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Ene 20, 2024 77 0 Padre Vinh Dong
Disfrutar

Dios hará un camino

Asustado y solo en un bote a mitad de un mar tormentoso, el pequeño Vinh hizo un trato con Dios…

Cuando terminó la guerra de Vietnam en 1975, yo era todavía un niño, el penúltimo de 14 hermanos. Mis maravillosos padres eran católicos devotos; pero a raíz de que los cristianos comenzaron a sufrir la persecución en Vietnam, quisieron que los niños escaparan a otros países para encontrar una mejor vida.

Cuando los refugiados dejan sus países, generalmente lo hacen a bordo de pequeñas embarcaciones de madera que con frecuencia zozobran en el mar, sin sobrevivientes. Así que mis padres decidieron que buscarían la manera de que dejáramos el país uno por uno. Esto representó para ellos un enorme sacrificio: poder ahorrar con el fin de saldar el enorme costo que tuvieron que pagar para lograrlo.

La primera vez que yo intenté salir del país, tenía tan solo 9 años. Me llevó dos años y 14 intentos antes de finalmente lograr escapar. A mis padres les tomó otros 10 años para lograr salir del país.

El escape

En un pequeño bote de madera atiborrado con 77 refugiados, mi pequeño “yo” de 11 años, iba solo, por mi cuenta, a mitad de la nada. Enfrentamos muchos peligros; en la séptima noche, cuando una fuerte tormenta nos estaba golpeando, una mujer me suplicó: “Es probable que no sobrevivamos a esta tempestad; cualquiera que sea tu religión, ora a tu Dios”. Y mientras el viento y las olas golpeaban nuestra embarcación aquella noche, yo premetí dedicar mi vida al servicio de Dios y su pueblo por el resto de mi vida.

Cuando desperté al siguiente día, continuábamos a flote y el mar estaba calmado. No obstante, aún corríamos un gran peligro porque se nos habían terminado el agua y los alimentos.

Dos días después, mis plegarias fueron respondidas cuando finalmente nuestra embarcación llegó al puerto de Malasia, después de haber pasado 10 días en el mar.

Comenzando una nueva vida en un campo de refugiados, busqué la manera de mantenerme fiel al trato que había hecho con Dios. Sin padres y sin nadie que se hiciera cargo de mí, sin nadie que me dijera lo que tenía que hacer, puse mi confianza total en Dios y le pedí que me guiara. Yo fui a misa cada día, y el sacerdote pronto me pidió que lo ayudara en el servicio del altar. El padre Simon era un misionero francés que trabajaba muy duro ayudando a los refigiados con todas sus necesidades; especialmente sus documentos de inmigrantes. El se convirtió en mi héroe. El había encontrado tal alegría en servir a los demás, que yo quería ser como él cuando creciera.

Con los retos que estaba enfrentando al iniciar una nueva vida en Australia, olvidé mi antigua promesa al Señor. Al finalizar el décimo año, cuando meditaba sobre lo que realmente me gustaría hacer de mi vida, el Señor me recordó mi deseo de hacerme sacerdote; así que Monseñor Keating, párroco de mi iglesia, organizó para mi una experiencia de trabajo en la parroquia. Me gustó tanto que decidí unirme al seminario una vez que completé mis estudios superiores.

Guardián de promesas

Durante los últimos 26 años he servido como sacerdote en la Arquidiócesis de Perth. Como el padre Simón, he encontrado gran alegría al servir al pueblo de Dios. Mi mayor reto ha sido ser designado para fundar una nueva parroquia en las afueras de Perth en 2015. Estaba perdido; había una escuela pero no las instalaciones necesarias de una iglesia, así que comenzamos reuniéndonos para celebrar la misa en un salón de clases.

Busqué el consejo de mis compañeros sacerdotes. Dos de ellos se me quedaron grabados. Uno dijo: “Construye una iglesia y entonces vendrá la gente”; otro dijo: “Construye una comunidad… cuando llegue la gente, entonces podrás constuir la iglesia”. Me pregunté a mí mismo: “¿Debo tener el huevo o la gallina?” Decidí que necesitaba ambos: el huevo y la gallina. Así que construí ambas: la iglesia y la comunidad.

Un refugiado vietnamita con escasas posibilidades de sobrevivir a la persecución en su propio país, que experimentó el temor de perder la vida en una terrible noche de tormeta en mar abierto, ahora construyendo una comunidad de Iglesia en territorio australiano: Aún estoy asombrado de la maravillosa manera de trabajar del Señor.

Las Hermanas Dominicas me ayudaron a formar la comunidad y también a reunir los fondos para que la construcción del templo de San Juan Pablo II fuera una realidad. Decenas de corazones generosos que acudían de otras parroquias en Perth, así como de otras partes del mundo, extendieron sus manos para ayudar, y estoy agradecido con Dios por el apoyo que nos brindaron. Situaciones como estas me recuerdan de manera continua que la palabra “católica” significa “universal”. Sin importar en qué lugar del mundo nos encontramos, somos el pueblo de Dios. Nuestra Iglesia que comenzó con una docena de personas, ahora reúne a cerca de 400 parroquianos. Los miembros de nuestra comunidad provienen de 31 diferentes culturas; cada semana veo caras nuevas. Conforme he ido aprendiendo sobre la diversidad de culturas de las personas con las que comparto una fe común, he recibido la ayuda para profundizar en mi relación con Dios.

Recibir engendra el dar

Aunque disfruto mi vida y ministerio en Australia, no olvido mis raíces en Vietnam. El Señor me ha llevado a brindar apoyo a un orfanato que dirigen las Hermanas Dominicas. Además de apoyar en la recaudación de fondos, también he llevado feligreses a colaborar en jornadas de misión para ayudar a las hermanas en el cuidado de los huérfanos. La juventud se adentra en el trabajo misionero, alimentándoles, enseñándoles, haciendo lo que sea necesario, y formando relaciones de amistad que continúan más allá del tiempo destinado para nuestras visitas. Nadie regresa a casa sin haber experimentado un cambio profundo en su forma de ver la vida.

Han pasado cerca de 40 años desde mi experiencia en aquella pequeña embarcación, donde hice mi promesa a Dios. Mi relación con Dios fue formada desde mi infancia por mis padres, para llegar a ese punto de rendición. Cuando me enseñaron a rezar el Rosario, pensé que era aburrido. En ese tiempo pude haber dicho a modo de queja: “¿Por qué tenemos que repetir la misma oración una y otra vez? Podríamos rezarla solo una vez y entonces decir: `lo mismo´, `lo mismo´, `lo mismo´, para que yo pueda salir a jugar.” Pero con el tiempo pude apreciar que el Rosario resume toda la Biblia, y repetir las oraciones nos permite meditar en los misterios. Ahora digo a las personas que la biblia contiene la información básica que necesitamos antes de dejar este mundo.

Mis padres me dieron la formación para ser fiel a la promesa que hice en aquella pequeña embarcación, y Dios, en su misericordia, se hizo cargo de mí cuando mis padres no pudieron hacerlo. Ellos continuaron orando por sus hijos, confiándonos a Dios; y para ellos fue una encantadora sorpresa cuando me consagré como sacerdote. Ahora mi trabajo es apoyar a las familias alimentando su fe y dando dirección a cualquiera que venga a mí en busca de consejo: “No tengas miedo de discernir el llamado de Dios; tómate el tiempo para hablar con Dios y permítele hablarte; poco a poco irás comprendiendo lo que Dios quiere que hagas en tu vida.”

Por mi parte continuo orando cada día a Dios para que pueda ser verdaderamente fiel a la promesa que le hice: ser su pequeño por la eternidad.

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Padre Vinh Dong

Padre Vinh Dong has served in the Perth archdiocese for over 26 years.

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