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Ago 06, 2019 1277 0 Reshma Thomas, India
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MIS OJOS ESTÁN PUESTOS EN TI

En una hermosa tarde en la clínica pediátrica, de vez en cuando entraban pequeños angelitos como si fuera un desfile. Sus sonrisas inocentes y las miradas de admiración de sus padres, se añadían al gozo que se vivía allí. Mi pequeño hijo de siete meses no se cansó de evocar sonrisas que entretenían perfectamente hasta aquellos hombres bigotudos. Por todas partes mis ojos se encontraban con sonrisas, incluyendo las de totales desconocidos. Sin embargo, detrás de la sonrisa que le dedicaba a mi pequeño hijo sentado en mi regazo, desfilaron por mi mente imágenes de cuando había entrado a esa misma clínica con mi hija unos años atrás.

Un aire de cambio

Todavía recuerdo que durante mi boda, le había pedido a Dios con todo mi corazón que nos permitiera tener hijos, y que nos diera la gracia de criarlos en santidad y poder hacer de ellos ¡grandes santos! Nuestra dicha no conoció límites cuando supimos que estaba embarazada, pero no tardé mucho en sentir algo extraño de que algo andaba mal. Mi peor pesadilla ocurrió como a las 27 semanas de embarazo, porque no sentía ningún movimiento del bebé. De inmediato fuimos al hospital y descubrimos que los latidos de su corazón estaban disminuyendo. En ese momento se ordenó proceder a una cesárea de emergencia, y nuestra prematura bebé fue puesta en una incubadora en donde luchaba por su vida. Tuve que ver a mi pequeñísima hija cubierta por los cuatro costados con cánulas, y cómo le insertaban por catéter cantidad de agujas para inyectarle medicinas o sacarle sangre cada hora. Cuando lloraba de dolor mi corazón se encogía, pero yo confiaba en Dios. Sabía que nada sucede sin su conocimiento, y que mi pequeñita estaba a salvo en Su Corazón misericordioso. Al cabo de 45 días en la Unidad de Cuidados Intensivos para Recién Nacidos, finalmente sucedió el milagro de tener a nuestra bebé en los brazos. Pensé que la tranquilidad regresaba a nuestra vida.

Zarandeados por las olas

Gradualmente, día con día, nuestra hija se iba fortaleciendo hasta que al cumplir los tres meses, los doctores le diagnosticaron microcefalia, una anomalía que consiste en un desarrollo insuficiente del cráneo causada por un daño cerebral. Conforme nos fueron dando los reportes, comprendimos que nuestra hija sufría de un daño cerebral severo que conducía a la parálisis cerebral y discapacidad intelectual. Después de haber dado a luz, fue cuando supimos que era un problema congénito con mi útero que era bicorne, es decir, un útero deforme en forma de corazón. En las palabras del doctor: “El útero está compartimentalizado en dos secciones, y no había espacio para que el bebé creciera; por eso fue la emergencia. Lo peor de todo, es que tus próximos bebés tendrán que extraerse alrededor de los siete meses de embarazo y colocados en incubadora en la Unidad de Cuidados Intensivos para Recién Nacidos.” El sólo hecho de imaginar que todo ese tiempo el bebé había estado luchando en mi vientre y que, peor tantito, por un defecto mío se había visto en tal calvario, me causó una angustia estrujante. Fue el periodo más oscuro de mi vida, y comencé a culparme de su condición. Mi corazón se rompía a pedazos cada vez que la veía tener extrañas convulsiones epilépticas. En tales condiciones no resultaba nada fácil esperar en la clínica pediátrica donde los pequeños niños brincaban por todos lados llenos de gozo, mientras mi pequeña hija sólo estaba tendida en mis piernas con la mirada ausente y fija en las paredes; ella no me veía ni sonreía. Aquellos felices padres miraban con curiosidad a mi pequeña niña, y algunos incluso me hicieron algunas preguntas. Cansada de estar esperando mi turno, me sentí aliviada cuando decidí regresar a casa.

La tormenta en todo su apogeo

Hasta entonces pensé que jamás tendría que confesar mis recelos, pero ahora, sólo de ver a un pequeño pajarillo brincando de aquí para allá mi mente solloza pensando que hasta un pequeño pájaro con un cerebro tan pequeño puede brincar y volar, pero mi bebé no puede hacer nada.

Sin embargo, con el tiempo la gracia de Dios me permitió apreciar su creación, agradecerle siempre por la perfección que me rodeaba y que podía ver, y a no quejarme por lo que le faltaba a mi hija. Para ese entonces, había concebido tres veces, pero había abortado cada una. Por ese entonces también me diagnosticaron poliquistosis ovárica, un trastorno que implicaba que no  me sería fácil volver a concebir. Comencé a odiar mi cuerpo y a mí misma. Esta es mi culpa. Si tan sólo hubiese nacido con un útero normal, hubiera tenido embarazos normales e hijos normales y sanos; mi
corazón anhelaba lo imposible.
Tenía un pequeño libro para rezar el Rosario cuya portada tenía una imagen de la Santísima Virgen María con el niño Jesús mirándola amorosamente, y la Santa Madre le correspondía al Hijo con una mirada de amor indescriptible. Jamás me quejé con Jesús, pero ante su Madre derramé mi corazón, incluso tomándome la libertad de decirle: “Tú tuviste a tu bebé Jesús que te miraba, te sonreía y hacía todo lo que un bebé normal hace. ¿Cómo entonces Madre, podrías comprender mi súplica?” “He aquí que no se ha acortado la mano de Jehová para salvar, ni se ha agravado su oído para oír” (Isaías 59,1)

Oración del corazón
Muchos me sugerían rezar pidiendo un milagro, y me ponían en la mano una estampa o un Rosario, y yo sólo atinaba a llorar en presencia del Señor, y si rezaba el Rosario en voz alta, aquello se convertía en un largo lamento de dolor, pero jamás me quejé con Dios; todo lo dejaba en sus manos. Claro que eso nunca fue fácil porque casi siempre me sentía muy agobiada. Cuando pedía en la oración una sanación milagrosa sentía una profunda tristeza, no porque mi fe estuviera menguando, sino por pensar que le estaba pidiendo a Dios corregir el regalo que nos había enviado, porque nuestra hija era ciertamente el regalo más valioso de Dios. Entonces no sabía por qué motivo rezar. Sentada ante Jesús expuesto en la Santa Eucaristía, lo miraba fijamente y pensaba, ‘¿En verdad sabes por lo que estoy pasando? ¿Realmente puedes verme aquí, Jesús?’

Una vez una amiga me dijo con mucha firmeza: “Nuestro Dios no está sentado en su trono en algún lugar del Cielo, desde donde casualmente te mira desde arriba y exclama, ‘¡Oh, no sabía que te pasaría esto!’ ¡No! Los ojos de Dios siempre están sobre ti. Él no se equivoca o comete errores de cálculo. Todo lo sabe.” Aquellas palabras realmente me ayudaron a CONFIAR en la misericordia y bondad de Dios, y aunque sentía que mi vida iba a la deriva como un barco atrapado en una gran tormenta en el que Jesús iba plácidamente dormido, no quería despertarlo.

En el ojo de la tormenta

En mi sueño, Jesús se dignaba ver mi angustia. En agosto del 2017, asistimos con mi pequeña hija a un retiro de un día en el Centro Mariano de Retiros, conducido por el Padre Dominic Valanmanal, un sacerdote con muchos dones. Aceptando plenamente mi condición y la enfermedad de mi hija, le dije a Jesús: “Si es tu voluntad, te pido que sanes a mi hija, pero si no es tu voluntad, la acepto con todo mi corazón, y sólo te suplico que me des un bebé sano…” Sabía que eso era imposible dada mi condición, pero también sabía que nada era imposible para Dios.
Al mes nos enteramos de que estaba embarazada de nuestro quinto bebé. Comprendí que la Fuente de Vida, y la insondable misericordia de Dios, había envuelto nuestras vidas durante aquél retiro. Inexplicablemente me sentía más serena, y en mi corazón no había ni rastro de temor.

“Estad quietos…”

Jesús había desaparecido mis temores como una nube. Me hicieron un ultrasonido y, por la gracia de Dios, el bebé estaba bien, y para nuestra mayor sorpresa, los doctores no encontraron rastro de un útero bicornio ni de ovarios policísticos. Los doctores estaban más sorprendidos que nosotros: ¡ni siquiera pudieron encontrar un pequeño doblez en mi útero! Por la misericordia de Dios, ¡llevé en mi vientre a nuestro bebé durante 39 semanas! ¡Dios nos bendijo con un pequeño niño sano que florecía en Su amor y misericordia! Después de la cesárea, lo primero que le pregunté a la doctora fue cómo estaba mi útero, y me dijo que mi útero estaba normal, con una sola cavidad entera (incluso me checó a fondo con la mano). Dios nos había bendecido con un bebé sano, y nos dio la esperanza de tener muchos más bebés sanos. Me había curado por completo. Eso es imposible para el hombre. No hay ninguna operación que hubiera podido cambiar mi condición, y sólo
existía un 1% de probabilidades de que mi útero cambiara por sí solo. ¡Para Dios todo es posible!

“Y conoced que Yo Soy Dios”

Ahora mi bebé me mira y sonríe, jamás se cansa de mirarme. Mi bebé quiere VERME siempre, y entonces pensé: ‘así como mi pequeño hijo me mira, así Dios siempre nos está mirando. Nos mira hastaen nuestros peores momentos, y aunque no sintamos su presencia y sus cuidados, especialmente cuando nos sentimos hundir bajo las olas de la desesperación en algunos momentos de la vida, y aunque nos cuestionemos la existencia de un Dios que nos mira desde el cielo, ¡real y verdaderamente
Dios está allí!
Hoy, mientras espero mi turno en la clínica pediátrica, gratamente divertida con las travesuras de mi pequeño, nadie sabe del ángel de cuatro años que me espera en casa que todavía no puede sentarse o pararse sin ayuda. No sé si algún día me dirá “mamá” o juegue conmigo como lo hacen los niños normales, pero a su modo me expresa su amor libre de toda mancha mundana. La sonrisa de nuestro pequeño hijo lleva alegría a nuestras vidas, pero la sonrisa de nuestra hija es la que más brilla y alegra grandemente nuestros corazones.

¡No teman!

Si Jesús pudo derribar todos nuestros temores y renovar toda nuestra vida, ¡también lo hará por ti! Deja todo en sus manos porque Él te ama. No importa cuál sea la situación por la que estés pasando, ¡Dios la conoce y sus ojos están puestos en ti! Sólo confía plenamente en su infinita misericordia, porque el camino a la paz no la encontraremos en reuniones encumbradas, en arsenales de armamento, o en la adquisición de bienes materiales; la paz en nuestra vida sólo la encontraremos confiando en la misericordia de Dios. “Señor Jesús, nos ofrecemos a ti, y te entregamos todas nuestras ansiedades, temores y nuestra pequeñez. Confiamos en esa Divina Misericordia que brota de tu Corazón colmado de amor. Sumérgenos, oh Señor, en el océano infinito de tu misericordia. Fortalece y renueva nuestras vidas para que, con tu gracia, enfrentemos valientemente las tormentas de la vida hasta que lleguemos a las playas eternas de la tierra prometida del Padre.” Amén.

 

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Reshma Thomas

Reshma Thomas serves on the Editorial Board of Shalom Tidings. She resides with her family in Kerala, India.

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