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Mark Twain, el célebre escritor y humorista estadounidense, dijo una vez: «La edad es una cuestión de voluntad. No importa si no te importa”. Dejando el humor fuera, todos sabemos que no es fácil lidiar con el envejecimiento, independientemente de quienes somos. Y para los ricos y famosos, es especialmente difícil ver la juventud y la belleza desvanecerse.
Cuando era adolescente, a principios de la década de los 60, Mary Ann era hermosa, encantadora y llena de energía. Cuando vio la película Ven a Volar Conmigo de Dolores Hart en el 1963, quedó fascinada por el estatus y el privilegio de las azafatas trotamundos que fueron las protagonistas de la película. La película glorificó el glamour, el prestigio y la aventura de ser azafata. Empezó a soñar con ser como el personaje de Dolores Hart viajando por el mundo en busca de romance y emoción.
Encontrar un trabajo como azafata en aquellos días era difícil. Pero Mary Ann era inteligente y hermosa y pronto consiguió ese trabajo soñado. TWA, en aquellos días, era una de las aerolíneas internacionales más prestigiosas y Mary Ann pronto apareció en la revista Skyliner de la compañía y recibió mucha atención. Eventualmente cambió su carrera a la publicación y el periodismo, y de nuevo encontró mucho éxito. Ella disfrutó de la atención que recibió, y mantuvo un estilo de una vida activo. Para cuando llegó a los cincuenta años, comenzó a notar arrugas en su cara. La horrorizaron. ¿Cómo podría seguir siendo quien era sin su belleza y su sonrisa juvenil?
Una amiga cercana notó el cambio en el estado de ánimo de Mary Ann. Cuando hablaron, Mary Ann confesó su preocupación por el proceso de envejecimiento. Su amiga le recomendó que conociera a alguien especial en un convento Benedictino cercano de Regina Laudis, un claustro ubicado en Bethlehem, Connecticut. El día de la reunión, su amiga presentó a Mary Ann a la Madre Superiora, la Madre Dolores Hart. Mary Ann rápidamente notó el parecido entre la Superiora y la actriz que adoraba en la película de los años 60. ¡La Madre Dolores le aseguró que era la misma Dolores! Mary Ann no podía creer que la actriz favorita de su adolescencia era la Madre Superiora de un convento, ¡y un convento enclaustrado! En su tiempo a solas, Mary Ann le contó a la Madre Dolores sobre el dolor de envejecer y cómo le aterraba la idea de perder su belleza y encanto.
Ahí estaba Mary Ann hablando con una mujer que, antes de entrar al convento, fue una actriz prominente a lo largo de las décadas de los 50 y 60. No sólo había recibido el Premio Mundial de Teatro y una nominación al Premio Tony, sino que fue la primera actriz en besar a Elvis Presley en la televisión. Ella había crecido cerca de Sunset Boulevard en Hollywood, y soñaba con convertirse en una estrella de cine. Y su sueño se hizo realidad. Pero Dios tenía otros planes.
A principios de la década de 1960, Dolores actuó en los teatros de Broadway en la ciudad de Nueva York. Durante un largo periodo de descanso, no tenía una casa a la que ir como otros actores que vivían en la zona. Un amigo le habló de un convento en Connecticut, que, de acuerdo con la orden de San Benito, operaba cuartos de invitados.
Dolores decidió quedarse en ese convento de clausura. Estaba fascinada por cómo las hermanas trabajaban duro y, sin embargo, seguían siendo tan amables. ¡Su estancia en el convento la cautivó tanto que supo que pronto volvería allí! Finalmente, Dolores reconoció un llamamiento a la vida religiosa y rompió su compromiso con su prometido, abandonó su carrera de actriz y la vida que había tenido para así poder abrazar su nueva vida en un claustro.
Mientras Mary Ann se sintió totalmente absorbida por la historia que estaba escuchando. La madre Dolores le dijo que en lo alto de su carrera se miró al espejo un día y se dio cuenta de que su fama había llegado debido a su belleza y juventud, pero era una belleza que no duraría mucho. Llegó a entender que la única belleza que dura es la belleza interior.
Después de esa conversación, Mary Ann se fue con una nueva perspectiva de vida. Aunque todavía era una mujer bella, era la belleza interior de la Madre Dolores la que emanaba de ella. El cuerpo es un templo para el alma y cuando cuidamos la belleza del alma, esa belleza interior se ve reflejada en la cara y en todo lo que hacemos. La Madre Dolores había aprendido esa lección. Y ahora, Mary Ann también.
Joseph Melookaran is a retired entrepreneur actively involved in philanthropic activities around the world focusing on youth and orphans. He is a former White House Presidential Commissioner (2004-2007) and National Board Treasurer of World Affairs Councils of America.
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