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Provengo de una pequeña parte del mundo llamada Derry, al norte de Irlanda, lugar donde, cuando yo estaba creciendo, el “católico” y el “protestante” eran sólo términos políticos. El simple hecho de haber crecido en una familia católica –como en mi caso- no necesariamente significaba que uno asistiera a Misa o que hubiese sido educado en la fe católica. Los católicos que querían una Irlanda unida mataron a los protestantes; y los protestantes que no querían una Irlanda unida mataron a los católicos; ese era el destino de ser católico. Dios no formaba parte alguna en mi vida. En una sociedad donde el odio prevalecía, no había espacio para Dios.
Desde muy pequeña soñaba con ser actriz, y como a los quince años me uní a una agencia de actuación en donde me asignaron a un entrenador. Fui presentadora de algunos programas de televisión, escribí obras, hice mucha actuación en teatro, gané premios, y a los dieciocho años me ofrecieron una pequeña parte en una película. Me gustaba la fiesta –y mucho- y entre los dieciséis y diecisiete años mis fines de semana consistían en borracheras con mis amigos. Todo mi dinero lo gastaba en alcohol y cigarros.
Un día me llamó una amiga y me preguntó si quería ir gratis a España. ¡Un viaje de diez días a España, sin pagar nada, ‘fiesteando’ en la soleada España…por supuesto que sí!. Mi amiga me dijo que la gente que iba a ir al viaje se reuniría a la siguiente semana. El día indicado llegué a la casa de la reunión, y al entrar vi que estaba llena de gente mucho mayor que yo, quizás entre los cuarenta y cincuenta años, y todos llevaban un Rosario en las manos. “¿Todos ustedes van de viaje a España?” pregunté algo turbada. La respuesta fue entusiasta: “¡Sí, vamos a la peregrinación!” ¿Peregrinación? ¿Durante diez días? Mi reacción inmediata fue salir de allí, y lo intenté, pero mi nombre ya estaba en el boleto y no me quedó otra alternativa más que ir. Ahora que lo recuerdo, me doy cuenta de que era la forma en que Nuestra Señora me estaba llevando de regreso a casa, de regreso a su Hijo.
La peregrinación se llevó a cabo durante la Semana Santa y estuvimos en un monasterio del Siglo XVI (nada que ver con lo que yo había imaginado serían mis vacaciones en España). Asistimos a un encuentro con un grupo llamado ‘La Casa de la Madre’, y yo no era precisamente una asistente muy feliz. Con todo, fue en esa peregrinación cuando Nuestra Señora me dio la gracia de ver que su Hijo había muerto por mí en la Cruz, y después de haber recibido esa gracia, supe que tenía que cambiar. Me hice la pregunta de que “si Él había hecho todo eso por mí, ¿qué estaba haciendo yo por Él?”
Cuando uno está en un retiro espiritual o cuando uno ‘siente’ el amor de Dios, es muy fácil decirle: “Haré todo lo que me pidas, lo que tú quieras,” pero cuando uno baja de la montaña, ya no es tan fácil. Las hermanas que conocí durante la peregrinación me invitaron a ir con ellas y otras chicas a otra peregrinación pero esta vez a Italia. Fui con ellas, y pese a la actitud tan superficial que mostré durante el viaje, Nuestro Señor me habló de una manera muy clara. Quería que yo viviera como las hermanas: en pobreza, castidad y obediencia.
De una forma casi automática le dije que eso era imposible para mí: “¡no puedo ser una monja! ¡No puedo dejar el alcohol, los cigarros, las fiestas, mi carrera y mi familia!” Pero después me di cuenta de que cuando Jesús nos pide algo, Él nos da la fortaleza y la gracia para hacerlo. Sin su ayuda, no hubiera sido capaz de hacer lo que tenía que hacer y responder a su llamado para seguirlo. Después de saber cuál era su voluntad, el Señor me dio otra enorme gracia. Mientras filmaba una película en Inglaterra, tomé conciencia clara de que si bien al parecer lo tenía todo, en realidad no tenía nada. Sentada en la cama de la habitación del hotel donde me hospedaba durante la filmación, sentí un enorme vacío. Todo lo que siempre había querido, por lo que había soñado, finalmente lo estaba logrando, y sin embargo, no me sentía feliz, y me di cuenta que sería verdaderamente feliz solamente haciendo lo que Dios quería de mí. Nuestro Señor me mostró que mi salvaje estilo de vida hería profundamente su Sagrado Corazón. Sabía que tenía que dejarlo todo y seguirlo. Supe con gran claridad que Él me estaba pidiendo confiar en Él, poner mi vida en sus manos y tener fe.
Ahora estoy felizmente consagrada con las Hermanas Siervas de la Casa de la Madre. Jamás deja de maravillarme la forma en que Nuestro Señor obra en las almas; cómo puede transformar totalmente una vida y robarle el corazón. Le agradezco a Dios la paciencia que ha tenido conmigo -¡y que aún tiene!- y no le pregunto la razón por la que me eligió: simplemente lo acepto. Dependo totalmente de Él, de nuestra Santísima Madre, y les pido que me den la gracia de convertirme en aquello que ellos esperan de mí.
HERMANA CLARE MARIA se integró a las Hermanas Siervas de la Casa de la Madre en Agosto del 2001 a los dieciocho años, haciendo sus votos perpetuos en Septiembre del 2010. Para mayor información de la Casa de la Madre, visita 222.hogardelamadre.org
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