Home/Contratar/Article

Ago 06, 2019 1597 0 Jeannie Ewing
Contratar

La cura para la soledad

¿Te sientes aislada(o) y desesperada(o)? ¡Ánimo, porque nunca estás sola(o)!

Hace como seis años, nuestra hija de en medio, Sarah, nació sorpresivamente con una condición extraña craneofacial llamada síndrome Apert, que requiere de 20 a 60 cirugías a lo largo de toda una vida. Hasta ese día, mi esposo, Ben, y yo habíamos participado activamente en la comunidad parroquial, y teníamos muchos y diferentes círculos sociales. Sin embargo, después de aquel día, la mayoría de la gente dejó de invitarnos a los eventos y reuniones. Me dolió; me sentí abandonada y me di cuenta del vacío infinito de oscura soledad. No era que no me aferrara a mi fe; al contrario, le lloraba a Dios mucho más, pero seguía sintiendo que las personas más cercanas a nosotros deberían haber sido los que estuviesen a nuestro lado cuando más los necesitábamos y, sin
embargo, nos abandonaron sin habernos preguntado cómo estábamos, sin que pasara nadie a una rápida visita, ni siquiera nos enviaron algún mensaje.

Desde ese tiempo he reflexionado la universalidad de la soledad y por qué es algo tan generalizado en nuestro mundo. Casi todos los días leo sobre un nuevo suicidio –en ocasiones de niños pequeños no mayores al mío que va en segundo grado- o de otra persona que ha caído en el pozo de la desesperanza. Al parecer, ahora más que nunca estamos buscando conexiones humanas, pero lo estamos haciendo a través de canales difíciles como los medios sociales y otros medios digitales.
Santa Teresa de Calcuta, muy famosa en su época, afirmó que una de las grandes pobrezas es la soledad. ¿Qué cura un vacío tan devastador? Con frecuencia pienso en Jesús en el Huerto de Getsemaní, cuando todos sus amados amigos se quedaron dormidos en su hora de mayor necesidad. Él rezó, como lo hacemos todos casi siempre, pidiéndole a su Padre celestial que apartara de Él el amargo cáliz del sufrimiento. El Padre respondió a su plegaria, pero no de la manera en que Él lo deseaba inicialmente. En vez de apartarlo del sufrimiento y la soledad, Dios le envió a un ángel de consuelo para acompañar a Jesús a lo largo de su Pasión. También recuerdo que mis horas más terribles de soledad se han visto compensadas con pequeños consuelos diarios. A veces me ha resultado difícil reconocerlos, especialmente cuando me he sentido muy desanimada por el peso de las citas médicas diarias, por estar ocupada en canalizar los arrebatos emocionales de Sarah y sus retrasos de desarrollo hacia un comportamiento constructivo, o por estar interviniendo en las peleas entre nuestros hijos, pero los consuelos abundan.

No hace mucho me encontraba agonizando en soledad. En términos generales, me sentía incomprendida por la gente y sin saber con quién platicar. Tenía cita con el médico, pero esta vez tenía que llevar conmigo a todos mis hijos. Temiendo que pudiera suceder lo de la vez pasada, desesperadamente le supliqué a Nuestra Señora que nos acompañara a mí y a las niñas para que todo saliera bien y no como la ocasión anterior que, mientras esperábamos en la clínica, Verónica hizo un santo berrinche como de 20 minutos. Nuestra Señora escuchó mi oración y de regreso a casa, respiré profundamente varias veces percatándome de que a cada exhalación me salían alabanzas de agradecimiento a Dios por esta pequeña y aparente insignificante ayuda celestial.

La soledad, pese a lo que podamos pensar, no se sana necesariamente con el bálsamo de la actividad, si bien es cierto que estamos diseñados para vivir en comunidad y necesitamos la conexión humana. Lo que en primera instancia puede atemperar la tristeza y el peso de la soledad es estar a solas con Dios. Muchas veces pienso en aquel relato de Elías en el Antiguo Testamento, en donde se le instruye salir y buscar a Dios, y Elías no lo encuentra ni en el violento huracán, ni en el terremoto, ni en el rayo, sino que lo encuentra en el murmullo de una suave brisa.
Del mismo modo, no podemos escuchar a Dios si estamos inmersos en el ruido y el alboroto que por lo general nos rodea. La soledad se distingue en dos vertientes: estar sin compañía humana, o sentirse solo y vacío interiormente. Las almas debemos buscar a Dios en la soledad del espacio sagrado y con el tiempo necesario, porque sólo Él nos puede brindar una verdadera paz interior perdurable.

Estar físicamente a solas sana la soledad interior. Yo me doy cuenta de que cuando me alejo de Dios, es cuando me siento más sola, pero cuando busco tiempo para estar con Él en silencio y oración, cuando lo busco de todo corazón, Dios me llena de consuelos y de amor haciendo desaparecer el vacío interior. No tengo ya necesidad de buscar consuelos y palabras humanas para calmar mi corazón herido, porque Dios sana con infinita ternura y amor el corazón herido y renueva mi espíritu para llevar con más fortaleza y esperanza la cruz que Él se ha dignado darme.

Share:

Jeannie Ewing

Jeannie Ewing is a spiritual writer and inspirational speaker. She writes about the hidden value of suffering and even discovering joy in the midst of grief. Jeannie shares her heart as a mom of two girls with special needs in “Navigating Deep Waters: Meditations for Caregivers” and is the author of “From Grief to Grace: The Journey from Tragedy to Triumph.” Jeannie was featured on National Public Radio’s Weekend Edition and dozens of other radio shows and podcasts. To know more about her, visit lovealonecreates.com or fromgrief2grace.com . Originally published at www.catholicexchange.com. Reprinted with permission.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Latest Articles