Trending Articles
Q.Batallo mucho con sentimientos de culpa y vergüenza. ¿Qué debo hacer?
A.En primer lugar te felicito por lograr identificar tus sentimientos y por querer hacer algo para vivir en paz. Si bien es cierto que en ocasiones la experiencia de sentir vergüenza puede resultar muy debilitante, también los sentimientos de culpa y vergüenza pueden ser cosas muy buenas.
Recientemente el Papa Francisco señalaba que la experiencia de sentir vergüenza puede revelar una profunda verdad sobre nuestra humanidad; incluso la llamó: “la virtud de la vergüenza,” diciendo: “la vergüenza es una virtud cristiana verdadera, e incluso es humano el hecho de sentirse avergonzado…En nuestro país, a los que jamás se avergüenzan se les llama ‘sin vergüenza’, es decir, ‘desvergonzados,’ porque son personas que no tienen la capacidad de tener vergüenza, y estar avergonzado es una virtud de los humildes.”
A este punto ya me parece estar escuchando las bromas que se hacen sobre los católicos y la culpabilidad. No sé si pueda nombrar una película o un show de TV en el que no se proyecte a católicos, y que el concepto de “culpabilidad católica” no esté de alguna manera entretejido en la historia.
Mi madre siempre dice, “¿qué tiene que ver lo católico con la culpa? ¡Es culpa y ya! Si he hecho algo malo, tengo que sentirme culpable ¿o no? ¿Cómo se le llama a una persona que hace algo malo y no siente culpa o vergüenza? Se le dice “sociópata,” y su comportamiento se califica como desordenado.
UN INDICADOR NECESARIO
El hecho de sentir culpa cuando hemos hecho algo malo, nos está indicando que algo está funcionando bien y no que algo ha salido mal. En este sentido, la culpa sería el equivalente a sentir dolor cuando tocas algo caliente: te está indicando que dejes de hacer lo que estás haciendo, pero es importante subrayar que el dolor no es lo que me está quemando sino el calor. De igual manera, no es la culpa lo que duele sino el pecado.
El querer evitar sentirse mal por haber hecho algo malo es normal; lo que hice no fue bueno, pero tampoco fuimos creados para sentirnos miserables. Cristo vino a darnos vida, y vida en abundancia, ofreciéndonos un gozo mucho mayor del que pudiéramos encontrar en ningún lugar.
¿Qué hacemos, pues, con los sentimientos de culpabilidad y vergüenza? ¿Cómo podemos cambiarlos a sentimientos de alegría? Creo que sería útil ver cuál es la diferencia entre “culpa” y “vergüenza,” porque, aunque son similares, no son iguales, y la forma de enfrentarlos tampoco será la misma.
Escuchando una entrevista con dos orientadores, ellos planteaban la necesidad de comprender cabalmente las diferencias que hay entre culpa y vergüenza, con las siguientes definiciones:
La culpa, dijeron ellos, es cuando uno está consciente de que violó objetivamente alguna norma. Por ejemplo, saber que mentir es algo malo, y de todas formas acabar haciéndolo, lo cual me hace sentir culpable porque violé la norma de la honestidad.
Ahora bien; existe culpa verdadera y culpa falsa. La culpa falsa surge cuando uno se aferra a una norma falsa. Es decir, si una norma correcta nos dice que hay que ser una persona de oración, y ciertas personas se sienten culpables por no “disfrutar” de la oración, se están aferrando a una norma falsa.
Hay algunas maneras en las que, por lo general, respondemos a la culpa: discutiendo la norma en sí y negando que algo sea realmente malo; utilizando la distracción para evitar enfrentarnos con nuestro pecado, o admitir que nos equivocamos y confesar nuestro pecado; arrepentirnos.
ALGO QUE ESCONDER
Por otro lado, la vergüenza es un asunto más relacional. Sentir vergüenza es estar consciente de que fallamos a los ojos del “otro”, y ese “otro” puede ser el prójimo, Dios, o incluso, yo mismo; de allí que las principales respuestas a este sentimiento son la auto justificación o el ocultamiento, y exigimos que los otros perdonen nuestros actos o que no nos miren, porque ciertamente no queremos que “nos vean” los que conocen nuestras fallas.
Con la vergüenza, así como con la culpa, también existe la verdadera vergüenza y la vergüenza “tóxica,” siendo esta última aquella que no refleja de manera exacta una realidad. Por ejemplo, la vergüenza es tóxica si yo me imagino que Dios me considera simplemente como un fastidio (o algo peor).
Recientemente hablaba con una persona que constantemente se considera un “monstruo,” por una herida particular con la que batalla mucho. A esta mujer se le hace muy difícil acercarse con cierta alegría al Dios que tanto la ama. La vergüenza que ella siente no se basa en la realidad, sino en un pecado que ha llegado a empañar a tal grado la concepción que tiene de sí misma, que cree que ella es su pecado.
¿Cuál es la mejor respuesta a la vergüenza? Si la vergüenza me inclina a justificarme o esconderme, la mejor respuesta es optar por la humildad y acercarme a la mirada luminosa de Dios, y el camino más seguro es acudir a la confesión. El Papa Francisco lo plantea de esta forma: “La confesión es un encuentro con Jesús quien nos espera tal y como somos…Por eso hay que tener confianza de que si pecamos, tenemos un abogado ante el Padre, ‘Jesucristo el Justo’, quien nos justifica ante el Padre y nos defiende ante nuestras debilidades, pero necesitas acudir al Señor y entregarle ‘verdaderamente tus pecados’, con plena confianza, incluso con alegría.’”
Es posible salir del entramado de la culpabilidad y la vergüenza, pero eso siempre dependerá de que tengas la disposición de decir la verdad sobre tus culpas y des un paso hacia la luz y el amor de Dios.
Fue el orgullo lo que hizo que los ángeles
se convirtieran en demonios;
es la humildad lo que hace que los hombres
sean como ángeles.
-SAN AGUSTÍN DE HIPONA
PADRE MICHAEL SCHMITZ ©funge como Director del Ministerio de Jóvenes y Jóvenes Adultos de la Diócesis de Duluth. También funge como Capellán del Ministerio Newman del campus católico de la Universidad de Minnesota-Duluth. Las homilías del Padre Schmitz se pueden encontrar en línea en www.UMDCatholic.org o en nuestro iTunes.
Want to be in the loop?
Get the latest updates from Tidings!