- Latest articles
¿Alguna vez has mirado a los ojos de alguien con un asombro interminable, esperando que ese momento nunca pase?
“Estén siempre alegres, oren sin cesar, y en todo momento den gracias a Dios” (1 Tes 5, 16-18).
La pregunta más importante que la gente se hace es: “¿Cuál es el propósito de la vida?” Con el riesgo de que parezca que simplifico la realidad, lo diré, y muchas veces lo he dicho en el púlpito: “Ésta vida se trata de aprender a orar”. Nosotros venimos de Dios y nuestro destino es regresar a Dios… y cuando oramos iniciamos nuestro camino de regreso a Él. san Pablo nos dice que vayamos aún más lejos; esto es, orar sin cesar. Pero, ¿cómo podemos hacer esto? ¿Qué podemos hacer para orar sin cesar?
Entendemos lo que significa orar antes de misa, orar antes de comer, orar antes de ir a dormir, pero ¿cómo puede uno orar sin cesar? El gran clásico espiritual, “El peregrino ruso”, escrito por un campesino desconocido del siglo XIX en Rusia , aborda esa misma cuestión. Este trabajo se centra en la oración: “Señor Jesucristo, Hijo de Dios; ten piedad de mí, soy pecador.” En el rito oriental lo repiten constantemente utilizando una cuerda de oración que es similar a un rosario, pero tiene 100 o 200 nudos, algunos incluso llegan a tener hasta 300 nudos.
Una vela encendida
Obviamente, no podemos estar constantemente repitiendo esta oración, por ejemplo, cuando estamos hablando con alguien más, en alguna reunión, cuando estamos trabajando… Entonces, ¿cómo funciona esto? El propósito detrás de repetir esta oración constantemente es el de crear un hábito en nuestra alma, una disposición. Comparémoslo con aquéllos que tienen una disposición musical. Aquéllos que han sido bendecidos con el don de la música casi siempre tienen una melodía sonando en su mente, puede ser una canción que escucharon en la radio, o una canción en la que estén trabajando si son músicos. La melodía no está al frente de sus mentes, es como una música de fondo.
De la misma manera, orar sin cesar es orar en el fondo de nuestra mente, de manera constante. Una inclinación a orar ha sido desarrollada como el resultado de la constante repetición de ésta oración: “Señor Jesucristo, Hijo de Dios; ten piedad de mí, soy pecador.” Pero de la misma manera puede ocurrir con aquellos que acostumbran rezar el rosario frecuentemente: “Dios te salve María, llena eres de gracia, el Señor es contigo; bendita eres entre todas las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, Madre de Dios, ruega Señora por nosotros los pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte.”
Lo que sucede es que eventualmente, las palabras dejan de ser necesarias porque el verdadero significado de lo que expresan viene a habitar y se imprime en nuestro subconsciente, y a pesar de que la mente se encuentre preocupada con cualquier situación, como realizar algún pago o tomar una importante llamada, el alma está orando en el silencio, sin necesidad de palabras, como una vela que permanece encendida. Es en ese momento cuando comenzamos a orar sin cesar; comenzamos con palabras, pero eventualmente, vamos más allá de las palabras.
Oración del asombro
Existen diferentes tipos de oración: de petición, intercesión, acción de gracias, alabanza, adoración. El tipo de oración más elevado que cada uno de nosotros está llamado a realizar es la oración de adoración. En palabras del P. Gerald Vann, esta es la oración del asombro: “La mirada tranquila y sin palabras de la adoración, es propia del amante. No está hablando, no está ocupado o agitado, no está pidiendo nada: está tranquilo, solamente acompañando, y hay amor y asombro en su corazón”.
Este tipo de oración es mucho más difícil de lo que solemos pensar, pues se trata de ponerse frente a la presencia de Dios, en silencio, enfocando toda nuestra atención en Dios. Esto es difícil porque repentinamente somos distraídos por todo tipo de pensamientos, y nuestra atención va de un lado a otro, sin que nos demos cuenta. Pero en el momento que logramos ser conscientes de esto, solo tenemos que volver a enfocar nuestra atención en Dios, habitando en su presencia; pero en menos de un minuto, nuestra mente vuelve a divagar, distrayéndose con infinidad de pensamientos.
Es en este momento cuando las pequeñas oraciones se vuelven tan importantes y nos ayudan; como la oración de Jesús, o alguna otra frase de los Salmos, por ejemplo: “Dios ven en mi auxilio, date prisa Señor en socorrerme” (Sal 69, 2), o “en tus manos encomiendo mi espíritu” (Sal 31, 6). Repetir estas pequeñas frases nos ayudará a tranquilizar nuestro interior y a regresar a su presencia. Mediante la constancia, eventualmente seremos capaces de estar en silencio ante la presencia de Dios, incluso por largo tiempo sin distracciones. Y es también un tipo de oración que nos brinda una gran sanación para nuestro subconsciente, pues muchos de los pensamientos que vienen a nuestra mente en esos momentos, son generalmente heridas no sanadas que han estado reprimidas en nuestro subconsciente, y aprender a soltarlas nos da una profunda sanación y paz; porque gran parte de nuestra vida cotidiana está impulsada por estos recuerdos no sanados en el inconsciente, razón por la cual suele haber una gran agitación en la vida interior de los fieles.
Una partida en paz
Hay dos tipos de personas en este mundo: aquellos quienes creen que esta vida es una preparación para la vida eterna, y aquellos que creen que esta vida es todo lo que hay y que lo que hacemos es sólo una preparación para la vida en este mundo. He visto a una gran cantidad de personas en los hospitales en estos últimos meses, personas que han perdido su movilidad, que tuvieron que pasar meses en una cama de hospital, y muchos que murieron después de un largo tiempo.
Para aquellos que no tuvieron una vida espiritual y no cultivaron el hábito de orar a través de su vida, esos últimos meses son con frecuencia muy dolorosos e incómodos; he ahí el por qué la eutanasia se está volviendo tan popular. Pero para aquellos con una fuerte vida espiritual, aquellos que usaron su tiempo en esta vida para preparase para la vida eterna aprendiendo a orar sin cesar, sus meses o años finales, incluso en una cama de hospital, no son para nada insoportables. Visitar a estas personas es inclusive gratificante, porque hay una profunda paz en ellos, y se encuentran agradecidos. Y lo asombroso de ellos es que no están pidiendo la eutanasia. En vez de hacer de su acto final un acto de rebeldía y de muerte, su muerte se convierte en su oración final, un ofrecimiento, un sacrificio de alabanza y agradecimiento por todo lo que recibieron a lo largo de sus vidas.
'A menudo, se necesita un maestro para que de un instrumento surjan melodías hermosas.
Era una feroz contienda… había compradores que competían por alcanzar primero todo lo que estaba en oferta. Adquirieron con entusiasmo todos los artículos que se ofrecieron y la subasta estaba por cerrarse, pero quedaba un artículo: un viejo violín.
Ansioso de encontrar un comprador, el subastador sostuvo el instrumento en sus manos y ofreció lo que pensó que era un precio atractivo: «Si alguien estaba interesado, lo vendería por 100 dólares».
Un silencio sepulcral llenó la habitación.
Cuando se hizo evidente que incluso ese precio no convenció a nadie de comprar el viejo violín, redujo el precio a 80 dólares, luego a 50 dólares y finalmente, desesperado, a 20 dólares. Después de otro período de silencio, un anciano que estaba sentado en la parte de atrás preguntó: «¿Puedo echar un vistazo al violín, por favor?» El subastador, aliviado de que alguien estuviera interesado en el viejo violín, aceptó. Al fin, el instrumento de cuerda enfrentaba la posibilidad encontrar un nuevo dueño y un nuevo hogar.
El toque de un maestro
El anciano se levantó de su asiento en la parte trasera del salón, caminó lentamente hacia el frente y examinó cuidadosamente el viejo violín. Sacó su pañuelo, desempolvó la superficie y afinó suavemente las cuerdas hasta que cada una alcanzó el tono correcto.
Solo entonces, colocó el viejo violín entre su barbilla y su hombro izquierdo, levantó el arco con la mano derecha y comenzó a tocar una pieza musical. Cada nota musical del viejo violín penetraba en el silencio de la habitación y bailaba deliciosamente en el aire. Esto dejó impactados a todos, y permanecieron escuchando atentamente lo que salía del instrumento, en las manos de un -para todos era obvio-, maestro.
Tocó un himno clásico familiar. La melodía era tan hermosa que rápidamente encantó a todos en la subasta, y quedaron asombrados. Nunca habían oído hablar o escuchado sobre alguien que tocara una música tan hermosa, y mucho menos con un viejo violín. Y ni por un momento pensaron que les llamaría la atención más tarde, cuando se reanudara la subasta.
Terminó de tocar y tranquilamente devolvió el violín al subastador. Y antes de que el subastador pudiera preguntar a los asistentes en la sala si alguien estaba aún interesado en comprarlo, las manos de todos se habían levantado ya. Después de la improvisada actuación magistral, todos lo querían. El viejo violín que unos minutos antes había sido un objeto no deseado, se convirtió de pronto en el foco de la competencia que recibió las más fuertes ofertas de la subasta. De la oferta inicial de 20 dólares, el precio se disparó inmediatamente a 500 dólares. El viejo violín se vendió finalmente por 10.000 dólares, 500 veces más que su precio más bajo.
Transformación asombrosa
Solo pasaron 15 minutos para que el viejo violín pasara de ser algo que nadie quería, a ser la estrella de la subasta. Solo se necesitó un músico maestro para afinar sus cuerdas y tocar una maravillosa melodía. El maestro demostró que algo poco atractivo por fuera guardaba en su interior una invaluable y hermosa alma.
Quizá, tal como sucedió con el viejo violín, nuestra vida normalmente parece no tener mucho valor al principio. Pero si se la entregamos a Jesús, que es el más grande maestro de todos, entonces Él podrá tocar hermosos cantos a través de nosotros y sus melodías asombrarán aún más a los oyentes. Nuestras vidas, entonces, captarán la atención del mundo. Si es el maestro quien mueve el instrumento, todos querrán escuchar la música que Él haga surgir de nuestras vidas.
La historia de este viejo violín me recuerda mi propia historia. Metafóricamente, yo era ese viejo violín, y nadie pensó que yo podría ser útil o que podría hacer algo que valiera la pena con mi vida. Me miraban como si no tuviera valor alguno. Sin embargo, Jesús se compadeció de mí; se dio la vuelta, me miró y me preguntó: «Peter, ¿qué quieres hacer con tu vida?» Le dije: «Maestro, ¿dónde vives?» «Ven y lo verás», me respondió Jesús. Así que fui y vi dónde vivía, y me quedé con Él. El pasado 16 de julio celebré el 30º aniversario de mi ordenación sacerdotal. He conocido y experimentado el gran amor de Jesús por mí… ¿cómo podría agradecerle lo suficiente? Ha convertido el viejo violín en algo nuevo y le ha dado un gran valor.
“Señor, que nuestras vidas se conviertan en tu instrumento musical, como ese viejo violín, para que podamos producir una hermosa música que la gente pueda cantar por siempre, dando gracias y alabanzas a tu maravilloso amor.”
'Es posible que tengas un millón de razones para decir «no» a una posible buena acción, pero ¿son realmente válidas?
Me senté en mi camioneta esperando que mi hija terminara su clase de equitación. En la granja donde monta hay caballos, ovejas, cabras, conejitos y muchos gatos de granero.
Me distraje de mirar a mi hija cuando noté que un niño llevaba un cordero recién esquilado de regreso a su corral. De repente, el animal decidió que no quería ir al pasto y se dejó caer allí mismo en el camino.
El niño no pudo hacer que el cordero se moviera, por más que lo intentó (una oveja adulta no es pequeña, pesa en promedio más de 45 kilos). El pequeño tiró de la correa, se colocó detrás del cordero tratando de empujar la parte trasera, intentó levantarla de debajo de su vientre, incluso trató de razonar con la oveja hablándole, prometiéndole darle una golosina si lo seguía. Aun así, el cordero yacía en medio del camino.
Sonreí y pensé: «¡Yo soy ese cordero!»
¿Con qué frecuencia me niego a ir a donde el Señor está tratando de llevarme?
A veces tengo miedo de hacer lo que Jesús me pide: Está fuera de mi zona de confort, es posible que a alguien no le guste si digo la verdad, podría ofenderlos… y me pregunto: ¿estoy calificada para esa tarea? El miedo me impide cumplir el increíble plan de Dios para mí.
Otras veces, estoy demasiado cansada o francamente perezosa. Ayudar a los demás lleva tiempo, tiempo que había destinado para otra cosa, algo que quería hacer. Hay momentos en los que siento que no tengo la energía para ofrecerme como voluntaria para una cosa más. Lamentablemente, me niego a dar un poco más de mí. El egoísmo me impide obtener las gracias que Dios me está enviando.
No estoy segura de por qué ese cordero dejó de avanzar. ¿Tenía miedo?, ¿o cansancio?, ¿o simplemente pereza? No sé. Finalmente, el pastorcito pudo persuadir a su cordero para que se moviera de nuevo y lo llevó a los pastos verdes donde podía acostarse de manera segura.
Al igual que el pastorcillo, Jesús me empuja y me pincha, pero en mi terquedad, me niego a moverme. ¡Qué triste! Estoy perdiendo oportunidades, tal vez incluso milagros. Verdaderamente, no hay nada que temer, porque Jesús prometió que estaría conmigo (cfr. Sal 23,4). Cuando Jesús me pide algo, «no hay nada que me falte» (Sal 23,1), ni tiempo ni energía. Si me canso: «Él me conduce junto a aguas tranquilas; Él restaura mi alma» (Sal 23,2-3). Jesús es mi Buen Pastor.
“Señor, perdóname. Ayúdame a seguirte siempre a donde sea que me lleves. Confío en que tú sabes lo que es mejor para mí. Tú eres mi Buen Pastor. Amén”.
'Es fácil quedar atrapado en lo ordinario y perder de vista el propósito. Donna nos recuerda por qué debemos resistir.
Solía pensar que si alguna vez hacía un compromiso espiritual serio y me embarcaba en un camino discernido hacia la santidad, cada día estaría lleno de momentos santos, y todo lo que surgiera, incluso las adversidades, serían consideradas motivo de gozo (cf. Santiago 1,2). Pero la vida espiritual, de hecho, la vida en general, no es así.
Hace unos diez años me hice oblata de san Benito. Al comienzo de mi oblación, a medida que mi vida de oración se profundizaba y mis ministerios se hacían más fructíferos, las posibilidades de la perfección cristiana parecían infinitas.
Pero la tentación de juzgar a los demás haciendo comparaciones que no les favorecían, comenzó a pisarme los talones. Cuando los miembros de mi familia rechazaron abiertamente algunas de las enseñanzas fundamentales de la Iglesia católica, yo me sentí rechazada por extensión. Cuando un compañero oblato cuestionó mi testimonio público en apoyo de la santidad de la vida, ¿acaso no sabía que los corazones y las mentes sólo han cambiado a través del amor incondicional, no de críticas veladas? —Me sentí como una farisea sosteniendo mi cartel.
Santos Meteoros…
Por desgracia, aunque nunca dudé de mi decisión de convertirme en oblata, la comprensión de mi indignidad básica me desinfló el ánimo. Cuánto ansiaba redescubrir esa embriagadora sensación de libertad interior y alegre dinamismo, que surgía de la creencia de que mi fe católica, vivida bajo la guía de la Regla de san Benito, podía mover montañas. Irónicamente, la sabiduría de un rabino del siglo XX me ayudó a encontrar el camino al señalarme la directiva probada por el tiempo: «¡Recuerda por qué empezaste!».
En el libro “Grandeza moral y audacia espiritual”, el pastor judío Abraham J. Heschel sugiere que la fe no es un estado constante de creer de manera fervorosa, sino más bien una lealtad a los momentos en los que alcanzamos esa fe tan ardiente. En efecto, «yo creo» significa «yo recuerdo».
Comparando los momentos santos con «meteoros» que estallan rápidamente y luego desaparecen de la vista, pero «encienden una luz que nunca se extinguirá», Heschel exhorta a los creyentes «a guardar para siempre el eco que una vez estalló en lo más profundo de su alma». La mayoría de nosotros podemos recordar haber experimentado estas “estrellas fugaces” en momentos significativos de nuestra vida de fe, cuando nos sentíamos elevados y exaltados, tocados por la gloria de Dios.
Mis momentos de estrella fugaz
1. Mi primer recuerdo de este tipo se produjo cuando tenía siete años, cuando vi La Piedad de Miguel Ángel en la Exposición Universal de Nueva York. Aunque había hecho mi primera comunión a principios de ese año, la belleza de la escultura de mármol blanco de la santísima Virgen con el cuerpo sin vida de Jesús en su regazo, contra un fondo celestial de color azul medianoche, me impactó con una conciencia más profunda del sacrificio y el amor que por mí entregaron tanto Jesús como María, que cualquier cosa que hubiera recitado en el catecismo. La siguiente vez que recibí a Jesús en la Eucaristía, lo hice con mayor comprensión y reverencia.
2. Otro momento transformador ocurrió durante ¡una clase de baile de salón! Cristo, después de todo, es “El Señor de la Danza” en el himno del mismo nombre. En los escritos del monástico católico Thomas Merton, Dios es el «danzador» que nos invita a cada uno de nosotros a unirnos a Él en una «danza cósmica» para lograr la verdadera unión (en la serie sobre “Espiritualidad Moderna”). Cuando el instructor se asoció conmigo para demostrarme el foxtrot, bromeé nerviosamente diciendo que tenía dos pies izquierdos, pero él simplemente dijo: «Sígueme». Después de mi tropiezo inicial, inmediatamente me jaló para que no tuviera espacio para fallar. Durante los siguientes minutos, mientras me deslizaba sin esfuerzo por la habitación siguiendo su estela, balanceándome una y otra vez al ritmo que Frank Sinatra cantaba “Fly me to the moon”, de manera implícita entendí cómo sería estar en sintonía con la voluntad de Dios: ¡estimulante!
¡Cristo también tuvo sus momentos!
En las Escrituras, Dios claramente creó momentos de trascendencia para fortalecer nuestra fe en tiempos de prueba: la transfiguración del Señor es un excelente ejemplo. Esa memoria de Cristo manifestando toda su deslumbrante gloria, ciertamente proporcionó a los discípulos un contraste necesario ante el horror y la vergüenza de su ignominiosa muerte en la cruz. Así mismo, imparte para nosotros una visión esperanzadora de nuestra gloria futura “pase lo que pase”. Seguramente el recuerdo de las palabras de su Padre: “Éste es mi Hijo amado; en Él estoy muy complacido; ¡escúchenlo!” (Mateo 17,5) sostuvo y consoló a Jesús hombre, desde Getsemaní hasta el calvario.
De hecho, el «recuerdo» es un tema preeminente en la narrativa de la pasión. Cuando Jesús instituyó la Eucaristía en la última cena, estableció el memorial más importante de todos los tiempos y de la eternidad: el santo sacrificio de la misa. Cuando Jesús en la cruz prometió recordar en el paraíso al buen ladrón que creyó en Él en la tierra, el mundo suspiró aliviado. Por eso el recordatorio de san Benito de “y no desesperar nunca de la misericordia de Dios” es la herramienta espiritual final y más fundamental de su Regla. Porque aun cuando nosotros, como el buen ladrón, sabemos que tenemos profundos defectos, podemos estar seguros de que Cristo nos recordará porque lo recordamos a Él; en otras palabras: ¡creemos!
Porque no existe una vida perfecta en la tierra. Sin embargo, hay momentos perfectos y brillantes ubicados entre momentos ordinarios, a menudo difíciles, que iluminan nuestro camino «deslizando» nuestros pasos hacia el cielo, donde «jugaremos entre las estrellas».
Hasta entonces, ¡amemos en memoria de Él!
'Cuando Andrea Acutis organizó una peregrinación a Jerusalén, pensó que a su hijo le haría ilusión. A Carlo le gustaba ir a misa todos los días y recitar sus oraciones, así que su respuesta fue una sorpresa: «Prefiero quedarme en Milán… Puesto que Jesús permanece siempre con nosotros en la Hostia consagrada, ¿qué necesidad hay de peregrinar a Jerusalén para visitar los lugares donde vivió hace 2000 años? En cambio, los sagrarios deberían visitarse con la misma devoción». Andrea quedó impresionado por la gran devoción que su hijo sentía por la Eucaristía.
Carlo nació en 1991, el año en que se inventó la World Wide Web. El pequeño genio caminaba cuando sólo tenía cuatro meses, y empezó a leer y escribir a los tres años. El mundo habría mirado su intelecto y soñado con un futuro brillante, pero Dios tenía otros planes. Combinando su amor por la Eucaristía y la tecnología, Carlo dejó al mundo un gran legado: un registro de milagros eucarísticos de todo el mundo. Comenzó la recopilación en 2002, cuando sólo tenía 11 años, y la completó un año antes de sucumbir a la leucemia. Este joven informático, a tan corta edad, incluso construyó un sitio web (carloacutis.com), que guarda un registro perdurable, con toda la información recopilada.
La exposición eucarística de la que fue pionero se celebró en los cinco continentes. Desde entonces, se han registrado numerosos milagros. En su página web ha escrito la misión duradera de su vida en la tierra: «Cuanta más Eucaristía recibamos, más nos pareceremos a Jesús, para que en esta tierra tengamos un anticipo del cielo».
Este adolescente italiano, diseñador y genio de la informática, pronto se convertirá en San Carlo Acutis. Ampliamente conocido como el primer patrón milenario de Internet, el Beato Carlo sigue atrayendo a millones de jóvenes al amor de Jesús en la Eucaristía.
'No es fácil predecir si tendrás éxito, si serás rico o famoso; pero una cosa es segura: la muerte te espera al final.
Una gran parte de mi tiempo lo he dedicado a practicar el arte de morir. Debo decir que estoy disfrutando cada momento de este ejercicio, al menos desde que me he dado cuenta de que he entrado en el extremo pesado de la balanza del tiempo.
Ya me encuentro dentro de los 60’s, así que he comenzado a pensar: ¿Qué preparativos positivos he puesto en marcha para la inevitabilidad de mi muerte? ¿Qué tan inmaculada es la vida que estoy viviendo? ¿Está mi vida lo más posible libre del pecado, especialmente de los pecados de la carne? ¿Es mi objetivo final salvar mi alma inmortal de la condenación eterna?
Dios en su misericordia me permitió tener ‘tiempo extra’ en este juego de la vida, para poder poner mis asuntos (en especial los espirituales) en orden antes de que me vaya a la cima y a las sombras del valle de la muerte. Tuve toda una vida para arreglar esto, pero como muchos, descuidé las cosas más importantes de la vida; preferí buscar tontamente riquezas, seguridad y gratificación instantánea. No puedo decir que esté cerca de tener éxito en mis esfuerzos, ya que las distracciones de la vida continúan atormentándome, a pesar de mi edad avanzada. Este conflicto constante es siempre muy molesto y atormentador; y aún cuando uno todavía puede ser tentado, tal desperdicio de emociones resulta ser inútil.
Escapar de lo inevitable
A pesar de mi educación católica y la urgencia de abrazar y esperar el inevitable toque en el hombro del ‘Ángel de la Muerte’ de Dios, todavía estoy esperando a esa carta del Rey felicitándome por alcanzar ‘el gran cero’. Por supuesto, como muchos de mi edad, estoy tratando de “evitar lo inevitable” abrazando cualquier incentivo para ayudar a prolongar mi existencia terrenal con medicinas, higiene, dieta o por cualquier medio posible.
La muerte es inevitable para todos, incluso para el Papa, nuestra adorable tía Beatriz y la realeza. Pero cuanto más tiempo escapamos de lo inevitable, más débilmente brilla ese rayo de esperanza en nuestra psique: de cómo podemos ir más allá, llenar con un poco más de aire el globo, llevándolo hasta su límite. Supongo que de alguna manera, esa podría ser la respuesta para alargar la fecha de nuestra muerte: esa positividad, esa resistencia a la mortalidad. Siempre he pensado, si puedo evitar impuestos injustificables por cualquier medio, ¿por qué no intentar evitar la muerte?
San Agustín se refiere a la muerte como “la deuda que debe ser saldada”. El arzobispo Anthony Fisher le añade: “Cuando se trata de la muerte, la modernidad se dedica a la evasión de impuestos, al igual que nuestra cultura actual niega el envejecimeinto, la fragilidad y la muerte”.
Lo mismo ocurre en los fitness gyms. La semana pasada conté cinco establecimientos de este tipo en nuestra comunidad relativamente pequeña, en el suburbio occidental en Sydney. Este deseo frenético de estar en forma y saludable, en sí mismo es noble y loable, siempre y cuando no lo tomemos demasiado en serio, ya que puede afectar en todos los aspectos de nuestras vidas; y a veces, puede conducir al narcisismo. Debemos estar seguros de nuestras habilidades y talentos; pero sin perder de vista la virtud de la humildad, que es lo que nos mantiene atados a la realidad, para que no nos alejemos demasiado de las pautas de Dios para la normalidad.
Al grado máximo
Incluso intentamos domesticar el envejecimiento y la muerte, por lo que se producen en nuestros propios términos a través del exceso de cosméticos, la criopreservación, los órganos robados ilegalmente para transplantes, o la forma más diabólica de vencer la muerte natural, mediante el acto de la eutanasia… Como si no hubiera suficientes percances que nos quitan la vida prematuramente.
Aun así, la mayoría de las personas temen la idea de la muerte. Puede ser paralizante, desconcertante e incluso deprimente, porque significa el final de nuestra vida terrenal; pero simplemente se necesita un grano de mostaza de fe para cambiar todos esos sentimientos del “fin del mundo”, y abrir una perspectiva completamente nueva, de esperanza, alegría, anticipación placentera y felicidad.
Con la fe en una vida con Dios después de la muerte y todo lo que involucra, la muerte es simplemente una puerta que debe abrirse para que participemos de todas las promesas del cielo. ¡Qué garantía, la que nos ha dado nuestro Dios todopoderoso, de que al creer en su Hijo Jesús y al vivir una vida basada en sus instrucciones, encontraremos vida después de la muerte, en su grado más pleno! Así que, podemos, con confianza hacer la pregunta: “Oh muerte, ¿dónde está tu victoria, dónde está tu aguijón?” (1 Corintios 15:58).
Una pizca de fe
Cuando entramos a lo desconocido, la trepidación es algo que se espera, pero al contrario de lo que dice el Hamlet de Shakespeare: “La muerte, ese ignoto país de cuyos lindes, ningún viajero vuelve”; a nosotros, que hemos sido dotados con el don de la fe, se nos ha mostrado la viva evidencia de que algunas almas han regresado de las entrañas de la muerte para traer testimonio de esa desinformación.
El Catecismo de la Iglesia Católica nos enseña que la muerte es consencuenia del pecado. El Magisterio de la Iglesia, como auténtico intérprete de las afirmaciones de las escrituras y las tradiciones, nos enseña que la muerte entró al mundo gracias al pecado del hombre. “Aún cuando la naturaleza del hombre es la mortalidad, Dios lo había destinado a no morir. Por lo tanto, la muerte era contraria a los planes de Dios creador y entró al mundo como consecuencia del pecado.” El libro de la sabiduría lo confirma: “Dios no hizo a la muerte, y Él no se regocija en la muerte de los vivos. El creó todo para que pudiera seguir existiendo, y todo lo que creó es sano y bueno” (Sabiduría 1,13-14, 1 Corintios 15,21, Romanos 6,21-23).
Sin fe genuina, la muerte parece una aniquilación; por lo tanto, busca la fe porque eso es lo que cambia la idea de la muerte a la esperanza de vida. Si la fe que posees no es lo suficientmente fuerte como para vencer el miedo a la muerte, entonces apresúrate a fortalecer esa pizca de fe en una creencia completa en aquel que es la vida; porque después de todo, lo que está en juego es tu vida eterna. Así que no dejemos las cosas demasiado al azar.
¡Que tengas un buen viaje, nos vemos del otro lado!
'Algo me hizo detenerme ese día… y todo cambió.
Estaba a punto de comenzar el grupo del rosario en el asilo de ancianos donde trabajo como agente de cuidado pastoral, cuando vi a Norman, de 93 años, sentado solo en la capilla, bastante desolado. Los temblores del Parkinson parecían bastante pronunciados.
Me acerqué a él y le pregunté cómo estaba. Con un encogimiento de hombros, derrotado, murmuró algo en italiano y se puso bastante lloroso. Sabía que no estaba bien. Su lenguaje corporal me resultaba muy familiar. Lo había visto en mi padre unos meses antes de que muriera: la frustración, la tristeza, la soledad, la angustia del “¿por qué tengo que seguir viviendo así?”, el dolor físico evidente por la cabeza fruncida y los ojos vidriosos…
Me puse muy sentimental y no pude hablar por unos momentos. En silencio, puse mi mano sobre sus hombros asegurándole que estaba allí con él.
Un mundo completamente nuevo
Era la hora del té por la mañana. Sabía que para cuando lograra llegar al comedor, se perdería el servicio de té. Así que me ofrecí a prepararle una taza. Con mi mínimo italiano, pude interpretar sus preferencias.
En la cocina cercana del personal, le hice una taza de té con leche y azúcar. Le advertí que estaba bastante caliente. Sonrió indicando que así le gustaba. Revolví la bebida muchas veces porque no quería que se quemara y, cuando ambos sentimos que estaba a la temperatura adecuada, se la ofrecí. Debido a su Parkinson, no podía sostener la taza con firmeza. Le aseguré que sostendría la taza; con mi mano y la suya temblorosa, sorbió el té sonriendo tan deliciosamente como si fuera la mejor bebida que hubiera tomado en su vida. ¡Terminó hasta la última gota! Sus temblores pronto cesaron y se sentó más alerta. Con su distinguida sonrisa exclamó: “¡Gracias!” Incluso se unió a los otros residentes que pronto se acercaron a la capilla y se quedó para el Rosario.
Solo era una taza de té, pero significó el mundo entero para él, no solo para saciar una sed física, sino también un hambre emocional.
Recordando
Mientras lo ayudaba a beber su taza de té, recordé a mi padre. Los momentos en los que disfrutaba de las comidas que teníamos juntos sin prisa, sentándome con él en su lugar favorito del sofá mientras lidiaba con sus dolores de cáncer, acompañándolo en su cama, escuchando su música favorita, viendo misas de sanación juntos en línea…
¿Qué me llevó a encontrarme con Norman en su necesidad esa mañana? Seguramente no fue mi naturaleza débil y carnal. Mi plan era preparar rápidamente la capilla porque llegaba tarde. Tenía una tarea que cumplir.
¿Qué me hizo detenerme? Fue Jesús quien entronizó su gracia y misericordia en mi corazón para responder a las necesidades de alguien. En ese momento, comprendí la profundidad de la enseñanza de San Pablo: «Ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí» (Gálatas 2, 20).
Me pregunto si, cuando llegue a la edad de Norman y anhele un cappuccino ‘con leche de almendra, medio fuerte, extra caliente’, ¿alguien me hará uno con tanta misericordia y gracia también?
'Cuando una terrible pérdida llevó a Josh Blakesley a la luz, la música de su alma se convirtió en un bálsamo para muchos corazones desangrados.
Mientras crecía en el pequeño pueblo de Alejandría, Josh era un niño despreocupado; creció escuchando la música de su papá. Y dos hermanas mayores con una gran colección de música fueron un bono que nutrió su gusto musical. Sin formación profesional ni conocimientos teóricos, en una época sin internet ni YouTube, Josh tuvo lo que luego él mismo llamaría «una entrada lateral al mundo de la música». Comenzando con la batería y aprendiendo a cantar al mismo tiempo, estaba enamorado de artistas como Don Henley y Phil Collins, siguiendo sus obras legendarias a través de revistas y libros.
Sin embargo, con su madre, la Iglesia era un asunto no negociable. Gracias a su insistencia, asistió a misa todos los domingos. Pero dejaba a Dios allí y vivía el resto de su vida en un plano totalmente diferente.
Profundizando
Josh y Jenny se conocieron en la clase de español cuando él tenía 15 años, y a diferencia de cualquier otro joven de esa edad, ella lo llevó a una reunión de oración. Esto era nuevo y diferente a todo lo que había experimentado antes. Los adolescentes de su edad se estaban uniendo para adorar al Señor. Esta experiencia de adoración era moderna y atractiva… ¡con música, charlas y sketches de personas de su edad! Estaba intrigado, pero no habría regresado cada semana si Jenny no se lo hubiera pedido.
Varios meses después, Jenny fue atropellada por un conductor ebrio y murió en el accidente. Su pérdida fue un gran golpe para toda la comunidad. Mientras luchaba con el dolor de perderla, se dio cuenta de que la vida aquí es finita, y que debe haber un propósito en ella, una razón por la que estamos viviendo.
A partir de ese mismo momento comenzó un viaje para buscar respuestas a las preguntas que lo fascinaban: «¿Cuál es mi razón de ser? ¿Cuál es el propósito de lo que ahora mismo estoy haciendo? ¿Por qué Dios me ha puesto en este planeta? ¿Cuál es mi papel mientras estoy aquí?»
Comenzó a sumergirse más en el por qué de nuestra existencia en este planeta. Al darse cuenta de que sus dones eran de Dios, y al buscar un propósito en el uso de estos dones, se dio cuenta de que quería retribuir a Dios y devolver el amor.
Un rayo de realización
Comenzó a tocar música para la misa y a involucrarse en la liturgia. Como él lo pone: «Ha habido una parte de fe en mi música y una parte de música en mi fe también. Esas todavía están arraigadas. Oro mucho a través de la música». Y es esta experiencia de oración la que intenta transmiIr a sus hermanos a través de escribir y tocar música. La experiencia «impresionante y abrumadora» de liderar a la gente en la adoración y escucharlos cantar junto a él lo hace susurrar muy a menudo: «El Señor se está moviendo ahora mismo, y no tengo que esforzarme».
Cerrando la brecha
Josh es ahora un cantante, compositor, productor, director musical, esposo y papá de tiempo completo.
Incluso mientras dirige la música en la misa cada domingo, Josh sabe que la misa puede suceder sin música; lo que un músico hace en la misa no hace que Jesús esté más presente en la sala; Él está ahí independientemente. Lo que un músico puede hacer es «elevar la adoración de los fieles trayendo un poco de belleza extra a través de la música». De hecho, este es uno de sus objetivos de vida: tratar de cerrar esa brecha y traer música de calidad a la liturgia.
Pero no se detiene ahí; además de agregar belleza a la experiencia sacramental, va una milla más allá para llevar a Dios a la gente.
Directamente de su corazón
Como músico católico, Josh escribe canciones para la misa y escribe desde el corazón. A veces, cuando sale, podría no ser material directamente para la misa, pero lo que sale sigue siendo un tributo a Dios por el don de la música.
Relata que su canción “Even in this” (“Incluso en esto”) fue una experiencia así, directamente de su corazón.
La comunidad de la iglesia de la que formaba parte acababa de perder a un adolescente, y verlos pasar por el dolor, la tragedia y la devastación lo llevó de vuelta a su propia experiencia de perder a una querida amiga en su adolescencia. Sumergiéndose en el dolor, escribió que incluso en las noches más oscuras, Dios está con nosotros. En los “valles del dolor”, en las “cosas rotas y destrozadas”, en el “dolor que no puedes esconder” y en el “miedo que no puedes combatir,” él asegura a sus oyentes que aunque no puedan ver a Dios, «No están solos».
Este es un mensaje que Josh quiere repetir al mundo: «Dios se está moviendo contigo».
'La imagen de siempre… un quehacer de rutina; pero ese día, algo distinto llamó su atención…
En una esquina del tocador de mi baño hay una copia vieja de un dibujo (ya olvidé su origen) en un marco de plástico. Hace años, uno de mis hijos que ya es adulto, lo enmarcó con esmero y lo puso en su cómoda. Ahí se quedó hasta que creció. Cuando me mudé, lo puse en un rincón del tocador de mi baño. Los sábados, cuando me toca limpiar los baños, siempre levanto ese pequeño marco para limpiar el polvo debajo. A veces, paso el trapo por los lados lisos del marco para quitar el polvo acumulado y los gérmenes que no se ven. Pero, como muchas otras cosas comunes, rara vez me detengo a ver la imagen que está dentro de ese viejo marco hecho por un niño.
Sin embargo, un día esa imagen me tomó por sorpresa. Me enfoqué con entusiasmo en los ojos de las dos figuras en la imagen: un niño y Jesús. La expresión en el rostro del niño era de adoración amorosa; su mirada maravillada e inocente así como la admiración ansiosa resonaban en sus suaves ojos dibujados. La tierna mirada hacia arriba del niño, parecía no darse cuenta del horror de la corona de espinas sobre la cabeza de Cristo o de la cruz que aplastaba su hombro derecho. En contraste, los ojos de Jesús mostraban sus párpados pesados y arrugas sombreadas, que miraban hacia abajo. El artista había logrado hábilmente velar la profundidad del dolor detrás de esos ojos.
Dibujando paralelismos
Recordé algo de mis primeros años como madre. Estaba embarazada de mi tercer bebé. En los últimos días del embarazo, intentaba aliviar mi cuerpo adolorido con un baño caliente. Mis dos hijos pequeños se encontraban conmigo; estaban llenos de energía y platicaban mientras se movían alrededor de la bañera y me hacían preguntas. Mi privacidad y malestar físico no importaban en sus mentes infantiles.
Recordé las lágrimas que rodaban por mi rostro mientras intentaba, en vano, hacer que mis hijos entendieran que me dolía y necesitaba un poco de espacio. Pero ellos eran simplemente niños pequeños que me veían como su mamá siempre presente, aquella que besaba sus heridas y siempre estaba lista para escuchar sus historias y satisfacer sus necesidades. No comprendían los sacrificios físicos que exige la maternidad. Y yo era demasiado familiar para que ellos me vieran como alguien que no fuera su madre fuerte y firme.
Consideré los paralelismos. Como mis hijos pequeños, el niño de la imagen veía a nuestro Señor a través de su lente individual y humano de experiencias; veía a un maestro amoroso, un amigo fiel y un guía constante. Cristo ocultaba la intensidad de su pasión por misericordia, y miraba al niño con ternura y compasión. El Señor sabía que el niño no estaba preparado para ver la magnitud del sufrimiento que había costado su salvación.
Perdidos en la oscuridad
Nuestra familiaridad con las cosas, las personas y las situaciones puede cegarnos a la realidad. La mayoría de las veces vemos a través del túnel nublado de experiencias y expectativas del pasado. Con tantos estímulos compitiendo por nuestra atención, es razonable que filtremos el mundo que nos rodea. Pero, al igual que el niño de la imagen y mis propios pequeños, tendemos a ver lo que queremos ver y a ignorar lo que no correponde a nuestras perspectivas.
Creo que Jesús quiere sanar nuestra ceguera. Al igual que el hombre ciego en la Biblia que, al ser tocado por Jesús, dijo: «Veo a los hombres, pero parecen árboles caminando» (Marcos 8, 22-26), la mayoría de nosotros no estamos listos para ver lo ordinario con ojos divinos de inmediato. Nuestros ojos todavía están demasiado acostumbrados a la oscuridad del pecado, demasiado apegados a nuestra autosuficiencia, demasiado complacientes en nuestra adoración y demasiado orgullosos de nuestros esfuerzos humanos.
La imagen completa
El precio pagado por nuestra salvación en el calvario no fue un precio fácil. Fue un sacrificio. Sin embargo, como el niño en la imagen de mi tocador del baño, nos enfocamos solo en la ternura y misericordia de Jesús. Y porque Él es misericordioso, Jesús no se apresura; nos permite llegar a una madurez gradual de fe.
Sin embargo, es bueno preguntarnos de vez en cuando si realmente hacemos esfuerzos hacia la madurez espiritual. Cristo no dio su vida para que pudiéramos seguir en el mundo fantasioso de bendiciones continuas. Dio su vida para que pudiéramos tener vida eterna, y necesitamos abrir nuestros ojos para ver que la compró al precio de su sangre.
A medida que avanzamos en la Cuaresma y especialmente en la Semana Santa, debemos permitir que Cristo abra nuestros ojos poco a poco, entregarnos a su voluntad, permitir que él remueva nuestros ídolos uno por uno y despojar aquello que se ha vuelto familiar en nuestras vidas, para que podamos comenzar a ver las antiguas bendiciones de la adoración, la familia y la santidad con nuevos ojos de fe profunda y duradera.
'¿Volverá mi vida alguna vez a la normalidad? ¿Puedo continuar con mi trabajo? Pensando en esto, una solución terrible apareció en mi cabeza…
La vida se me estaba haciendo extremadamente estresante. En mi quinto año de universidad, la aparición del trastorno bipolar estaba obstaculizando mis esfuerzos por alcanzar mi título de enseñanza. Aún no tenía el diagnóstico, pero me acosaba el insomnio y lucía agotada y desaliñada, lo que impidió mis perspectivas de empleo como profesora. Como tenía fuertes tendencias naturales hacia el perfeccionismo, me sentía muy avergonzada y temía estar decepcionando a todos. Caí en una espiral de ira, desaliento y depresión. La gente estaba preocupada por mi deterioro y trataron de ayudarme. Incluso fui enviada al hospital en ambulancia desde la escuela, pero los médicos no pudieron encontrar nada mal en mí, excepto la presión sanguínea elevada. Oré, pero no encontré el consuelo. Aun la misa de Pascua -mi momento favorito- no pudo romper ese ciclo vicioso. ¿Por qué Jesús no me ayudaba? Me sentí tan enojada con Él. Finalmente, deje de rezar.
Esto continuó día tras día, mes tras mes; no sabía qué hacer. ¿Volvería mi vida alguna vez a la normalidad? Pareciera que no. Al acercarse la graduación, mi miedo creció aún más. La enseñanza es un trabajo difícil, con pocos descansos, y los estudiantes necesitan que yo mantenga la sensatez al abordar sus numerosas necesidades, además de proporcionarles un buen entorno de aprendizaje. ¿Cómo podría lograrlo en mi estado actual? Una terrible solución apareció en mi cabeza: “Deberías suicidarte”. En lugar de desechar ese pensamiento y enviarlo directamente de regreso al infierno al que pertenecía, lo dejé asentarse. Parecía una respuesta simple y lógica a mi dilema. Sólo quería permanecer insensible en lugar de estar bajo un ataque constante.
Para mi total pesar, elegí la desesperación. Pero, en lo que esperaba que fueran mis últimos momentos, pensé en mi familia y en el tipo de persona que alguna vez fui. Con genuino remordimiento, levanté la cabeza al cielo y dije: “Lo siento mucho, Jesús. Perdón por todo. Solo dame lo que merezco”. Pensé que esas serían las últimas palabras que pronunciaría en esta vida. Pero Dios tenía otros planes.
Escuchando lo Divino
Mi madre estaba, por providencia, rezando la Coronilla de la Divina Misericordia en ese mismo momento. De repente escuchó fuerte y claro en su corazón las palabras: «Ve a buscar a Ellen”. Obedientemente dejó su rosario a un lado y me encontró en el piso de la cochera. Ella se dio cuenta de todo rápidamente y exclamó horrorizada: “¡¿Qué estás haciendo?!”, mientras me arrastraba hacia la casa.
Mis padres estaban desconsolados. No existe un reglamento para momentos como este, pero decidieron llevarme a misa. Yo estaba totalmente destrozada y necesitaba un Salvador más que nunca. Anhelaba un momento de encuentro con Jesús, pero estaba convencida de que yo era la última persona en el mundo que Él querría ver. Quería creer que Jesús, mi Pastor, vendría tras su oveja perdida, pero fue difícil porque nada había cambiado. Todavía estaba consumida por un intenso odio hacia mí misma, oprimida por la oscuridad. Fue casi físicamente doloroso.
Durante la preparación de los dones, rompí en llanto. No había llorado durante un largo tiempo, pero una vez que empecé, no podía parar. Ese fue el final de mis propias fuerzas, sin idea de adónde ir a continuación. Pero mientras lloraba, el peso se fue disipando lentamente y me sentí envuelta en su Divina Misericordia. No lo merecía, pero Él me dio el regalo de sí mismo, y supe que me amaba tanto en mi punto más bajo, como en mi punto más alto.
En búsqueda del Amor
En los siguientes días, apenas podía voltear a mirar a Dios; Él continuó mostrándose y persiguiéndome en las cosas pequeñas. Restablecí la comunicación con Jesús con la ayuda de un cuadro de la Divina Misericordia en nuestra sala de estar. Intenté hablar, principalmente quejándome de la lucha, y luego sintiéndome mal por ello, a la luz del reciente rescate.
Extrañamente, me pareció escuchar una voz tierna que susurraba: “¿De verdad pensaste que te dejaría morir? Te amo. Nunca te abandonaré. Prometo nunca dejarte. Todo está perdonado. Confía en mi misericordia”. Yo quería creer esto, pero no podía confiar en que fuera verdad. Me estaba desanimando cada vez más por los muros que estaba levantando, pero seguí charlando con Jesús: “¿Cómo aprendo a confiar en ti?”
La respuesta me sorprendió. ¿A dónde vas cuando te sientes sin esperanza, pero debes continuar viviendo, cuando sientes que nadie podría amarte, demasiado orgulloso para aceptar algo, pero deseando desesperadamente ser humilde? En otras palabras, ¿a dónde quieres ir cuando deseas una reconciliación plena con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, pero estás demasiado asustado e incrédulo ante una decepción amorosa, como para encontrar el camino a casa? La respuesta es: la Santísima Virgen María, Madre de Dios y Reina del Cielo.
Mientras aprendía a confiar, mis torpes intentos no desagradaron a Jesús. Él me estaba llamando cerca, cada vez más cerca de su Sagrado Corazón, a través de su Santísima Madre. Me enamoré de Él y de su fidelidad.
Yo podía admitir todo ante María. Y aunque temía no poder cumplir la promesa que le hice a mi madre terrenal, porque apenas estaba reuniendo la voluntad de vivir, mi madre me inspiró a consagrar mi vida a María, confiando en que ella me ayudaría a superar esta situación. No sabía mucho sobre lo que eso significaba, pero “33 días hacia un glorioso amanecer” y “Consolando al corazón de Jesús” del Padre Michael E. Gaitley, MIC, me ayudaron a entender. La Santísima Madre siempre está dispuesta a ser nuestra intercesora y nunca rechazará la petición de un hijo que quiera regresar a Jesús. Mientras realizaba la consagración, decidí no volver a intentar suicidarme con las palabras: “Pase lo que pase, no lo abandonaré”.
En tanto, empecé a dar largas caminatas por la playa mientras platicaba con Dios Padre y meditaba en la parábola del hijo pródigo. Traté de ponerme en los zapatos del hijo pródigo, pero me tomó más tiempo el acercarme a Dios Padre. Primero lo imaginé a lo lejos, luego caminando hacia mí. Otro día, lo imaginé corriendo hacia mí a pesar de que eso lo hacía parecer ridículo ante sus amigos y vecinos.
Finalmente, llegó el día en que pude imaginarme a mí misma en los brazos del Padre, y ser bienvenida no solo a su casa, sino también a mi asiento en la mesa familiar. Mientras lo visualizaba sacando una silla para mí, ya no era una joven y testaruda mujer… era una niña de 10 años con lentes ridículos y cabello corto. Cuando acepté el amor del Padre que tenía para mí, me convertí en una niña pequeña nuevamente, viviendo el momento presente y confiando en Él completamente. Me enamore de Dios y de su fidelidad. Mi buen Pastor me salvó de la prisión del miedo y la ira, y continúa guiándome por el camino seguro y cargándome cuando flaqueo.
Hoy, quiero compartir mi historia para que todos puedan conocer la bondad y el amor de Dios. De su Sagrado Corazón brota tierno amor y misericordia solo para ti. Él quiere amarte generosamente y te quiero animar a que lo recibas sin miedo. Él nunca te abandonará ni te defraudará. Entra en su luz y vuelve a casa.
'P: ¿Cómo puedo saber si mi amor por los deportes es idolatría? Practico cuatro horas al día con la esperanza de obtener una beca universitaria, y pienso en ello todo el tiempo siguiendo de cerca a los equipos profesionales. Amo a Dios, pero Él simplemente no me interesa tanto como los deportes. ¿Cuándo mi pasión cruza la línea hacia la idolatría?
R: Yo también soy un apasionado de los deportes. Jugué béisbol en la escuela secundaria y la universidad, e incluso como sacerdote sigo jugando Ultimate Frisbee, fútbol soccer y fútbol americano. Los deportes pueden ser «el campo de la virtud», como dijo una vez San Juan Pablo II. Pero en nuestro mundo moderno, a menudo tenemos a los deportes en muy alta estima… quizás demasiado alta.
Mi entrenador de béisbol de la universidad tenía un gran dicho: «Nada en los deportes es eterno». Eso me ayudó a mantener todo en perspectiva. Ganar el campeonato o perder el juego no hará ninguna diferencia en la eternidad. Está destinado a ser divertido, dándonos la oportunidad de hacer ejercicio y practicar el trabajo en equipo, la disciplina, el coraje y la justicia, pero no hay consecuencias eternas para una competencia atlética.
Entonces, ¿cómo mantenemos los deportes en su perspectiva adecuada? Observamos tres cosas para saber si los deportes (o cualquier otra cosa) se ha convertido en un ídolo:
Primero, el tiempo. ¿Cuánto tiempo le dedicamos en comparación con el tiempo que pasamos con el Señor? Una vez desafié a un grupo de adolescentes a pasar diez minutos al día en oración, y un niño me dijo que era imposible porque jugaba videojuegos. Le pregunté cuánto jugaba y me dijo que a menudo jugaba de ocho a once horas al día. Si una persona no tiene tiempo para una vida de oración seria, de quince a veinte minutos como mínimo, todos los días, porque está dedicando ese tiempo a los deportes, entonces sí es idolatría. Esto no significa que tenga que ser perfectamente equivalente; es decir, si practicas dos horas al día, no es necesario que reces dos horas al día. Pero sí es necesario que haya suficiente tiempo en tu vida para tener una vida de oración sólida.
Esto incluye asegurarse de que nuestra vida deportiva no entre en conflicto con la misa dominical. Mi hermano, un excelente beisbolista, una vez tuvo que perder una prueba importante porque se celebraba el domingo de pascua por la mañana. ¡Cualquier cosa que hagamos en lugar de la misa dominical se convierte en nuestro ídolo!
Esto también incluye el hacer tiempo para los demás, como una parte integral de nuestro sacrificio por el Señor. ¿Tienes tiempo para ser voluntario en tu iglesia o en una organización de beneficencia en tu cuidad? ¿Tienes suficiente tiempo para realizar bien tus deberes diarios (estudiar al máximo de tu capacidad, hacer las tareas del hogar y ser un buen hijo y amigo)? Si los deportes ocupan tanto tiempo que no hay tiempo para dar a los demás, entonces estamos desequilibrados.
Segundo, el dinero. ¿Cuánto dinero gastamos en juegos deportivos, equipo, entrenadores, membresías de gimnasio, en comparación con cuánto dinero damos a la Iglesia, a organizaciones de beneficencia o a los pobres? Saber dónde gastamos nuestro dinero, determinará cuáles son nuestras prioridades. Y de nuevo, esto no es necesariamente una cuestión de equilibrio perfecto, pero la generosidad es un gran signo de pertenencia al Señor, porque de Él es quien proviene todo buen regalo.
Finalmente, el entusiasmo. En Estados Unidos, donde vivo, el fútbol americano es nuestra religión nacional. Me sorprende ver a hombres adultos sentados afuera en temperaturas bajo cero en un juego de los empacadores de Green Bay, sin camisa y con el pecho pintado con los colores del equipo, con un sombrero de espuma con forma de queso (¡es una tradición extraña!), animando a todo pulmón… y muchos de estos mismos hombres estarían aburridos en la iglesia el domingo por la mañana, murmurando apenas las respuestas de la misa (¡si es que asisten!).
¿Qué te emociona? ¿Estás más emocionado por un evento deportivo que no será recordado en un año o por el desafío y la alegría de la búsqueda épica de la santidad, la oportunidad de hacer avanzar el reino de Dios, la batalla por las almas que tiene consecuencias eternas, la búsqueda de una victoria eterna que hará que en comparación, tus trofeos se vean insignificantes?
Si encuentras que tu entusiasmo por los deportes sigue siendo más fuerte, considera lo que el cristianismo es realmente. No hay literalmente aventura más emocionante en la tierra que buscar convertirse en santo. Implica muchas de las mismas cualidades que un buen atleta: abnegación, dedicación y búsqueda única de un objetivo. ¡Pero nuestro objetivo tiene repercusiones eternas!
Considera estas tres cosas: dónde pasas tu tiempo, cómo gastas tu dinero y qué te emociona. Tus respuestas podrán proporcionarte información valiosa sobre cuándo algo se ha convertido en un ídolo para ti.
'