintiendo, sentí un impulso más profundo de meditar sobre “Los Doce Apóstoles”.
Me preguntaba cómo se sentirían los apóstoles de Jesús cuando Él murió en la cruz y los dejó. Fuentes cristianas primitivas, incluyendo los evangelios, afirman que los discípulos estaban devastados, tan llenos de incredulidad y temor, que se escondieron. Definitivamente no estaban en su mejor momento al final de la vida de Jesús.
De alguna manera, así es como me sentía al iniciar el año: temerosa, inquieta, triste, con el corazón roto e insegura. Aún no me recuperaba del dolor de perder a mi papá y a una amiga cercana. Debo admitir que mi fe estaba sobre arenas movedizas. Parecía que mi energía y mi pasión por la vida habían sido superadas por el letargo, la tibieza y la noche oscura del alma, la cual amenazaba (y aveces lo lograba) con eclipsar mi alegría, energía y deseo de servir al Señor. No podía deshacerme de ello, a pesar de mis grandes esfuerzos.
Pero, si no nos detenemos en ese decepcionante episodio de los discípulos abandonando a su Maestro, podremos ver al final de los evangelios, a estos mismos hombres preparados para enfrentar al mundo, e incluso dispuestos a dar la vida por Cristo. ¿Qué cambió?
Los evangelios narran que los discípulos fueron transformados al contemplar a Cristo Resucitado. El ir a Betania a presenciar su ascensión, pasar tiempo con Él, aprender de Él y recibir sus bendiciones, tuvo un impacto poderoso en ellos. Él no sólo les dio instrucciones, sino también un propósito y una promesa. Ellos no solamente serían mensajeros, sino también sus testigos. Él prometió acompañarlos en su misión y les dio para ello un ayudante poderoso.
Esto es por lo que he estado orando últimamente: un encuentro con Cristo resucitado, una vez más, para que mi vida sea divinamente renovada.
Al empezar el rompecabezas, mientras intentaba armar la maravilla escénica de “Los Doce Apóstoles”, reconocí que cada pieza era significativa. Cada persona con la que me encontraré en este año nuevo contribuirá a mi crecimiento y dará color a mi vida. Vendrán en diferentes tonos — algunos fuertes, otros sutiles, algunos en pigmentos brillantes, otros grises, algunos en una mágica combinación de tintes, mientras que otros serán opacos o audaces, pero todos son necesarios para completar la imagen.
Los rompecabezas toman tiempo para armarse; también la vida. Tendremos que pedir mucha paciencia para poder conectarnos unos con otros; y nos sentiremos agradecidos al lograr esa conexión. Y cuando las piezas no encajen, existirá la esperanza de tener el ánimo necesario para no rendirnos.
A veces, tal vez necesitemos tomar un descanso, para luego regresar y volverlo a intentar. El rompecabezas, como la vida, no siempre está lleno de colores brillantes y alegres. Los tonos negros, grises y las sombras oscuras son necesarios para crear un contraste.
Se necesita valor para empezar a armar un rompecabezas, pero más aún para terminarlo. Se necesitará paciencia, perseverancia, tiempo, compromiso, enfoque, sacrificio y devoción. Así sucede cuando comenzamos a seguir a Jesús. ¿Podremos permanecer hasta el final como los apóstoles? ¿Seremos capaces de ver a nuestro Señor cara a cara y escucharlo decir: “Bien hecho, siervo bueno y fiel” (Mateo 25, 25); o como dice San Pablo: “He peleado el buen combate, he llegado a la meta en la carrera, he conservado la fe” (2 Timoteo 4,7)?
Este año, quizá también te puedas preguntar: ¿Estás sosteniendo la pieza del rompecabezas que podría hacer mejor la vida de alguien más? ¿Eres tú la pieza faltante?
Dina Mananquil Delfino trabaja en un asilo para ancianos en Berwick. También es consejera, facilitadora de pre-matrimoniales, voluntaria de la iglesia y columnista regular para la revista “Philippine Times”. Vive con su esposo en Pakenham, Victoria.
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