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Feb 06, 2019 5732 0 James S.Anderson
Comprometer

TODO SE RESUME EN AHAVAH

La vida es dura y muchas veces nos enfrentamos a situaciones difíciles. Cuando nos sentimos abrumados o confundidos y no sabemos cómo proceder en un asunto particular, a veces necesitamos un mapa de rutas. Para los cristianos, los mapas se constituyen por la Biblia y las enseñanzas del Catecismo de la Iglesia Católica. Sin embargo, ambos podrían resultar desalentadores cuando nuestro tiempo es limitado, sin mencionar la complejidad y el tamaño de ambos, haciéndose difícil utilizar estos grandes tesoros. La mayoría necesitamos ir haciendo apuntes mientras para navegamos en ellos, especialmente cuando el tiempo es clave y tenemos que decidir de inmediato. Por lo general, nuestros asuntos tienen que ver con la modernidad, como los que surgen de la tecnología, por lo que no siempre obtenemos respuestas claras y tajantes, sino que han de ser inferidas o investigadas, tarea engañosa que normalmente requiere algo de entrenamiento en estas fuentes. Muchas veces las respuestas a las preguntas tienen que esperar resolución del Magisterio, lo cual retarda aún más una respuesta específica. La buena noticia es que Jesús nos proporciona una piedra angular o clave para poder tomar todo tipo de decisiones y juzgar cualquier acción.

Cuando Jesús ejercía su ministerio, se le preguntó cuál era el primero de los mandamientos de la Ley (Marcos 12,28-34; Mateo 22,34-46; y Lucas 10,25-37). Más tarde, el judaísmo rabínico articularía un total de 613 leyes de la Tora o Pentateuco. La respuesta que dio Jesús no sólo lo reafirmó como un verdadero Maestro y Doctor de la Ley, sino que también nos proporcionó un referente mediante el cual podemos juzgar todas las acciones y decisiones: nuestro mapa de rutas que destila la Tora hasta su esencia misma. Jesús respondió a la pregunta, citando el texto que probablemente era el más conocido por los judíos del primer siglo –y por los de la actualidad- pero le añadió un texto menos conocido de la Torá, y los combinó de tal forma, que su autoridad y divinidad quedaron presupuestas.

Jesús responde a la pregunta citando en primer lugar el “Shema” del Deuteronomio 6, 4-5. Los estudiosos generalmente están de acuerdo en el Evangelio de Marcos 12,29, el más antiguo, en el que Jesús responde:      El primero es: <<Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor>>» y luego cita el resto del Shema:     «y amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas.» (Deuteronomio 6,5 y Marcos 12,30). Jesús explica que este es el mayor mandamiento, el más importante (Marcos 12,28-29 y Mateo 22,40). El “Shema”, que en hebreo significa “¡escucha!” y que se refiere a la primera palabra hebrea de la declaración que ordena a Israel a escuchar, era -y sigue siendo actualmente- la clásica declaración de fe monoteísta de los judíos.

Después de esto, Jesús explica que hay un segundo mandamiento, y cita el Levítico 19,18: «No te vengarás ni guardarás rencor contra tus paisanos, sino que más bien amarás a tu prójimo como a ti mismo, pues Yo soy Yavé.» En Mateo 22,39-40 Jesús dijo: «El segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos penden toda la Ley y los Profetas». Marcos 12,31 añade: «No hay ningún mandamiento más importante que éstos.» 

Simplificando toda la ley hasta su esencia, lo que resalta, y que es más relevante para nuestro propósito, es que Jesús está señalando lo único principal: el amor. Ambos textos de la Tora utilizan la raíz hebrea “ahavah.”  No es coincidencia que Jesús señale este concepto porque, después de todo, el Nuevo Testamento dice explícitamente que: “Dios es amor” (1 Juan 4,8b). El amor cubre toda la ley o es la esencia de la ley, y Dios es amor. Muchos, como el moderno místico fraile franciscano Richard Rohr, en su reciente libro “The Divine Dance: The Trinity and Your Transformation” (La danza divina: la Trinidad y tu transformación), sugiere que el lenguaje propio de Dios es el amor, y que la Trinidad existe en el amor. Por lo tanto, a final de cuentas el amor es la esencia de todo, y es precisamente lo que dice Jesús que es más importante: amar a Dios y a la humanidad. ¿Para los cristianos podría haber una autoridad mayor que Jesús? Y todo esto va de la mano con lo que afirma San Pablo, el Apóstol de los gentiles, en Gálatas 5,14: “Pues toda la ley alcanza su plenitud en este solo precepto: amarás a tu prójimo como a ti mismo.” (cf. Romanos 13,9 y Santiago 2,8). En la Primera Carta de Pedro 4, 8-10 también leemos: «Sobre todo ámense de verdad unos a otros, pues el amor hace perdonar una multitud de pecados.» 

El amor, o “ahavah”, está en el centro de la vida cristiana porque “ahavah” es la naturaleza misma de Dios     (1 Juan 4, 8b) y no sería erróneo asumir que lo que nos mantiene unidos a todos es el amor. Otro místico moderno de la fe, el finado monje benedictino Bede Griffiths, en “The Golden String” (El cordón de oro) afirmó elocuentemente: “…porque el amor puede darnos un tipo de conocimiento que trasciende tanto la fe como la razón. A final de cuentas, el divino misterio es un misterio de amor…” La enseñanza de Jesús sobre “ahavah” también proporciona un esquema mediante el cual se pueden juzgar todas las acciones y decisiones: uno de amor.

Siempre debes preguntarte: “¿mi actuación o decisión reflejará el amor a Dios o al prójimo? Quizás te preguntes qué significa amar a Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Para los principiantes, el dedicarle tiempo a Dios y abstenerse de todo lo que nos separa de Él, es una forma de demostrarle amor a Dios. Quizás también te preguntes: ¿cómo puedo amar a mi prójimo como a mí mismo? Ante todo, buscando el bienestar y lo mejor para el otro, incluso a expensas de ti mismo.

San Juan Pablo II nos recuerda que una verdadera vida consiste en entregarla. Thomas Merton escribió: “El amor puro y desinteresado no vive de lo que obtiene sino de lo que da. Se incrementa vaciándose de sí por los demás, crece mediante el auto sacrificio y se convierte en poderoso negándose a sí mismo.” Esto resulta paradójico y contradictorio. Como sucede con muchas de las enseñanzas de Jesús y los Evangelios, pone nuestros conceptos de cabeza. Sin embargo, cuando nos entregamos por completo o morimos a nosotros mismos, encontramos la verdadera libertad y la vida. El morir a uno mismo desechando el ego o “el falso yo”, es lo que significa estar en Cristo. En Gálatas 2,20 leemos: «…y no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí; la vida que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí.» 

Podrías preguntarte cómo aplicar “ahavah” en la práctica. Quizás te preguntes: ‘¿Debo perdonar a la persona que me hizo algo tan horrible, que realmente me hirió a mí o a los míos, y que me causó tanto sufrimiento?’ Según el principio de “ahavah” (amar) a Dios y al prójimo, un inequívoco “si” es la respuesta, ya que el amar al prójimo implicaría perdonarlo. No habría “ahavah” si no perdonamos; al contrario, te dañaría a ti y potencialmente a tu prójimo. Éste es un claro lineamiento de las enseñanzas de Jesús a lo largo de todo su ministerio, indicando de forma específica que, para nuestro bienestar eterno, es imperativo que nos perdonemos unos a otros (Mateo 6,15 y 18,35). Descubrirás que el principio de la enseñanza de Jesús sobre “ahavah”, es coherente con toda la Escritura y produce bienestar a los demás y a nosotros. Su origen divino resume, y es el pináculo de la ley, una enseñanza fácil y sencilla de recordar y, por lo tanto, es un referente muy útil.

Pongamos otro ejemplo: digamos que un padre de familia está intentando averiguar cuánto tiempo debe permitir que su hijo use el iPad diariamente. Por razones obvias, la Escritura y el Catecismo no dirán nada sobre este moderno dilema. Sin embargo, sería importante saberlo por el bien y sano crecimiento del niño. El resumen que hace Jesús de la ley y su señalamiento sobre el “ahavah” a Dios y al prójimo, proporcionan, de hecho, la clave. En este caso, podrías preguntarte y reflexionar cuánto amas a tu prójimo, a tu propio hijo. ¿Cómo podrías demostrar más “ahavah” por tu hijo, que lo que resulte más conveniente para ti?

 

EL AMOR, PARA QUE SEA REAL,

DEBE COSTAR, DEBE DOLER,

DEBE VACIARNOS DEL YO.

SANTA TERESA DE CALCUTTA

Amar al hijo sería permitirle sólo unos minutos al día en el iPad. De esa forma, el hijo aprendería a cultivar otros hábitos como la lectura, la socialización o los juegos a la intemperie disfrutando de la naturaleza.

Cada caso será diferente y siempre se recomienda orar, pero el resumen que hizo Jesús de la ley, nos da la clave para juzgar todas las decisiones y acciones. Es un lineamiento que nos ayuda a buscar el amor a Dios y al prójimo, y no el personal. Con los asuntos que se nos vayan presentando día con día en nuestra vida, podemos de forma sencilla y rápida confiar en este principio y preguntarnos qué situación o decisión mostraría más amor a Dios o al prójimo. En este ejemplo, y en otros casos, siempre que demostremos amor al prójimo, sabremos que el amor de Dios está presente, y viceversa.

San Pablo, en Gálatas 5,14, nos dice: «Pues la Ley entera se resume en una frase: Amarás al prójimo como a ti mismo.» Jesús señaló que este principio es la esencia del seguimiento a Dios. “Ahavah” es el núcleo de la vida misma porque es el núcleo de Dios, de allí que debería ser nuestro mapa de rutas en todos nuestros asuntos.     Considero pertinente finalizar con un texto sobre “ahavah” que sería bueno que memorizáramos y comenzáramos a usar. Cuando le preguntaron a Jesús cuál era el mandamiento más importante de la ley, Él respondió: El primero es: ‘Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor, y amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas.’ El segundo es éste, ‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo.’ No hay ningún mandamiento más importante que éstos.” (Marcos 12,29-31)

Verdaderamente, todo se reduce a “ahavah.”

 

 

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James S.Anderson

James S.Anderson is currently a Licensed Professional Counselor Intern in Texas and serves as Adjunct Faculty at various universities in the San Antonio area. He received a PhD in Biblical Studies/Hebrew Bible from the University of Sheffield in England and a Masters of Divinity from Austin Presbyterian Theological Seminary. He has a Masters in Mental Health Counseling from Texas A&M-San Antonio and a Bachelor of Arts in Psychology from Southern Methodist University. He has studied in Israel and Germany, given papers in Ireland, Portugal and England and traveled widely in the Middle East, Europe and India. James has worked with those desiring to implement spirituality into the therapeutic process, with great benefit for those struggling with grief, trauma and depression. He currently works with all ages on a variety of issues. He takes seriously the belief that God is the ultimate source of healing and well-being as he seeks to work collaboratively with clients to foster autonomy, empowerment, well-being and healing. Regardless of the issues, James works from the perspective that our thoughts play a much larger role in our lives than most realize. He maintains that change is always possible; it is never too late. His research interests include the implementation of spirituality into the therapeutic process, the religions of Iron-Age Israel and Judah, monotheism and religious developments in Persian-period Yehud. His other publications include articles on ancient Israelite religion and the recent monograph entitled Monotheism and Yahweh’s Appropriation of Baal (New York: Bloomsbury T&T Clark, 2015).

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