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¡Tú eres verdaderamente, perfectamente, magníficamente…quien Dios dice que eres!
En el 2011, justo antes de las vacaciones de Navidad, me llegó una enfermedad extraña. Nadie en el campo de medicina podía determinar qué era. El 23 de diciembre, empecé a temblar y a agitarme. Sentía un tremendo dolor en mi cabeza, mi cuello y mis brazos, así que me subí a la cama, creyendo que eso pasaría antes del día de Navidad. Pero no fue así.
Me encontraba en la sala de emergencias el Dia del Boxeo, todavía con un mayor dolor. El dolor pasó de mi cabeza a mis hombros, mis brazos y hasta mis piernas. El médico de emergencia pensó que podría ser la polimialgia reumática, para lo que no se conoce ninguna cura. Me enviaron a casa con una receta para analgésicos y Prednisona.
Conforme avanzaba la semana, mi condición no mejoraba, y comencé a pensar que ya no regresaría al salón de clases. No estaba compitiendo solo con el dolor físico. También estaba luchando contra la desesperación. Regularmente sentía olas de depresión que me devoraban. No me podía imaginar cómo podría vivir con esto por el resto de mi vida.
Estaba hablando por teléfono cada dia con mi director espiritual. En un momento, le dije: «Esto debe ser lo que experimentan todos los días aquellos a quienes ministro». Mi ministerio como Diácono es para aquellos que sufren de enfermedades mentales. Esta aflicción me dio un vistazo momentáneo, desde el interior, al camino oscuro y difícil que deben recorrer a lo largo de sus vidas. Pude lograr un aprecio más profundo por la nobleza de sus vidas como partícipes de los sufrimientos de Cristo.
Mi director espiritual me instó a orar; “En tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu. Señor, en tus manos encomiendo mi espíritu». Estas líneas forman parte de la Oración Nocturna del Breviario, así que las he estado orando durante años, pero cuando decimos ciertas oraciones con suficiente frecuencia, podemos perder el sentido de su profundo significado. Nunca había pensado en esta oración en el contexto de mi enfermedad. Entonces, dije esa oración con mayor concentración. En otras palabras; “Señor, en tus manos encomiendo mi espíritu; haz conmigo tu voluntad. Si es tu voluntad que yo nunca regrese al salon de clases, entonces que así sea».
Esa noche tuve el mejor de los sueños. Me desperté en un espíritu de gran alegría. Todavía tenía mucho dolor, pero la oscuridad se había disipado. Poco después, el dolor comenzó a disminuir y eventualmente, después de que me habían quitado lentamente la Prednisona, pude volver a los salones y dar clase durante otros 8 años. Ni mi médico de familia, ni ninguno de los especialistas que estaba viendo en esa época, descubrió lo que me causó tal tormento. La última especialista que vi me aseguró que no era la polimialgia reumática, aunque ella no sabía qué era, probablemente sólo algún tipo de virus.
A lo largo de los años he visto a esa experiencia como una gran bendición; un regalo. Me ayudó a ver a los enfermos mentales que visito bajo una luz diferente. Me dio una idea de lo que sufren todos los días, año tras año. El poder entender su situación fue esencial para acompañarlos en su angustia, como mi director espiritual me acompañó durante ese periodo difícil. De esto se trata la Encarnación de la Segunda Persona de la Trinidad. Dios Hijo se une a una naturaleza humana y entra en la oscuridad del ser humano. Al hacerlo, Él se une al sufrimiento humano.
Él vino para inyectar su luz en nuestra oscuridad y su vida en nuestra muerte, así que cuando sufrimos, ya no sufrimos solos, y ya no morimos solos. Podemos encontrarlo en medio de nuestros sufrimientos y en la agonía de nuestra propia muerte, y lo que encontramos es una misericordia inagotable que se une a nosotros y nos hace compañía en nuestro sufrimiento y nuestra muerte.
La justicia divina ha sido revelada en la Persona de Cristo, como la Divina Misericordia. La misericordia de Dios es revelada en Su pasión, muerte y resurrección. Aunque no lo merecemos, Dios, quien es la vida eterna, revela la profundidad de su infinita misericordia al morir en la cruz. A través de su muerte, Él destruye la permanencia, la oscuridad y el desespero de la muerte.
Él habría hecho eso incluso si solo tu o yo fuéramos la única persona que necesitaba ser redimida de la muerte eterna. Dios no ama a la humanidad en general. No, Él ama a cada persona de forma individual, como si solo hubiera una sola persona por amar. Aunque Dios no tiene nuestra atención en cada momento de nuestras vidas, cada uno de nosotros tiene Su atención en cada instante de nuestra existencia. Eso es lo mucho que cada persona es amada por Dios.
Esta vida se trata de aprender a descubrir ese amor perfecto. Muchos de nosotros tenemos miedo de dejarnos tocar por ese amor, ya que es como el sol que calienta todo lo que se encuentra bajo sus rayos. Derrite nuestros más profundos resentimientos, pero para algunos de nosotros, esas quejas se han convertido en una parte esencial de nuestra identidad, así que nos resistimos a ese amor. El perfecto amor de Dios también derrite todos nuestros temores, pero algunas personas se aferran a esas aprensiones porque su postura autodefensiva es una parte integral de su personalidad. El abrazar a ese amor requiere que nos despojemos totalmente de nuestra independencia y permitir que el Señor nos guíe como hijos suyos. Al dejar ir los resentimientos, temores e independencia total, podemos sentirnos perdidos, pero por supuesto que no estamos perdidos. Hemos sido encontrados.
La Misericordia de Dios revelada en Cristo, en su Encarnación, Pasión, Muerte y Resurrección, es totalmente y completamente inesperada. Vemos esa Misericordia en la imagen de la cruz, pero debemos permitir que esa imagen de su incomprensible misericordia se mueva desde el exterior hacia el interior, desde un objeto que contemplamos exteriormente a una luz y un amor que conocemos desde nuestro interior. El lograr eso lleva toda una vida, pero el día que comenzamos nuestra jornada por ese camino es el día en que empezamos a vivir.
Diácono Doug McManaman is a retired teacher of religion and philosophy in Southern Ontario. He lectures on Catholic education at Niagara University. His courageous and selfless ministry as a deacon is mainly to those who suffer from mental illness.
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