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Me gusta pensar de mí misma como una católica devota, obediente a las leyes y a la voluntad de Dios. Sin embargo, sé que no solo me quedo corta. En algunos aspectos importantes estoy fallando completamente. Es extremadamente difícil para mí mostrar amor a las personas que me han lastimado profundamente. Aunque he tratado de perdonar a ciertas personas una y otra vez, se siente como muchas más de 70 veces 7, en el fondo, nunca me siento convencida por mis intentos de amor o perdón.
Jesús nos pide amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos. No sólo se refiere a las personas que viven cerca de nosotros, sino a todas las personas con las que entramos en contacto, incluso a los que nos maltratan o son incapaces de amarnos, a los que no sienten la necesidad de pedir perdón… o aquellos que no son capaces de darlo. Entiendo por qué Jesús nos pide amar, pero en algunos casos específicos, se siente imposible. Sin embargo, esta vida no se trata sólo de mí y de lo que yo quiero. Jesús nunca prometió una vida fácil o justa; Él Prometió que nunca nos abandonaría.
A veces se siente más fácil revolcarnos en nuestra propia miseria, o más satisfactorio apuntar el dedo a los demás, pero si queremos que Cristo nos sonría y nos diga: «Bien hecho, siervo bueno y fiel», tenemos que obedecerle. No es suficiente dejarse llevar por la rutina. Lo he intentado. La falta de sinceridad es obvia. Por lo tanto, sé que tengo que dejar de lado mi manera de tratar de remediar las cosas y hacerlo a la manera de Dios.
Dios nos amó tanto que se convirtió en uno de nosotros, sufrió con nosotros y dio Su vida por nosotros. Ese es el ejemplo definitivo. Debido a que nos ama incondicionalmente, nos pide que hagamos lo mismo por los demás. Siempre tendremos nuestro círculo íntimo de seres queridos, pero al llamarnos cristianos, necesitamos exigir más de nosotros mismos. No podemos profesar ser católicos e ir eligiendo y escogiendo cuál de las leyes de Dios preferimos seguir. El catolicismo no funciona así. Ser obediente significa volverse vulnerable, lo cual nos vuelve extremadamente humildes… y eso es exactamente lo que deberíamos ser.
He descubierto que la única manera de romper mi barrera de ‘amor’ y dar lo mejor de mí misma es permitiéndo que Dios me ame primero. Pero soy una pecadora. Humana. Llena de faltas, inseguridades y debilidades mundanas. Algunos días me siento demasiado herida, enojada o entumecida. ¿Podría Dios, que creó el universo, amar a alguien como yo? Lo hace, y es implacable al respecto. Me ama porque soy débil.
Pero una cosa es decir que quiero el amor de Dios, y otra cosa realmente sentirlo. Un gran paso adelante es entregar mi corazón y dejar ir todo mi dolor y orgullo. Eso es muy desalentador, pero como dijo una vez Santa Teresa de Calcuta: «El amor es real, debe costar. Debe doler. Debe vaciarnos de sí mismo.”
Si seguimos ocultando nuestras vulnerabilidades, entonces nos distanciamos de Dios y del propósito que tiene para nuestras vidas. Para que el amor de Dios trabaje en nosotros, debemos confiar plenamente en Él. Él nos conoce mejor de lo que nos conocemos a nosotros mismos. Siéntate tranquilamente ante el altar o en un espacio privado, y deja que todo salga: el dolor, la vergüenza, las debilidades. Luego llena ese vacío con el poderoso fuego restaurador del Espíritu Santo.
Permitir que el Espíritu Santo sane nuestros corazones, libera el amor y la paz que hemos estado persiguiendo infructuosamente. La clave para la plena sanación y transformación es a través de una relación personal con Dios en las 3 personas de la Santísima Trinidad. Las relaciones sanas no son de una sola cara, ni son meras transacciones. Requieren esfuerzo y comunicación.
¿Cómo se puede lograr esto? La recepción regular de los Sacramentos, la oración, la lectura de las Escrituras, la alabanza y la adoración, la meditación y la escucha son la clave. Cuanto más tiempo pasemos con Dios, más receptivos somos a entender cuando Él nos hable al corazón, y más queremos hacer Su voluntad.
Recuerda, incluso si somos transformados por el amor de Dios, aquellos con quienes luchamos pueden seguir reusándonos. Pero eso está bien, deja que Dios trabaje en ellos. Podemos hacer nuestra parte empezando poco a poco. Ora por ellos. Sigue ofreciendole la situación a Dios. Que la luz transformadora de Dios brille a través de nosotros para inspirar a los demás. Cuando amamos a alguien profundamente, no nos importa ir más allá. Así que, ve más allá por Cristo. Nuestros pequeños sacrificios y nuestros intentos por compartir Su amor son hermosos puntos de partida para que Dios entre en nuestro drama diario y se encargue del resto.
Para Dios valemos la pena, con manchas y todo. No siempre merecemos algo tan poderoso como Su amor, pero gracias a Su gracia, Él cree que sí. Qué hermoso sería si, en nuestras pequeñas formas, pudiéramos esforzarnos por hacer lo mismo.
Querido Dios, llena nuestros corazones con el fuego de tu amor incesante para que podamos ir más allá de las imperfecciones y sentimientos heridos. Entregamos todos nuestros deseos y vulnerabilidades, y buscamos tu amor incondicional en todas las áreas de nuestras vidas. Transforma nuestros corazones, para irradiar la luz de tu amor a todos los que nos rodean. Amén.
Lyrissa Sheptak is a writer who contributes regularly to Nasha Doroha, a Ukrainian Catholic Women’s League magazine. As well, she is a member of the Spiritual Committee for the UCWLC National Executive. She lives in Edmonton, Canada with her husband and four children.
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